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Érase un bosque de pinos,
colgado sobre el acantilado, mirando la mar oceana.
Para los aficionados a mis
letras, diremos que los pinos son Pinus pinea (pino piñonero o parasol),
algunos centenarios, como el magnífico
ejemplar a las puertas del Parador de Turismo, y todos uniformados en su altura
en la lucha por buscar el sol, formando un tapiz ondulado cuando se tiene la
suerte de verlo desde arriba. Desde el suelo, un laberinto de troncos con el techo
verde por sombrero.
El acantilado de dunas
fósiles plío-cuaternarias, con arenas eólicas, medías-finas, blancas o
amarillentas y algunos niveles delgados de conglomerados.
Se comprueba el retroceso del
acantilado, por el ascenso actual del nivel del mar, con derrumbes recientes,
que lo mantiene activo en sus 30 m. de potencia.
En la playa de arenas finas y
con algunos niveles conchíferos, podemos observar, entre otras formas
sedimentarias, las marcas de olas, corrientes y canales de mareas.
Y la mar, tan cambiante como
bella, a lo largo del gran arenal abierto a todos los soles.