29 octubre 2007

Al calor de la chimenea




La belleza hay que conquistarla, pero en algunas tierras la batalla es mínima. Las Alpujarras es una de ellas. Allí alcanzar la belleza es muy fácil. El paisaje de chimeneas al cielo sobre los tejados de launas, que parecen querer elevarse para dejar escapar lentamente las historias contadas al pie del fuego, tiene una belleza natural como si el hombre casi no hubiese intervenido .
Al ver las chimeneas tan de cerca, he recordado las noches en el cortijo, cuando Dolores, al caer la tarde, avivaba el fuego y preparaba la cena que consumíamos con las últimas luces. Después, a la luz del candil de aceite refrito, que para eso siempre había aceite, a Frasquito le gustaba contar historias de la guerra y otras veces historias de los cortijos vecinos.
¿Cuantas historias se escaparon por el tiro de la chimenea? y aún estarán las ondas vagando por esos espacios entre el cielo y la tierra. !Qué pena no tener la memoria suficiente para recordar aquellos relatos contados con tanta riqueza de palabra! Por ejemplo, le encantaba recordar, que de mozuelo, bajó por primera vez a la feria del pueblo y entró en la caseta a bailar un pasodoble. No sabía por donde coger a la moza, y cuando la tuvo entre sus brazos, no podía creer en tanta dicha. De la emoción no escuchaba la música, pero pronto aprendió a dejarse llevar por el ritmo de su pareja y le parecía estar flotando sobre la pista.
Otras veces, contaba que los picapedreros portugueses construyeron los puentes de piedra de la carretera de la costa y un poco más tarde los autobuses de ruedas macizas se hacían la competencia para llevar los viajeros a la capital e incluso durante una época, regalaban un habano con el billete.
Una historia que a veces repetía era la del frente de guerra, el día que le cogió entre dos fuegos y con la cabeza en tierra, levantaba el trasero con la esperanza de recibir un tiro en” dicha sea la parte” y poder tirarse una temporada en el hospital, lejos del frente.
O la de su compadre Faustino, que una vez de permiso en el pueblo, para no volver al frente, se restregó los brazos con unas matas de la acequia hasta que los tuvo en carne viva, y ya en el hospital se los volvía a restregar todas las mañanas con estropajo para mantenerlos sangrantes y no volver a pegar un tiro.
Las historias del frente todas eran muy duras, pero como las contaba a toro pasado, incluso les daba su gracia.
Entre historia e historia echaba mano de la botella de vino que él mismo había cosechado, y te daba un trago a gañote; para eso la botella estaba preparada con dos cañitas en su tapón y el liquido se trasegaba muy fácilmente, tan fácil que cuando tocaba irse a la cama de colchón de palmilla, lo hacíamos muy contentos.

Fotografía: Bubión. Alpujarras, Granada.