Florentino Ariza
limpió los puños de su camisa con migas de pan blanco. Quería que Fermina
oliese el pan recién horneado, en el zaguán de su casa, a la caída de la tarde.
Después de limpiar
los puños, Florentino quedó como triste. Recordó aquella tarde cuando la vio
por primera vez. Salía del colegio con su trenza rubia a media espalda,
pizpireta, cogida del brazo de las amigas y casi sin tocar el suelo llenaba
toda la calle.
Fue un solo golpe de
vista. Quedó prendado. Fermina lo sintió, levantó la cabeza y la trenza quedó
al aire. Florentino tuvo que apoyarse en la pared, las piernas no le respondían,
el corazón desbocado, latía tan acelerado que por un momento perdió la vista.
Cuando la recuperó el encanto había desaparecido. Una esquina mal avenida se
interpuso en su camino y solo le quedó el perfume a jazmín.
Hacía ya tres otoños
que todos los días escribía carta a Fermina y por fin hoy, tuvo la respuesta
soñada. Le esperaría en el zaguán de su casa con su ama, antes de que se pusiese
el sol, para ver bien, sin tener que acercarse demasiado.
No lo podía creer,
tanto tiempo esperando la respuesta, y hoy que la tenía, le inundó la tristeza.
Como si se hubiera roto un encanto, y encanto era, ir a la cama todas las
noches, soñando antes de dormir, que Fermina le estaba esperando a la puerta de
su casa.
El Magdalena semejaba
un río de plata, y los dos enamorados miraban más allá del horizonte. Buscaban
un rincón en la selva donde comenzar la nueva ventura.
Precioso rincón para iniciar esta nueva aventura.
ResponderEliminarQue tengas buena semana. Un abrazo.
Ramón
El tiempo y la esperanza como río que se unen en el mar.
ResponderEliminarQuerida Darilea, la esperanza es tan bella como los días de primavera.
ResponderEliminarBesos
Piedra
Amigo Ramón, en verdad es un rincón precioso, ya sabes que Pacanda es de ensueño.
ResponderEliminarAbrazos
Piedra