20 septiembre 2007

Puerta de Elvira

Salíamos del “Palacio la Sífilis”. Era una madrugada de otoño. Había refrescado. La calle estaba mojada, y el olor a tierra nos llegaba de la cercana explanada del Triunfo. Si no fuera por el brillo del empedrado, bien podíamos creer que en lugar de salir del Palacio de la Sífilis, lo hacíamos del cortijo “Los Pencales”.
Ibamos los tres por el centro de la calle, Miguel el de la “Plana”, Pedro Llanes y el otro cuyo nombre no quiero decir. Pasamos debajo del Arco de Elvira y nos adentramos en la calle desierta. Nos gustaba tirar por el centro de la calle, temíamos que algún borracho asentado en algún portal nos molestase para pedir fuego o tener que ayudarle a encontrar la llave de su puerta.
Era un disfrute caminar por la calle solitaria, parecía que tomábamos posesión de la ciudad dormida. Los faroles apenas alumbraban y nos dejábamos guiar por las primeras luces de la aurora. Había escampado y la frescura de la mañana nos daba ya en la cara.
Al llegar a la altura de la “Gota de Leche”, encontramos, en medio de la calle, una maleta de esas de cartón piedra, con las esquinas remachadas de metal y dos cerraduras gemelas de las que se abrían con cualquier llave de maleta. La sorpresa fue grande por que la maleta pesaba lo suyo, inmediatamente se dedujo que no estaba abandonada para tirar, parecía nueva y estaba llena como de libros por su gran peso. Tras una breve discusión, - el innombrable decía que íbamos a violar la propiedad privada -, la arrastramos como pudimos a la luz de una farola y casi sin forzar las cerraduras la abrimos. Estaba llena de novelas, todas iguales, repetidas, pero,!Qué alegría!, cuando pudimos leer en sus portadas: El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez.

P.D.
Permitid una pequeña aclaración. El “Palacio de la Sífilis”, tan frecuentado por aquellos años, era una tasca donde en una taza de color desconocido, te ponían un caldillo de caracoles que levantaba el ánimo. Allí no entraban las mujeres, ni unas ni otras, en esa época los bares eran cosa de hombres.

3 comentarios:

Cabreher dijo...

Amigo Piedra, estas curiosas e inéditas historias que nos narras, a las que tú les sabes dar una categoría y un color especial, ya sabes que es un tema que a mí me apasiona: pienso que el presente se nutre del pasado, por lo que creo que siempre es oportuno escribir sobre esa meteria para que la juventud sepa que la vida no ha sido siempre un camino de rosas. Y la mejor prueba es que un caldo de caracoles podía ser un manjar para mucha gente en aquellos años que mejor sería no recordar.

Gracias por acordarte de mí, yo lo tengo todo un poco abandonado, espero ponerlo en marcha nuevamente.

Como siempre, es un gozo leerte. Un abrazo.

Piedra dijo...

Amigo Gore,como siempre tus palabras levantan el ánimo más que el caldillo de caracoles lo hacía.Expresiones

Anónimo dijo...

Miguel ... qué bellas historias narras.
me hacen recordar al pasado que vi tan de cerca en mi viaje a Cuba,cuando en La HAbana vieja , en la bodeguita del medio y tomando un mojito,veía ante mis ojos un tiempo anacrónico a nuestros días.
Antaño los bares eran cosa de hombres... hoy podemos compartirlo.
En mi país el caldo de caracoles lo reemplazamos con el caldo de caracúes (parte inferior de la pierna vacuna)...
Sigue...sigue contando historias,testimonio fiel,de haber vivido plenamente.
Un abrazo muy grande desde Argentina
Susana