Frasquito siempre sabía la hora que era. Miraba el color del cielo y te decía la hora. Todos los días al acercarse las dos, echaba mano de su reloj de bolsillo y comprobaba que eran los dos en punto, entonces levantaba el crochet y encendía la radio. La radio estaba en el centro del bazar, junto a la foto de la mili del hijo y a los platos y tazones de lujo que nunca se usaban, esperando un día de fiesta que nunca llegaba. De dos a dos y media se oía en silencio el flamenco.
Dolores parecía no escuchar, siempre estaba atareada con su trabajo, se movía sin hacer ruido. Para encender la lumbre, usaba un largo canuto de cañavera que al soplar avivaba el fuego y rápidamente colocaba la trébede para asentar en ella la olla.
Frasquito nunca cantaba, pero el rito de escuchar el cante era una liturgia, tampoco comentaba. A las dos y media en punto, al acabar el programa, apagaba la radio y la volvía a cubrir con el encaje, hasta el día siguiente a la misma hora.
Dolores no paraba. Mientras la olla hervía, llamaba a las gallinas que acudían rápidamente a recoger los granos de cebada. Visto y no visto, dejaban el suelo limpio. Si la olla tardaba un poco más, cogía la cesta de la ropa y zurcía alguna camisa vieja.
Frasquito cogía la botella de vino que estaba preparada con dos pequeños canutos perforando el tapón, y te invitaba a un trago a gañote. Entonces, muchos días recordaba su paso por el frente del Ebro y volvía a repetirte, 30 años después, los nombres y apellidos de todos los jefes de su compañía con algún detalle. Siempre te sorprendía su memoria, ahora pienso que quizás lo hiciese como un ejercicio para no olvidar.
Cuando aparecía el recovero era un día distinto. Traía dos grandes canastos de mimbre, uno lleno de loza con los platos y tazones, otro con los huevos que iba recogiendo a cambio de los platos. No podría decir cual de las dos canastas era más difícil de transportar. Venía de recorrer los cortijos del Rescate y el Cerval, en el término de Granada y estaba informado de todas las novedades en la costa. Aunque el hombre era callado, Frasquito le preguntaba por unos y otros, y acababa por hacerse una idea de las novedades en la comarca. Ese día se ponía un plato más a la mesa. En su honor a las tres en punto se encendía la radio para escuchar el parte.
Dolores parecía no escuchar, siempre estaba atareada con su trabajo, se movía sin hacer ruido. Para encender la lumbre, usaba un largo canuto de cañavera que al soplar avivaba el fuego y rápidamente colocaba la trébede para asentar en ella la olla.
Frasquito nunca cantaba, pero el rito de escuchar el cante era una liturgia, tampoco comentaba. A las dos y media en punto, al acabar el programa, apagaba la radio y la volvía a cubrir con el encaje, hasta el día siguiente a la misma hora.
Dolores no paraba. Mientras la olla hervía, llamaba a las gallinas que acudían rápidamente a recoger los granos de cebada. Visto y no visto, dejaban el suelo limpio. Si la olla tardaba un poco más, cogía la cesta de la ropa y zurcía alguna camisa vieja.
Frasquito cogía la botella de vino que estaba preparada con dos pequeños canutos perforando el tapón, y te invitaba a un trago a gañote. Entonces, muchos días recordaba su paso por el frente del Ebro y volvía a repetirte, 30 años después, los nombres y apellidos de todos los jefes de su compañía con algún detalle. Siempre te sorprendía su memoria, ahora pienso que quizás lo hiciese como un ejercicio para no olvidar.
Cuando aparecía el recovero era un día distinto. Traía dos grandes canastos de mimbre, uno lleno de loza con los platos y tazones, otro con los huevos que iba recogiendo a cambio de los platos. No podría decir cual de las dos canastas era más difícil de transportar. Venía de recorrer los cortijos del Rescate y el Cerval, en el término de Granada y estaba informado de todas las novedades en la costa. Aunque el hombre era callado, Frasquito le preguntaba por unos y otros, y acababa por hacerse una idea de las novedades en la comarca. Ese día se ponía un plato más a la mesa. En su honor a las tres en punto se encendía la radio para escuchar el parte.
hola Piedra.
ResponderEliminaracabo de releer este cuento, que ya había leído en Ex-centrica, y como te dije allí, me parece una buena historia de otro tiempo, donde, estarás conmigo, representas a la mujer abnegada y trabajadora de maravilla (me he fijado mucho en ella, lo siento) ;)
muchos abrazos para ti, espero que estés bien.
Espuma
El recovero, el afilador o amolador, el semanero, que vendía ropa a plazos visitando los cotijos, y tantos otros oficios o figuras que han pasado a ser leyenda para la posteridad.
ResponderEliminarCuántos sentimientos y recuerdos me despierta todo esto, amigo Piedra.
No lo dejes, no sea perezoso, que además de que es bueno para ejercitar la mente y la memoria, nos deleitas a los que te leemos. Un abrazo. Goreño
Gore y Espuma, gracias por vuestros comentarios.Intentaré escribir más a menudo, esta racha de mente en blanco en verdad ha sido demasiado larga. Muchas gracias por vuestra ayuda. Abrazos
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