De Autilla a Autillo, de Añoza a Becerril, de Ampudia a Montealegre (ni monte ni alegre); de Belmonte a Cuenca, entre tierras de trigo y pan llevar, transcurren los pasos en la sencillez del paisaje.
Llanura multicolor de
barbechos y sementeras, de palomares y espadañas con horizonte tan llano como
la propia llanura. A veces, de pronto, el castillo, sobre colinas de
juguete, mole inmensa, sin saeteras,
para imponer solo con su presencia. Bajando al llano, el pueblo con soportales
de madera y Berruguetes de oro en iglesias como catedrales.
Imprescindible la techumbre
mudéjar de la iglesia de los Santos Justo y Pastor en Cuenca de Campos, puro
encaje en madera, - por algo los mudéjares llevaron su trabajo de carpintería
hasta las tierras del Nuevo Mundo-
Como no solo de la belleza
del paisaje vive el hombre, puedes sentarte para escuchar la música de tantos órganos que se
han recuperado gracias a la labor de Francis Chapelet y diversas asociaciones
que ayudan, además, a que los vecinos aprendan a usarlos.
Y como la carne es flaca, qué
menos que tomar un buen lechazo, algunos pichones o unas mollejas de pato. Hay
donde elegir y el caminar será más leve.
No pretendo hacer una guía
del recorrido por Tierra de Campo, solo queda dar las gracias al Circulo
Cultural Valdediós que nos saca de excursión.