Hace 24 años llegamos a Chamonix desde Ginebra. La carretera recorría
un amplio valle fluvioglaciar, donde el paisaje lo formaban los prados de color verde claro de las
granjas ganaderas, con el horizonte abierto a los Alpes de Chamonix.
Hoy, de ese paisaje no queda
nada, todo el valle es un gran bosque repleto de naves industriales y de
servicios, irreconocible a nuestros ojos.
Otro tanto nos ocurrió cuando
subimos al Mer de Glace en su tren cremallera. El paisaje de montaña espléndido,
pero apenas con unos pocos neveros. El Mar de Hielo, desaparecido. Aquel
espectáculo de un mar blanco, no existe.
Muy abajo y al fondo quedan las morrenas que cubren el hielo fósil.
A mediados del XIX (pequeña edad del Hielo) el glaciar llegaba al fondo del valle de Chamonix.
En 1993, con un corto paseo
desde la estación del ferrocarril podías caminar sobre el propio glaciar. (Las dos fotografías con mis hijos, Mariangeles y Enrique.
Ahora, en lugar de usar el
telecabina para bajar al glaciar, dimos un paseo precioso por el bosque,
siguiendo las marcas de los antiguos niveles alcanzados por el glaciar durante
la pequeña edad del Hielo, en el siglo XIX.
Espectacular también los
depósitos morrénicos elevados sobre el nivel glaciar actual y todo el valle del
Mer de Glace a lo lejos.
El Epilobium angustifolium,
laurel de San Antonio, frente a la
morrena lateral, en la orilla del glaciar.
Coincidimos con un grupo de
brasileiros, que desde la Amazonía, se habían desplazado a los Alpes.
En otra toma, una muestra de
los cristales de cuarzo ahumado por acción radiactiva del granito sobre los cristales
de cuarzo transparentes (cristal de roca). En el pequeño museo de cristales,
junto al bar de la estación.
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