Haití: La maldición blanca
Fotógrafo Shaul Schwarz (saqueo en Puerto Príncipe, febrero 2004)
Hoy cobran más fuerza aún las palabras de su autor, Eduardo Galeano, ante el dolor que no se apiada de este pueblo, que reclama la mirada y la ayuda del mundo entero.
El primer día de este año, la libertad cumplió dos siglos de vida en el mundo. Nadie se enteró, o casi nadie. Pocos días después, el país del cumpleaños, Haití, pasó a ocupar algún espacio en los medios de comunicación; pero no por el aniversario de la libertad universal, sino porque se desató allí un baño de sangre que acabó volteando al presidente Aristide.
Haití fue el primer país donde se abolió la esclavitud. Sin embargo, las enciclopedias más difundidas y casi todos los textos de educación atribuyen a Inglaterra ese histórico honor. Es verdad que un buen día cambió de opinión el imperio que había sido campeón mundial del tráfico negrero; pero la abolición británica ocurrió en 1807, tres años después de la revolución haitiana, y resultó tan poco convincente que en 1832 Inglaterra tuvo que volver a prohibir la esclavitud.
Nada tiene de nuevo el ninguneo de Haití. Desde hace dos siglos, sufre desprecio y castigo. Thomas Jefferson, prócer de la libertad y propietario de esclavos, advertía que de Haití provenía el mal ejemplo; y decía que había que “confinar la peste en esa isla”. Su país lo escuchó. Los Estados Unidos demoraron sesenta años en otorgar reconocimiento diplomático a la más libre de las naciones. Mientras tanto, en Brasil, se llamaba haitianismo al desorden y a la violencia. Los dueños de los brazos negros se salvaron del haitianismo hasta 1888. Ese año, el Brasil abolió la esclavitud. Fue el último país en el mundo.
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Haití ha vuelto a ser un país invisible, hasta la próxima carnicería. Mientras estuvo en las pantallas y en las páginas, a principios de este año, los medios trasmitieron confusión y violencia y confirmaron que los haitianos han nacido para hacer bien el mal y para hacer mal el bien.
Desde la revolución para acá, Haití sólo ha sido capaz de ofrecer tragedias. Era una colonia próspera y feliz y ahora es la nación más pobre del hemisferio occidental. Las revoluciones, concluyeron algunos especialistas, conducen al abismo. Y algunos dijeron, y otros sugirieron, que la tendencia haitiana al fratricidio proviene de la salvaje herencia que viene del Africa. El mandato de los ancestros. La maldición negra, que empuja al crimen y al caos.
De la maldición blanca, no se habló.
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La Revolución Francesa había eliminado la esclavitud, pero Napoleón la había resucitado:
–¿Cuál ha sido el régimen más próspero para las colonias?
–El anterior.
–Pues, que se restablezca.
Y, para reimplantar la esclavitud en Haití, envió más de cincuenta naves llenas de soldados.
Los negros alzados vencieron a Francia y conquistaron la independencia nacional y la liberación de los esclavos. En 1804, heredaron una tierra arrasada por las devastadoras plantaciones de caña de azúcar y un país quemado por la guerra feroz. Y heredaron “la deuda francesa”. Francia cobró cara la humillación infligida a Napoleón Bonaparte. A poco de nacer, Haití tuvo que comprometerse a pagar una indemnización gigantesca, por el daño que había hecho liberándose. Esa expiación del pecado de la libertad le costó 150 millones de francos oro. El nuevo país nació estrangulado por esa soga atada al pescuezo: una fortuna que actualmente equivaldría a 21,700 millones de dólares o a 44 presupuestos totales del Haití de nuestros días. Mucho más de un siglo llevó el pago de la deuda, que los intereses de usura iban multiplicando. En 1938 se cumplió, por fin, la redención final. Para entonces, ya Haití pertenecía a los bancos de los Estados Unidos.
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A cambio de ese dineral, Francia reconoció oficialmente a la nueva nación. Ningún otro país la reconoció. Haití había nacido condenada a la soledad.
Tampoco Simón Bolívar la reconoció, aunque le debía todo. Barcos, armas y soldados le había dado Haití en 1816, cuando Bolívar llegó a la isla, derrotado, y pidió amparo y ayuda. Todo le dio Haití, con la sola condición de que liberara a los esclavos, una idea que hasta entonces no se le había ocurrido. Después, el prócer triunfó en su guerra de independencia y expresó su gratitud enviando a Port-au-Prince una espada de regalo. De reconocimiento, ni hablar.
En realidad, las colonias españolas que habían pasado a ser países independientes seguían teniendo esclavos, aunque algunas tuvieran, además, leyes que lo prohibían. Bolívar dictó la suya en 1821, pero la realidad no se dio por enterada. Treinta años después, en 1851, Colombia abolió la esclavitud; y Venezuela en 1854.
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En 1915, los marines desembarcaron en Haití. Se quedaron diecinueve años. Lo primero que hicieron fue ocupar la aduana y la oficina de recaudación de impuestos. El ejército de ocupación retuvo el salario del presidente haitiano hasta que se resignó a firmar la liquidación del Banco de la Nación, que se convirtió en sucursal del Citibank de Nueva York. El presidente y todos los demás negros tenían la entrada prohibida en los hoteles, restoranes y clubes exclusivos del poder extranjero. Los ocupantes no se atrevieron a restablecer la esclavitud, pero impusieron el trabajo forzado para las obras públicas. Y mataron mucho. No fue fácil apagar los fuegos de la resistencia. El jefe guerrillero, Charlemagne Péralte, clavado en cruz contra una puerta, fue exhibido, para escarmiento, en la plaza pública.
La misión civilizadora concluyó en 1934. Los ocupantes se retiraron dejando en su lugar una Guardia Nacional, fabricada por ellos, para exterminar cualquier posible asomo de democracia. Lo mismo hicieron en Nicaragua y en la República Dominicana. Algún tiempo después, Duvalier fue el equivalente haitiano de Somoza y de Trujillo.
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Y así, de dictadura en dictadura, de promesa en traición, se fueron sumando las desventuras y los años.
Aristide, el cura rebelde, llegó a la presidencia en 1991. Duró pocos meses. El gobierno de los Estados Unidos ayudó a derribarlo, se lo llevó, lo sometió a tratamiento y una vez reciclado lo devolvió, en brazos de los marines, a la presidencia. Y otra vez ayudó a derribarlo, en este año 2004, y otra vez hubo matanza. Y otra vez volvieron los marines, que siempre regresan, como la gripe.
Pero los expertos internacionales son mucho más devastadores que las tropas invasoras. País sumiso a las órdenes del Banco Mundial y del Fondo Monetario, Haití había obedecido sus instrucciones sin chistar. Le pagaron negándole el pan y la sal. Le congelaron los créditos, a pesar de que había desmantelado el Estado y había liquidado todos los aranceles y subsidios que protegían la producción nacional. Los campesinos cultivadores de arroz, que eran la mayoría, se convirtieron en mendigos o balseros. Muchos han ido y siguen yendo a parar a las profundidades del mar Caribe, pero esos náufragos no son cubanos y raras veces aparecen en los diarios.
Ahora Haití importa todo su arroz desde los Estados Unidos, donde los expertos internacionales, que son gente bastante distraída, se han olvidado de prohibir los aranceles y subsidios que protegen la producción nacional.
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En la frontera donde termina la República Dominicana y empieza Haití, hay un gran cartel que advierte: El mal paso.
Al otro lado, está el infierno negro. Sangre y hambre, miseria, pestes.
En ese infierno tan temido, todos son escultores. Los haitianos tienen la costumbre de recoger latas y fierros viejos y con antigua maestría, recortando y martillando, sus manos crean maravillas que se ofrecen en los mercados populares.
Haití es un país arrojado al basural, por eterno castigo de su dignidad. Allí yace, como si fuera chatarra. Espera las manos de su gente.
Arte haitiano de la chatarra.
Copiado de: http://porque-quiero-mas.blogspot.com/
Copiado de: http://porque-quiero-mas.blogspot.com/
Miguel, es un honor para mí tu visita, tu comentario y el hecho de haber subido mi entrada a tu blog. Creo que ayudar a Haití también pasa por no perder la memoria y divulgar su verdadera historia de desprecio y castigo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Chapó Miguel, chapó.
ResponderEliminarA mi me hace vomitar tanta hipocresía, tanto mirar para otro lado, hay tantos nadie en Haití...demasiados, y además es del dominio público.y hay tantos intereses creados para que haya cada vez más nadies en el mundo...tantos Miguel que me da pánico.
Te dejo un abrazote muy solidario con Haití
!Que mierda de Mundo¡ deben pensar los haitianos...
ResponderEliminarEsa pobre gente sí que tiene mala suerte, son el país más pobre de América y encima les cae un terremoto de tal magnitud en la capital. La pobreza y la catástrofe se unen para llevarse muchas más vidas de las que se llevarían por separado.
ResponderEliminarMe pregunto cómo harán ahora para recuperarse, y para mantener con vida a toda esa gente hasta que lo logren.
Verdaderamente, un desastre.
Miguel: que bueno este texto de Galeano que nos mantiene fresca la memoria, para que no nos sigan ninguneando los del norte.
ResponderEliminarEn America toda, estan, son fantasmas que manejan los hilos de nuestras endebles democracias.
Las manejan con tal habilidad y maestría que pasan situaciones como las del domingo por ejemplo en Chile: BAchelet deja el gobierno con una imagen positiva del 75 por ciento y gana la derecha.
Me pregunto: en qué curva del sinuoso camino la memoria se debilita y no razona
Te abrazo con todo mi cariño y gracias por subir este texto.
Un beso desde el sur americano.
Susana
Todos olemos el horror y para nada podemos taparnos la nariz...hay que seguir, siempre con el apoyo...cuando no se puede ningun otro siempre nos queda la palabra...y no hay sensibilidad que pueda contenerse ante esto.
ResponderEliminarSiempre esencia.
Triste y desdichada historia la de esta hermosa tierra, siempre acosada por corruptos y dictadores. Lo triste es que, por una u otra razón, debido a las condiciones de pobreza en que han sumido a Haití, se dan cita todas las concunstancias para que la pobreza atraiga el mal como la luna a la marea.
ResponderEliminarAmigo Piedra, te honra traernos este valioso y gran trabajo para nuestro conocimiento. Mi condolencia y solidaridad con todos los haitianos. Un abrazo.
Que perra puede ser esta vida, verdad?
ResponderEliminarSaludos y un abrazo enorme.
La desgracia vá a los más desgraciados.El texto es bueno y te hace pensar mucho y recordar que hay gente que viven en un mundo que dá pánico.Un beso Conchy
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