15 marzo 2005

Almijara : Sus hombres y su tierra




Mis recuerdos de las mujeres y hombres de Almijara, a veces no traen nombre propio, pero siempre aparecen con toda claridad.
Quedaron grabados, aún careciendo de nombre, los perfiles de aquellos hombres que al atardecer llegaban a la plaza Cantarero, para descargar no se cuantas arrobas de esparto en la cerca de Paco Ortega. Aún hoy, cuando recorro la Pandera de Garzón o tengo que volver desde los Caños del Rey, me parece imposible la imagen de dureza del trabajo que quedó tan marcada. en los ojos del niño.
No tienen nombres, los más de 100 hombres reunidos para trasladar una muela de molino, arrastrándola con la fuerza de sus brazos, a través de las Lomas de las Cuadrillas, a cambio de unas migas con cebolla. La imagen de trabajo colectivo, de ayuda desinteresada e incluso de fiesta por la común alegría del trabajo realizado, quedaron fijos en el muchacho que intentaba ayudar.
No recuerdo los nombres de los carboneros que encontraba vigilando el boliche, cuando liar un cigarro, no era fumar. Echar un cigarro era compartir, dialogar, crear un ambiente, tener un motivo y un momento para recordar, contar historias, en fin realizar el rito de la comunicación.
Recuerdo muy bien al recovero que recorría los cortijos cambiando platos y tazones por huevos, siempre me asombró como podía transportar por los caminos de la sierra aquellas enormes canastas, cada una en un brazo. Su capacidad de agradecer un detalle, alguna atención, aún me parecía más grande, que su capacidad de soportar el peso de tazones y platos.
Aparecen con nombres, cuando me mostraron lo que era hospitalidad en el cortijo de la Civila, o cuando compartía con Alonso, el lecho al sereno sobre lastones y alhucemas en el puerto de las Ventosillas; o con Carrasco, cansado de andar, pero con hambre, compartir su pan con tocino.
Recuerdo a José “Pulguilla” padre, el día que bajando del puerto de la Orza le encontré en los altos del Barranco de los Cazadores. No había subido más arriba, mientras sus hijos cogían mejorana en las Ventosillas, porque estaba recién operado de una hernia. Nunca tuve mejor profesor, de cada planta decía su nombre y explicaba sus aplicaciones. Cuantas veces le he recordado, buscando refugio de la lluvia en los abrigos que él me indicó. A su hijo José, tomándose todo el tiempo para castrar una colmena, o charlando juntos por los caminos de la sierra.
A Frasquito, relatando historias con una expresividad y riqueza de palabra, que siempre extasiaba.
Tienen nombre: María, Carmen Valderrama y Dolores.
Dolores, nombre propio que bien podía ser colectivo; en su olla siempre había comida, el preguntar. ¿Quiere Vd. comer? Nunca fue un cumplido, ni una forma de hablar. Sus días parecían tener cuarenta horas, y cada trabajo su tiempo, suya era la cabra, suyo el buscar los cigarrones para los perdigones, suya la casa, suyo el huerto, suya la costura, suyo el horno de pan hacer, suyo el encontrar cualquier cosa en cualquier momento, etc.
Y tantos nombres propios tan cercanos que muchos de ellos pueden leer estas letras.
Quiero dejar claro que: nunca tiempo pasado fue mejor. Pero ciertas cosas de aquellos tiempos bien merecen la pena recordar hoy.
El trabajo solidario, la hospitalidad, la ayuda, el compartir, el charlar, el enseñar, el cigarro del revezo, la dureza del trabajo no salen en este texto. En él a retazos, entrevemos las tierras de Almijara, y aunque será difícil hacerse una idea de su belleza, para algunos quizás sea sorprendente.
Si conseguimos que Nerja no viva de espalda a su Sierra y de vez en cuando vuelva la mirada hacia ella, nos daremos por satisfecho.


* Almijar: lugar donde se ponen las uvas para que se oreen.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

me pregunto, Miguel, si estos elatos tuyos son vivencias propias ¿eh?

Bueno, en este relato te digo que me siento identificada, con todo lo que dices o dicen sus protagonistas...

No, quizá el tiempo pasado no fuese mejor, pero ¿qué quieres que te diga?, yo añoro muchas veces mi tiempo pasado, y por las noches, antes de dormir, vuelvo un poco atrás y revivo mis felices días junto a mis padres, siento mucha añoranza de sus imágenes, de sus palabras, de sus hechos, de sus caricias... se me abnegan los ojos en lágrimas cuando pienso en ellos; los quiero muchísimo.

estoooo, vaya que parece un diario... lo siento Piedra. ¡Se me va el santo al cielo!

un abrazo.

Cabreher dijo...

Amigo Piedra, después de leer tu magnífico texto, sigo pensando que ni todo lo moderno es bueno, ni todo lo antuguo es desechable. Lo cierto es que, como bien dice nuesta buena amiga Espuma, el pasado también tuvo su encanto, aun cuando no sean dignos de traer al presente muchos recuerdos. Pero siempre hay un rayo de luz por donde nos vemos reflejados y llenos de felicidad, sobre todo, cuando invocamos a nuestros seres queridos.

Cabreher dijo...

Espero tus letras para recrearme en ellas. Un abrazo