Era un buscarse la vida. Pan para hoy, y mañana Dios dirá. Recorrían el pueblo pregonando su trabajo y ofreciéndose para vender, cambiar o componer.
¿Cuándo se perdieron estos oficios? ¿Quién fue el último en reclamar a voces, por una y otra calle, la atención de los posibles clientes? Nadie lo sabe.
¡Niña el laterooo! ¡Se componen latas, ollas, cacerolas, palanganas! Una larga retahíla iba pregonando el latero. Su negocio descansaba, sobretodo, en ponerle asas a las latas de leche condensada. Con ellas fabricaba pequeñas jarras para recoger agua, guardar el aceite frito o para usar a modo de taza de café. También remendaba culos de ollas y cacerolas que el uso había hecho casi inservibles. A veces, esos cacharros tenían más remiendos de estaño que parte original, pero se reciclaban y usaban.
El lañador, ¿quién no recuerda al lañador? Qué maña se daba en reparar lebrillos, orzas y tinajas de barro. Con qué paciencia unía los trozos con lañas y masilla, dejándolos en buen uso aunque con desigual estética.
¡Se atirantan y recortan somieres y colchonetas! ¡Se arreglan sombrillas! Pregonaba el sombrillero. ¿Desde cuándo no oímos su cantinela un lluvioso día de invierno? Si le salía un somier, echaba el día, lo tomaba con calma y ya no pregonaba más.
¡Al rico pirulí! ¡Y qué bonitos los pajaritos, con su colita y su piquito! ¡Aligera, aligera que me voy a ir!. Portaba sus caramelos con palito, hincados en un cono blando y alto que apoyaba sobre el hombro. Tan alto era que le sobrepasaba el sombrero, porque el hombre de los pirulíes gastaba sombrero negro de gamuza. Por una perra gorda podía darte un pajarito pequeño.
¡Macucas a tres la gorda y una la chica..! Recorría las calles, ya en verano, cuando el tiempo de las macucas, que habían sido recolectadas de las palmeras del “Chalet” de la Torrecilla. Por una perra chica te daba una macuca. Si le ofrecías diez céntimos te daba tres, (“marquétin” comercial).
¡A los ricos mostachones..! Pregonaban por las mañanas los hijos de Cachicuerno, que tenían permiso del maestro para llegar tarde y poder vender la mercancía antes de ir a la escuela.
Sin hacer ruido, cuando menos lo esperaba, aparecía el listero. Vendía ropa, muebles o cualquier cosa a plazos de peseta o de duro, diario o semanal. Sabía adaptarse a todos. Éste sí sacaba para vivir. Había temporadas que producía auténticas desbandadas en la calle. Las mujeres se escondían cuando la cosa estaba peor que negra: rachas de lluvia seguidas o porque los boniatos no los compraba nadie.
El afilador hacía sonar su monótona flauta, anunciando viento para mañana. Nadie tenía la explicación, pero a su paso se corría la voz de que al día siguiente habría viento. Con el curso del tiempo, aquel artilugio de dos ruedas que empujaba el hombre de la gorrilla, dejó de funcionar a golpe de pie. Los tiempos cambian que es una barbaridad y, al poco, el negocio se
asentó primero en una bicicleta y luego sobre un ciclomotor (la "amotillo"del afilaor). El afilador fue el único que progresó y no se lo comió el progreso.
El buhonero cambiaba las botellas por globos y otras baratijas. También se interesaba por el hierro viejo. Pregonaba: ¡Compro hierro viejo…!
Las arropías las vendía el arropiero. Qué bien olían. En su casa las fabricaba con miel de caña, y después las paseaba por todo el pueblo. Era a principios de mayo, por el día de La Cruz.
¡Miel de calderaaaa…! Gritaba el melero para ofrecer la miel de cañadú.
Al matutero no se le veía. Se dedicaba a pasar de matute por el Fielato las chacinas, el azúcar y demás productos de estraperlo. Era sacar unas perrillas al no pagar el impuesto de consumo. No había llegado el IVA.
El recovero recorría los cortijos y casas con dos grandes canastas, una en cada brazo, cambiando huevos por platos y tazones de loza.
El sillero. Sentado a la puerta del cliente, al menos empleaba dos horas en echarle el asiento de anea a una silla cualquiera. ¿Quién encuentra a un sillero desde que Cortés se marchó? Nadie.
El lechero también era un clásico. Paraba a sus cabras de vez en cuando para atender a las mujeres, que salían a la puerta de la casa con sus vasijas al reclamo del cabrero y por unas pesetas te rellenaba de espuma el cazo. Servicio a domicilio antes de llegar el “Internet”.
¡Helado, rico mantecado, helado! Los valencianos aparecían por el pueblo a principios de verano. ¿Cuándo van a llegar este año los valencianos? Buenos helados elaboraban. Unos días eran de fresa y mantecado, otros días tocaban los de chocolate y tutti fruti. El corte quedaba reservado a los pudientes.
El carro de los helados era toda una ilusión, y la voz del sonriente heladero tenía un timbre peculiar.
Ninguno hacía el agosto. Era un sacar para vivir, para ir tirando y quitarse, con sudor e ingenio, el hambre de la posguerra. Años duros en los que la única salida fue emigrar. Mucho tiempo, muchos años. Primero a las Américas y después, cuando aquello se puso peor, a Alemania o a Barcelona. Buscar la vida donde fuese.
Piedra y Lagartijo.
¿Cuándo se perdieron estos oficios? ¿Quién fue el último en reclamar a voces, por una y otra calle, la atención de los posibles clientes? Nadie lo sabe.
¡Niña el laterooo! ¡Se componen latas, ollas, cacerolas, palanganas! Una larga retahíla iba pregonando el latero. Su negocio descansaba, sobretodo, en ponerle asas a las latas de leche condensada. Con ellas fabricaba pequeñas jarras para recoger agua, guardar el aceite frito o para usar a modo de taza de café. También remendaba culos de ollas y cacerolas que el uso había hecho casi inservibles. A veces, esos cacharros tenían más remiendos de estaño que parte original, pero se reciclaban y usaban.
El lañador, ¿quién no recuerda al lañador? Qué maña se daba en reparar lebrillos, orzas y tinajas de barro. Con qué paciencia unía los trozos con lañas y masilla, dejándolos en buen uso aunque con desigual estética.
¡Se atirantan y recortan somieres y colchonetas! ¡Se arreglan sombrillas! Pregonaba el sombrillero. ¿Desde cuándo no oímos su cantinela un lluvioso día de invierno? Si le salía un somier, echaba el día, lo tomaba con calma y ya no pregonaba más.
¡Al rico pirulí! ¡Y qué bonitos los pajaritos, con su colita y su piquito! ¡Aligera, aligera que me voy a ir!. Portaba sus caramelos con palito, hincados en un cono blando y alto que apoyaba sobre el hombro. Tan alto era que le sobrepasaba el sombrero, porque el hombre de los pirulíes gastaba sombrero negro de gamuza. Por una perra gorda podía darte un pajarito pequeño.
¡Macucas a tres la gorda y una la chica..! Recorría las calles, ya en verano, cuando el tiempo de las macucas, que habían sido recolectadas de las palmeras del “Chalet” de la Torrecilla. Por una perra chica te daba una macuca. Si le ofrecías diez céntimos te daba tres, (“marquétin” comercial).
¡A los ricos mostachones..! Pregonaban por las mañanas los hijos de Cachicuerno, que tenían permiso del maestro para llegar tarde y poder vender la mercancía antes de ir a la escuela.
Sin hacer ruido, cuando menos lo esperaba, aparecía el listero. Vendía ropa, muebles o cualquier cosa a plazos de peseta o de duro, diario o semanal. Sabía adaptarse a todos. Éste sí sacaba para vivir. Había temporadas que producía auténticas desbandadas en la calle. Las mujeres se escondían cuando la cosa estaba peor que negra: rachas de lluvia seguidas o porque los boniatos no los compraba nadie.
El afilador hacía sonar su monótona flauta, anunciando viento para mañana. Nadie tenía la explicación, pero a su paso se corría la voz de que al día siguiente habría viento. Con el curso del tiempo, aquel artilugio de dos ruedas que empujaba el hombre de la gorrilla, dejó de funcionar a golpe de pie. Los tiempos cambian que es una barbaridad y, al poco, el negocio se
asentó primero en una bicicleta y luego sobre un ciclomotor (la "amotillo"del afilaor). El afilador fue el único que progresó y no se lo comió el progreso.
El buhonero cambiaba las botellas por globos y otras baratijas. También se interesaba por el hierro viejo. Pregonaba: ¡Compro hierro viejo…!
Las arropías las vendía el arropiero. Qué bien olían. En su casa las fabricaba con miel de caña, y después las paseaba por todo el pueblo. Era a principios de mayo, por el día de La Cruz.
¡Miel de calderaaaa…! Gritaba el melero para ofrecer la miel de cañadú.
Al matutero no se le veía. Se dedicaba a pasar de matute por el Fielato las chacinas, el azúcar y demás productos de estraperlo. Era sacar unas perrillas al no pagar el impuesto de consumo. No había llegado el IVA.
El recovero recorría los cortijos y casas con dos grandes canastas, una en cada brazo, cambiando huevos por platos y tazones de loza.
El sillero. Sentado a la puerta del cliente, al menos empleaba dos horas en echarle el asiento de anea a una silla cualquiera. ¿Quién encuentra a un sillero desde que Cortés se marchó? Nadie.
El lechero también era un clásico. Paraba a sus cabras de vez en cuando para atender a las mujeres, que salían a la puerta de la casa con sus vasijas al reclamo del cabrero y por unas pesetas te rellenaba de espuma el cazo. Servicio a domicilio antes de llegar el “Internet”.
¡Helado, rico mantecado, helado! Los valencianos aparecían por el pueblo a principios de verano. ¿Cuándo van a llegar este año los valencianos? Buenos helados elaboraban. Unos días eran de fresa y mantecado, otros días tocaban los de chocolate y tutti fruti. El corte quedaba reservado a los pudientes.
El carro de los helados era toda una ilusión, y la voz del sonriente heladero tenía un timbre peculiar.
Ninguno hacía el agosto. Era un sacar para vivir, para ir tirando y quitarse, con sudor e ingenio, el hambre de la posguerra. Años duros en los que la única salida fue emigrar. Mucho tiempo, muchos años. Primero a las Américas y después, cuando aquello se puso peor, a Alemania o a Barcelona. Buscar la vida donde fuese.
Piedra y Lagartijo.
Sí, parece una leyenda pero fue así, las penurias pasadas parecen tan lejanas hoy con tanta abundancia de todo. De aquí se fue mucha gente a Holanda y Francia también, entre otros países y trabajaron duro para, la mayoría, volver hacerse o comprarse una casita y casi nada más.
ResponderEliminarAmigo Piedra volver a leerte me alegró mucho.
gracias y hasta simpre.
No me ha llegado nada a mi correo. Mándamelo otra vez. Saludos
ResponderEliminarEse repaso a la historia es digno de un guión de película para que la juventud vea que la vida no ha sido siempre tan fácil.
ResponderEliminarEl rico helado, recuerdo que en mi pueblo lo hacían para las fiestas de Agiosto con la nieve que llevaban de Sierra Navada, por lo que tenían que caminar más de 120 kms. Ahí es nada.
Es una placer amigo piedra. Un abrazo
Gracias Gore. Estos recuerdos de juventud han salido gracias a tu comentario al recovero del anterior escrito, asi que te los debo a ti. Un abrazo.
ResponderEliminarA veces a uno le gustaría negociar con el culpable de que fuéramos enviados a esta época, para ver si nos es permitido visitar el pasado, aunque sea ocasionalmente.
ResponderEliminarPero como no es posible te tenemos a ti que tan bien sabes pintar aquellos tiempos. Y no es un consuelo, al contrario.
Gladys
hoy me estoy empapando en tus recuerdos y viviendo una época bastante desconocida para mi. Aunque ya tengo mis añitos, sólo he conocido al afilador y al que pregonaba el pirulí de la Habana en mis tardes de infancia en Motril.
ResponderEliminarGracias por estos suspiros de pasado. Un beso, white
S'aaaarrecorta.
ResponderEliminarS'aaaatiranta.
S'echan pieeeesas de tela nueva a las col - chonetas.
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