José “Pulguillas” apareció con un saco lleno a las espaldas, llevado como un zurrón, con dos tomizas de esparto sobre los hombros. Pensábamos dar la vuelta a la sierra, entrando por el barranco de los Cazadores a la Ventosilla, para seguir al Cuervo y bajar por el río Chillar. La vuelta sería en dos días, pero nos parecía excesivo el equipaje:
- ¿Qué traes en el saco?
- He echado los arreos para castrar. Si encontramos alguna colmena le sacamos la miel.
Además de José, subíamos “Carrucho”, el “Guti”, un inglés que se nos juntó y Miguel "el de la Plana” que suscribe.
En el barranco de los Cazadores, Carrucho nos mostró las covachas donde vivió en su juventud; donde ejerció de cabrero antes de entrar en la Guardería, y las galerías donde se refugiaba el maquis en la posguerra. José nos iba enseñando las plantas medicinales, desde la rúa a la mejorana, y nos explicaba cómo consumirlas para cada enfermedad.
En el barranco de los Cazadores, Carrucho nos mostró las covachas donde vivió en su juventud; donde ejerció de cabrero antes de entrar en la Guardería, y las galerías donde se refugiaba el maquis en la posguerra. José nos iba enseñando las plantas medicinales, desde la rúa a la mejorana, y nos explicaba cómo consumirlas para cada enfermedad.
Entre historias de curanderos y maquis llegamos a los Caños del Rey, donde manaba la única agua de toda esa zona de la sierra. Subimos a Navachica sin enterarnos.
Carrucho, antes de entrar de guardamonte, había ejercido de furtivo en sus ratos libres y aún oteaba a las monteses antes de verlas. Para mí que las olía a distancia. Nos señaló varios machos impresionantes, que después pudimos ver con sus prismáticos.
Al llegar al puerto de las Ventosillas nos encontramos con Alonso "el de la Civila” que tenía las cabras por esos pagos. El hombre hacía varios días que esperaba el hato, y al vernos parecía haber visto el cielo abierto, sobre todo cuando vio al “Pulguillas” vaciar su saco. Había echado hasta cafetera. Con la luces del atardecer cenamos como los dioses y charlamos al calor de la fogata. Alonso era callado, pero a Carrucho le gustaba el tema del maquis en la sierra de Nerja; no sé si el inglés cogía algo pero no se perdía puntada. Alonso en un momento, nos preparó bajo las estrellas unos lechos de alhucemas y la cama, aunque algo dura, olía a gloria. A mí me tocó dormir a su lado. Se pasó toda la noche:
- Miguel ¡qué noche tan calma hace!
- Sí, Alonso, se ven todas las estrellas.
Carrucho, antes de entrar de guardamonte, había ejercido de furtivo en sus ratos libres y aún oteaba a las monteses antes de verlas. Para mí que las olía a distancia. Nos señaló varios machos impresionantes, que después pudimos ver con sus prismáticos.
Al llegar al puerto de las Ventosillas nos encontramos con Alonso "el de la Civila” que tenía las cabras por esos pagos. El hombre hacía varios días que esperaba el hato, y al vernos parecía haber visto el cielo abierto, sobre todo cuando vio al “Pulguillas” vaciar su saco. Había echado hasta cafetera. Con la luces del atardecer cenamos como los dioses y charlamos al calor de la fogata. Alonso era callado, pero a Carrucho le gustaba el tema del maquis en la sierra de Nerja; no sé si el inglés cogía algo pero no se perdía puntada. Alonso en un momento, nos preparó bajo las estrellas unos lechos de alhucemas y la cama, aunque algo dura, olía a gloria. A mí me tocó dormir a su lado. Se pasó toda la noche:
- Miguel ¡qué noche tan calma hace!
- Sí, Alonso, se ven todas las estrellas.
El hombre estaba agradecido por la cena. Llevaba unos días sin comer caliente ni frío. Sólo tenía leche y el requesón, estaba esperando el suministro que no llegaba y no sabía cómo agradecer nuestras vituallas.
Al amanecer nos ordeñó unas cabras y con la cafetera de José... !ni en un hotel de lujo!. No sabía qué hacer para prolongar el desayuno con tal de no quedarse solo otra vez, pero no tuvo más remedio que despedirnos.
Salimos a Piedra Sillada, camino del Cuervo, por la cornisa. Con un pie en Granada, otro en Málaga y “los mismos” en mitad de la sierra. El “Guti” a pesar de su vértigo se portó como lo que es, un valiente, y pasó por la cornisa hecho un hombre, sin mirar atrás ni a los lados.
La bajada por el río Chillar fue dura, los caminos estaban cerrados y había que tirar por el agua, además se nos hacía de noche y el inglés nervioso se puso a correr. El Pulguillas nos tranquilizaba:
- !Dejarlo!, !dejarlo!, !ya parará! Nosotros a nuestro ritmo, cuando quiera oscurecer ya estamos en el carril.
- Las cosas hay que tomarlas con su tiempo.
Y me contó la historia del día en que se quedó sin poder salir de un tajo, donde se había descolgado para castrar unas colmenas:
- Cogí las albarcas y las revoleé. Encendí un cigarro y cuando acabé de fumar, tranquilamente, descalzo, salí con todos los arreos y la miel a cuestas.
Salimos a Piedra Sillada, camino del Cuervo, por la cornisa. Con un pie en Granada, otro en Málaga y “los mismos” en mitad de la sierra. El “Guti” a pesar de su vértigo se portó como lo que es, un valiente, y pasó por la cornisa hecho un hombre, sin mirar atrás ni a los lados.
La bajada por el río Chillar fue dura, los caminos estaban cerrados y había que tirar por el agua, además se nos hacía de noche y el inglés nervioso se puso a correr. El Pulguillas nos tranquilizaba:
- !Dejarlo!, !dejarlo!, !ya parará! Nosotros a nuestro ritmo, cuando quiera oscurecer ya estamos en el carril.
- Las cosas hay que tomarlas con su tiempo.
Y me contó la historia del día en que se quedó sin poder salir de un tajo, donde se había descolgado para castrar unas colmenas:
- Cogí las albarcas y las revoleé. Encendí un cigarro y cuando acabé de fumar, tranquilamente, descalzo, salí con todos los arreos y la miel a cuestas.
Al llegar a la fuente del Esparto nos encontramos al inglés medio desfallecido. Nos despedimos con la intención de hacerle otra visita a Alonso, con más calma.
Más tarde me enteré que Alonso (q.e.p.d) se tomó unos días de asueto, bajó al pueblo y un coche lo envió más allá del puerto de las Ventosillas.
Más tarde me enteré que Alonso (q.e.p.d) se tomó unos días de asueto, bajó al pueblo y un coche lo envió más allá del puerto de las Ventosillas.
Te veo como un pintor de recuerdos, tus palabras son pinceladas del ayer, con colores de hoy. Un beso.
ResponderEliminarMe supo a una historia real ¿lo fue, verdad? Aunque me costó comprender algunas palabras y expresiones (tuve que recurrir al diccionario, cosa que nunca viene de más) ;) lo disfruté mucho.
ResponderEliminarUn gusto leerte, Piedra!
Pitufina, un honor verte por estos pagos. Gracias por tus palabras. Un abrazo
ResponderEliminarNofret, gracias por subirlo a tu página, ahora puedo decir que mis textos llegaron a Ultramar. Si, la historia es verídica en todos sus términos. Un abrazo
ResponderEliminarParece que voy con vosotros por la Almijara, mirando a Granada y al Mediterráneo.
ResponderEliminarHola Piedra.
ResponderEliminarsí, ya sé que lo subiste a Algoque contar, pero yo lo leí aquí, en tu propia casa y como siempre me pasa con tus textos, me supo a añoranza, a ayer...
me gusta volver al ayer, a ratos, cuando descanso por ejemplo, lo hago; cierro los ojos y evoco hechos pasados, lugares o aspectos que ya no están. Ya ves, qué rarilla soy.
me encantó tu relato... me lleva al ayer.
un abrazo.
Te dejo un besito, volveré con más calma
ResponderEliminarRecuerdo un comentario de José el "Pulguilla" sobre la facilidad de las cabras al desplazarse entre los tajos.
ResponderEliminarDecía: " Por donde pase una cabra, seguro que paso yo. De lo que no estoy tan seguro es de si la cabra es capaz de pasar por donde yo pase ".
Recuerdo otra anecdota bien fresca en la memoria.
Cuando, casi anochecido, José nos preparaba los mullidos lechos de alhucemas sobre las piedras del suelo, le pregunté si no habrian escorpiones. Me respondió tajantemente que no y siguió construyendo aromáticos colchones.
Al preparar el mio, que fué el último, yo pensé que una piedra un poco mas aguda de lo normal me podría dar mala noche y la levanté para quitarla. José me dijo que no tocara las piedras y la volvió a colocar en su sitio, no sin antes despanzurrar con el pié un alacrán que habia despertado de su letargo matutino. No hice ningún comentario a los demás. Recuerdo que al acostarme sentí un poco de miedo pensando en el somier que me sustentaba, pero los aromas que desprendia las ramas de lavanda y el cansancio de la jornada me hicieron dormir con los ángeles.
Aunque ya lo había leído, no me canso de leerlo: me haces recordar tantas cosas, con tu pincelada firme y real, que casi veo los personajes y paisajes de nuestra querida tierra.
ResponderEliminarTe deseo felices fiestas junto a los tuyos, y carga bien las pilas para que nos sigas regalando tus historias.
Un abrazo
Feliz Navidad a ti también igual que te deseo feliz invierno o feliz primavera. Para desear o aceptar buenos deseos no hace falta creer ni dejar de hacerlo.
ResponderEliminarUn placer leerte. Besitos white
Juanmi,no recordaba la historia del alacrán. En realidad le echabamos cojones. Un disfrute verte por aqui. Expresiones
ResponderEliminarGore, no sé como lo consigues, pero tus palabras siempre me llegan muy hondo. Un abrazo y felicidades para estos días y todos los venideros.
ResponderEliminarWhite, tienes razón, para desear bienes no hace falta profesar ninguna creencia. Gracias por tu visita y comentario. Expresiones
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