04 diciembre 2008

Vega de Liordes. Picos de Europa




Vega de Liordes
mares de piedra
lago de hierba verde.
Regato de aguas claras
sed de la canal Remoña.
Muros altos del Friero
nido de águilas
refugio de rebecos.
Sueño con ver
tu cielo lleno de estrellas
oír tus silencios de cencerros
el rumiar del ganado
sin prisa, sin tiempo.
Subir el cordal del Llambrión
con sus lagos escondidos
Cimero y Bajero
agua lenta, tranquila.
Andar reposado por las Colladinas
arriba camino de collado Jermoso.
¡Quién pudiera volver
a tu campa
con los amigos
del alma!


Fotografía: vega de Liordes. Picos de Europa.

21 noviembre 2008

Un libro olvidado entre las manos

Esta tarde, al despertar, se dio cuenta de que tenía un libro entre las manos. No recordaba de qué trataba. Lo tenía que haber leído hace poco, pero le parecía algo extraño entre sus manos. Su autor no le decía nada, era un nombre extranjero y no tenía ni idea de cómo había llegado a su casa. Desde hace un tiempo se quedaba dormido en la butaca y al despertar se encontraba con un libro en el regazo, como llegado del cielo.
Nunca había sido un lector de novelas. El portero le pasaba aquellas novelas del Oeste que devoraba mañana y tarde, y él, nunca se atrevía a decirle que no las soportaba. Las dejaba encima del aparador, y al cabo de unos días cuando calculaba un tiempo prudente se las devolvía.
En propiedad había que decir, que había sido lector de una novela, una única novela, que releía a menudo y llegaba a recitar de memoria capítulos enteros. Aún recuerda la historia del chino premiado con la flor de Lis en aquellos juegos florales, cuando: "se levantó desde el fondo de la platea a recoger su galardón, con la cara de chino que ponen los chinos cuando llegan temprano a su casa, dejando atónito a todo el público asistente". No se cansaba de García Márquez en su “Amor en los tiempos del cólera”. A cada frase le encontraba varios sentidos y aunque se la sabía casi de memoria, tenía que releer lentamente para disfrutarla.
Más bien era lector de periódico, esperaba con ansiedad la columna de González-Ruano, y después se pasaba a los anuncios necrológicos. Le entretenía el buscar los apodos de los difuntos. Tenía una colección de motes recopilados de sus muchos años de lector. En una época llegó incluso a viajar a provincias para buscar en los periódicos locales los alias que echaba de menos en los de la capital. Prefería los asturianos y sobre todo los del Oriente, en ellos encontraba necrológicas de un gran número de indianos, que a pesar de haber pasado media vida en las Américas, a la hora de viajar al otro mundo, mantenían el sobrenombre con el que fueron conocidos en el terruño donde habían visto la luz.
En tantos años de necrológicas, no perdía la esperanza de encontrar el lema apropiado para su epitafio. Aunque ya guardaba uno en reserva, sus amigos le comentaban que tenía que pensarlo detenidamente; al fin y al cabo era para toda una eternidad, y con la quiebra reciente de las fábricas de pantalones vaqueros, aquello de: “nunca usó vaqueros” perdía un poco su sentido.

19 noviembre 2008

Desde mi butaca




A Nofret

Hoy he visto perderse el perfil de los árboles en el horizonte, al principio se recortaba sobre un cielo rojizo que poco a poco pasó a gris y al momento dejó de verse, se fue como por ensalmo. Son encinas, robles y fresnos. Los fresnos y robles parecen fantasmas desnudos al perder las hojas. Sólo destaca el porte de las encinas, sus copas grandes, redondeadas, me señalaban el horizonte sobre el cielo que ya presagiaba el agua.
La lluvia empieza a caer lentamente y la música de las canales suena intermitente. Ahora tras la ventana sólo veo oscuridad, como si la oscuridad se viese; pero el cantar de la lluvia, me dice que existe, que fuera está la lluvia y algo más. Deben seguir los árboles aunque no los vea, hay cosas que están sin ser vistas. Debe seguir el aguilucho que caza en el prado vecino, ¿tendrá un lugar donde refugiarse de la lluvia? o como hace a veces, ¿se subirá al palo más alto de la cerca o se esconderá entre el follaje de las encinas? Deben seguir los petirrojos, que durante el día revolotean por el prado buscando su comida. ¿Dónde se refugiarán los topos en la tierra encharcada? ¿Encontrarán cobijo bajo las piedras del muro, o se esconderán bajo el porche de la entrada?
La lluvia cae lentamente, es un agua tranquila que empapa la tierra, el sonar es suave, a veces parece perderse en el silencio de la casa. !Qué dicha no tener televisión!, poder oír el ritmo de la lluvia que suena en las canales y en otros momentos se hace casi inaudible.
Este otoño vino lluvioso, ha sido un buen año de setas. Las lepiotas se han criado hermosas, era una delicia entreverlas bajo las encinas, junto a las lepistas y champiñones.
El acebo ha echado hojas nuevas, hojas tiernas, de un verde claro entre las bolas rojas y las hojas viejas, oscuras.
La camelia está repleta de capullos, promesas de flores grandes para que cuando lleguen los fríos del invierno adornen la portada con su color grana.
Los rosales ya los he podado, están preparados para la invernada, y los cerezos tienen su copa formada, esperando con sus yemas llenarse de cerezas esta primavera.

15 noviembre 2008

Mientras acariciaba


Mientras acariciaba el mudo instrumento musical, recordaba las mañanas de los domingos cuando entraba en la Plaza Mayor a escuchar los pasodobles que desde la glorieta tocaba la banda del pueblo. Se colocaba bajo la gran palmera que vio crecer desde pequeña; en aquel entonces, para protegerla le ponían un barril de madera alrededor y hoy ya superaba la altura del ayuntamiento.
Este mediodía, seguía el compás de la música por los movimientos de la batuta del director. El pasodoble lo recordaba de memoria, pero un movimiento brusco le delató que algo había cambiado.
Entonces vino a darse cuenta de que los músicos eran otros, en lugar de sus uniformes azul oscuro con las charreteras doradas como generales sin mando, la banda vestía de colorines variados. Una gama de verdes, rojos y amarillos daba tal colorido a la glorieta que pareciera que el arco iris de Noé se hubiese posado sobre ellos. No podía explicarse cómo no lo había visto anteriormente. Era dura de oído desde que pasó las paperas, pero la vista la tenía como los linces.
Hizo un recorrido mental de sus pasos esa mañana; se había levantado con el pie adecuado, el derecho; pero ese no fue el caso cuando pisó la calle tras el escalón de su casa. Recuerda muy bien que tuvo que volver a echar el pie al darse cuenta de que pisó con el izquierdo. No le dio importancia en principio, pero un resquemor le quedó en su mente.
Cuando caminaba por la calle Ancha camino de la Plaza Mayor, se cruzó con Juan que siempre la saludaba, y hoy volvió la cabeza como si no la viese. Juan era un antiguo pretendiente que sin saber la causa no llegó a cuajar, pero nunca le había negado el saludo. Quiere incluso recordar una época, en que Juan le acompañaba en el paseo hasta el templete de los músicos y allí se despedía. A él no le iba la música cargada de bombo.
Al entrar en la plaza, no lo hizo como siempre por el lado de la palmera. Sin saberlo, se encontraba junto a los pacíficos, esos que iban cambiando de color con el tiempo: empezando con flores blancas y acabando rosadas antes de marchitarse.
De pronto miró alrededor y vio a otras gentes, como de otros sitios, con otros ropajes; unos llevaban chaqueta pero con pantalón corto a la rodilla, otros un traje talar, el de más allá se cubría con un sombrero a lo tejano, el otro vestía como un arlequín; el cura parecía un canónigo con los botones de la sotana rojos, y el guardia civil con su tricornio llevaba unos bigotes tan enormes que le salían al mirarlo de espalda.
En ese momento al ver los bigotes tan hermosos, cayó en cuenta de que había llegado don Carnal, y ella no sabía cómo había sido.

09 noviembre 2008

Los olores que le eran tan queridos




Le gustaba recordar el olor de su Juan cuando volvía de trabajar en la sierra. Era una mezcla a tomillo, macho y romero que le trasmutaba su ser. Hoy, hace años de aquello, aún lo huele cuando se va a la cama algunos días de invierno, entonces la soledad del fuego en la chimenea le trae recuerdos de aquellos tiempos felices en la crudeza de la vida.
Fueron unos años maravillosos, su Juan trabajaba en la sierra destilando aromas de tomillo y romero, ella mantenía la casa como una patena. Cuidaba su maceta de albahaca y al hacer la cama, colocaba unas hojas bajo la almohada para que el olor a macho de su Juan no le hiciese perder el control rápidamente. Le gustaba disfrutar con lentitud de las sensaciones y olores que le traía su Juan.
Aunque Juan era callado, le adoraba por muchas razones; esa calma que se respiraba a su lado le traía recuerdos de los primeros días de relaciones. Juan llegaba, se sentaba cerca de ella en aquel poyete del cortijo y sin saber cómo, le entraba un temblor en el labio que no podía parar. No mediaban palabra alguna, pero el sentir era mutuo. Juan con su mirar se lo decía todo, y ella con su temblar le contestaba.
El cortijo era una casa pequeña, los dos cuartos con las ventanas a la fachada y un poyete siempre blanqueado donde sentarse a la recacha en los días fríos del invierno; la mar a lo lejos y el Cerro las Puertas enfrente. Su madre, siempre atareada, cuando no preparaba el horno para el pan hacer, buscaba cigarrones para el pájaro perdiz o llevaba la cabra a los pastos tras el cortijo, les dejaba a ellos pelar la pava con toda la tranquilidad de la sierra.
Desde aquellos días primerizos tenía los olores de su Juan en el recuerdo, una mezcla a sierra y hombre que desde entonces le acompaña en tantos avatares como le ha llevado la vida.
Los años con su Juan corrieron como la espuma, se pasaron en un sin sentir. Qué pena no recodar sus andares, los rasgos de su cara que se desdibujan con los años. Ojalá los recuerdos fueran como los olores, que quedan grabados en algún rincón y no se borran; parece que están escondidos y cuando vuelve uno, vuelve todo lo que le rodeaba.
Hoy, al oler a tomillo, le vino el recuerdo completo de su Juan, con todos sus olores y sentimientos; pareciera que lo tenía a su lado en aquella cama grande con olor de albahaca.

01 noviembre 2008

El chocolate del loro



El Ayuntamiento de Nerja vende el agua del pueblo por 25 años.

Con la que está cayendo

No estamos de acuerdo con aquello de “ en tiempos de tribulaciones no hacer mudanza”.
Tenemos que cambiar los modales, no es posible seguir con el modelo “gilista” de gestionar nuestros ayuntamientos.
No entramos en los numerosos casos de corrupción de la administración municipal en tantos pueblos de España de toda clase de ideología política, labor que esperamos vaya poco a poco cayendo en manos de la justicia.
No podemos permanecer callados, cuando una vez acabado el becerro de oro del boom inmobiliario, vemos cómo nuestros pueblos venden sus riquezas para seguir montados en el mismo tren de derroche y endeudamiento.
El loro está tan repleto de chocolate que ya no puede volar.
No es de recibo que sin ningún control externo, los miembros de un Consistorio se reúnan para ponerse el sueldo a cobrar. ( alcaldes que se ponen sueldos mayores que los ministros )
Hemos conocido pueblos endeudados por gastos sin ninguna necesidad, la lista puede ser interminable:
Cerrar el paseo público para reunirse a comer ellos, a cargo del consistorio.
Cambiar toda la rotulación de las calles, copiando lo mismo que hacen otros, sin tener en cuenta que la rotulación existente hacía su función extraordinariamente.
Renovar las marquesinas de las paradas de autobuses estando nuevas las recién puestas.
Sacar, meter y volver a sacar en las aceras según capricho los contenedores de basura.
Sacar, meter y volver a sacar las paradas de autobuses de las aceras.
Renovar los mármoles del ayuntamiento sin motivo aparente.
Cambiar el enlosado de paseos, aunque el anterior fuese artístico y en buen estado.
Vender todos los solares de aprovechamiento urbanístico, y dilapidar el patrimonio común.
Vender riquezas naturales como el agua, creando empresas mixtas en la que colocar como consejeros a medio ayuntamiento. En el último caso que conocemos la empresa tendrá 12 consejeros ( Ni un consejo ministerial de un Estado ).
El listado puede ser infinito.
Pediría por lo menos, que se reformase la normativa para que los Ayuntamientos no pudiesen retorcer la ley y vender el patrimonio mediante la creación de empresas mixtas; y exigir un control externo para sueldos y prebendas, y así no tener que pleitear por ver qué alcaldes tienen más consejeros o sueldo más elevado.

13 septiembre 2008

Andalucía




Tonos y colores distintos
historia ya vieja
de gentes diversas.
Llanos de Andalucía la Baja
montañas de la Alta.
Perfiles de mares abiertos,
hombres y mujeres
de un mundo mestizo y nuevo,
ya viejo en esta tierra
que vio nacer a otras gentes
de etnias y colores diferentes.
Sueño de un mundo
que comparta la alegría
por ver crecer al hijo
de esta tierra andaluza.

11 septiembre 2008

A mi nieto Áyobe




Señalas al abuelo Miguel.
Sin hablar te vales de tus manos
para llamarlo.
No sabes que tiene otra piel,
que el color de su cara es distinto,
que sus pelos blancos
algún día serán los tuyos.
Pronto podrás decir
que la sangre también nos une
que no sólo es amor de abuelo,
que el cariño viene de lejos
del principio de los tiempos
cuando todos éramos iguales
y el corazón no entendía
de colores diferentes.

23 julio 2008

Mi madre y mi nieta




Dos miradas interrogantes
al presente y al futuro.
La bisabuela viene tranquila
tras su largo viaje,
en brazos trae
la biznieta que inicia el camino.
Quiere guiar sus primeros pasos
enseñarle lo que sabe,
recordar la herencia
de otros hombres y mujeres
que fueron antes que ella
por caminos semejantes.
Dos vidas unidas
por el vínculo de la sangre,
dos miradas parecidas
de ojos expectantes
abiertos a la vida
al futuro, al presente

Recuerdo sin olvido


"Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido."
Pablo Neruda


Esta noche quiero recordar
una playa bañada por las olas
un camino de luces en la mar
un reflejo de plata en la orilla
una barca varada sin nombre
un olor intenso a marismo.
Unas huellas de pasos conocidos
unos labios de amor soñados
un deseo de abrazos,
un cruce de miradas que fueron
un sueño de amor.
Un corazón aún herido
un volver aquellos días
de luna llena en la mar.
Dos manos unidas
dos cuerpos encontrados
un amor ya olvidado
una herida eterna
un recuerdo sin olvido.

18 julio 2008

Educación y sociedad


Educar nunca ha sido fácil, y menos reconocer los fallos cometidos. No podemos sacralizar el concepto de integración. Convertir los institutos de secundaria en meros espacios de acogida de analfabetos. El profesorado de ellos no está preparado para enseñar a leer y escribir. El alumno que entra en secundaria sólo por tener la edad correspondiente, sin conocer el idioma y mucho menos leer y escribir, sale en muchos casos tan analfabeto como entró. Admiro la valentía del Gobierno de Cataluña que ha visto la necesidad de conocer por lo menos la herramienta de trabajo, como es el lenguaje y la escritura, antes de mezclar en una clase niveles tan extremos que son incompatibles.
He conocido alumnos inmigrantes, aislados completamente en una clase de 30 compañeros, ni sus mismos compatriotas, ya integrados, eran capaces de ayudarles, y el profesor de secundaria, que toda su vida estuvo preparando a sus alumnos para entrar en la Universidad, intentando hoy decirle que la ¨m¨ con la ¨a¨ suena ¨ma¨, además de atender al alumno trisómico y al otro 20% de nacionalidades y niveles todos diferentes. No sé si las clases de acogida e inmersión en el idioma común deben estar fuera o dentro del centro de secundaria, pero lo que he conocido de sólo 2 horas a la semana para el aprendizaje de la lectura y escritura y el resto en las clases comunes, es un fracaso total.
En lo que no tenemos más remedio que seguir luchando, aunque sea a cara de perro, es en la implantación de la asignatura de la Educación para la Ciudadanía. El reconocer que puede existir una moral laica y democrática que integre a hombres y mujeres homosexuales y heterosexuales con los mismos derechos cívicos, no es una tarea fácil.
Saben que es un torpedo en la linea de flotación de la moral religiosa que desean sea exclusiva. Dejemos que el Sumo Pontífice recorra el mundo pidiendo perdón por sus curas pederastas y que sus obispos salgan a la calle, con gorrillas, acusando con la mayor hipocresía de antidemócratas a los partidos que no comulgan con sus ideas; pero luchemos por dar a conocer todos los derechos y deberes que nos corresponden como ciudadanos

14 mayo 2008

Anica "La duquesa"



No era como otras veces. Esta vez se había ido sin avisar. No dijo ni: “me voy”. Aunque es cierto que tenía motivos; su hija, Carmela, se había “subido a la ventana” antes de tiempo y el cura no quería casarla si no era de madrugada.
Seguro que había cogido el tren a Madrid y quién sabe cuando volvería.
En casos como este, Anica echaba mano de sus dotes de espiritista y tras la puerta, con su pañuelo negro a la cabeza, convocaba a sus difuntos para que le informasen de las andanzas de su marido.

02 mayo 2008

Primavera en Pacanda. Llanes


 

Hoy, tras mi ventana veo el prado florecido. Son unas pequeñas flores blancas que iluminan el verde de la hierba, quizás manzanillas o margaritas pequeñas. La primavera ha venido y los primeros rayos de sol tras la lluvia hacen brillar el prado con una fuerza que parece venir de la tierra.
Los cerezos ya relucen sus blancas flores al sol de la mañana, son las primeras de mis cerezos y aunque pequeñas es una esperanza para el futuro. Verlos crecer es mi ilusión del mañana.
La peña refleja el brillo del sol en la hierba recién brotada, e incita a ser conquistada. Quizás un día me anime y suba a la cima. Tiene que verse el horizonte de la mar cercana.
Los fresnos están llenos de hojas verdes, tiernas, pequeñas, para cobijar a las lavanderas en su ir y venir al prado donde su caminar es más un baile, con la cola que sube y baja, que una batida de caza.
El nogal tiene un tinte marrón, no es verde aún, las hojas luchan por salir de su invernada y cubrir al gran árbol en todas las ramas.
El mirlo da tres pasos y se para, se prepara a cazar al acecho los insectos entre la hierba rala.
En el cielo el aguilucho pelea con los cuervos por el espacio de vuelo del territorio de caza.
Las gaviotas rebuscan en el prado su alimento de la jornada, seguro que la mar hoy no las alimenta, quizás mañana.
El petirrojo salta del muro al prado y del prado al muro, como jugando con su libertad alcanzada.
El gato, felino, inmóvil levanta una pata, da un paso, fija la vista y no pierde detalle del rastro del topo que se esconde rápido bajo la tierra.
La pomarada del fondo parece como nevada, es una garantía de que hogaño tendremos sidra para animar las veladas.
Las ovejas pacen tranquilas, no saben qué hacer con tanta hierba y los corderos saltan de dicha, jugando con las madres al escondite entre los manzanales de la ería.
El cuco no para de cantar, estará buscando donde colocar sus huevos. Aún no sabe qué padres adoptivos encontrar, si el nido del mirlo o el del estornino será mejor hogar.
Los jilgueros van y vienen, ya no tienen el cardo que tanto les hizo disfrutar. Era un cardo grande, lleno de flores en sus ramas, donde una bandada venía a buscar las semillas. A mi me dejaban mirar sin molestar.
La camelia aún abre sus flores rosas, las últimas de la temporada, a ella le viene mejor los fríos del invierno que los calores del estío.
Los acebos están llenos de hojas nuevas, y pequeñas flores blancas que serán frutos rojos para en el próximo invierno alimentar al mirlo, cuando las nevadas.
Los rosales, junto al muro de piedra, son una promesa de flores rojas abiertas, han crecido y brotan con fuerza.
La palmera ha sufrido los rigores del invierno, aparece con hojas secas. No temo que se pierda, el tallo verde me da esperanza de que crezca. Mi ilusión es tener una palmera a la portada, como en las casas de mi otra tierra malagueña.
El aguacate se ha salvado de las heladas, lo cubrí con un abrigo de tela y parece revivir cada primavera. Los kiwis crecen rápidos, les viene bien la humedad de Pacanda y esperamos por fin recoger cosecha este otoño, será la primera. Para eso planté macho y hembra.
La yedra cubre ya el muro y gana la batalla a la zarzamora. Este verano buscaremos las moras, para la mermelada, en los zarzales cercanos por los setos camino del río.
A la puerta, estos días, he plantado begonias y petunias que animen con sus flores las tardes de lluvia entera, cuando el cielo se cubre de nubes negras y esponja la tierra con el agua que deja.
Hoy brilla más el acebo ¿será por la primavera? o ¿por la luz de la alborada?

Fotografía: Pacanda, Llanes.

23 abril 2008

Don José


Si, yo conocí a Don José, maestro nacional en Nerja. Había llegado de detrás de nuestra sierra Almijara, de un pueblecito llamado Játar. Mucho tenía de señor de su tierra, ya de mayor lucía una barba quijotesca, y algo de Quijote si tenía: su amor por los libros.
Era tal su cariño que no conocía libro malo y su casa era un dije. En cada rincón, encima del quicio de las puertas, en baldas entre dos sillas, en paredes repletas, en la cocina, en un armario del cuarto de baño, en cualquier sitio, había libros.
Y sus libros no eran puro adorno. Se quitaba sus gafas de miope y parecía probarlos. Los leía tan de cerca, que seguro le sacaba el gusto. Se deleitaba con la lectura y rara vez levantaba la cabeza para descansar. Claro, su sabiduría era enciclopédica. Además de saber latín y griego su conocimiento de la Historia era tal, que no había tema del que no estuviese documentado.
Tan Quijote que, por amor al arte, montó la biblioteca municipal de Nerja recopilando los libros que ya no le cabían en casa; pero no en un edificio cerrado. La abría al público y recomendaba lecturas a todo el que caía por allí
A mi me dio a leer a Pereda, Valera, Azorín etc., y no se cómo, después de la Odisea, llegué a leerme Os Lusiadas de Camoens, sin saltarme las memorias de De Gaulle o las de Rommel. Si, me hizo un empedernido lector y a él le debo mi amor por los libros.

Don José Cobos Ruiz; murió el día del libro, hace hoy 25 años. Cuando cojo entre mis manos algún libro, siempre lo tengo presente.

14 abril 2008

El día que no me declaré


Nací en el límite. La frontera era Granada. De niño me gustaba jugar sobre los mojones con un pie en Málaga y otro en Granada, pero por esa tierra de montañas agrestes que hunden sus raíces en la mar no pasaba el tren. La única referencia que tuve de él, eran las historias que mi madre me relataba de los viajes con el abuelo.
El abuelo tenía "culo de mal asiento" y casi todos los años pedía en el concurso de traslados.
- Marianica, déjale que se vaya, así mientras busca casa y nos reclama, descansamos un tiempo. Decía mi tía abuela a su hermana.
De esa forma habían recorrido media España, dejando en cada pueblo un Manolo. Me contaba del Manolo de Cádiz, del Puerto de Santa María, de Rute, e incluso del de Seo de Urgell.
La historia era siempre la misma; casi todos los años nacía un crío que al llegar el verano subía al cielo, pero claro, subían de media España y cada uno hacía su ruta. El que más tiempo duró fue el de Aranjuez. Las aguas del Tajo en esa época bajaban claras y el niño aguantó los calores de su primer verano.
Me gustaba escuchar las historias de esos viajes en tercera. Lo primero que hacía la abuela era ponerle un guardapolvo a cada uno de los niños. Aparte de los Manolos que se iban trasladando al limbo (en esa época aún estaba abierto), la familia tenía una hembra y dos varones, los tres mayores, que sin saber la causa se criaban con salud y llegarían a viejos. Bueno, el menor de los tres, Antonio, murió de una bala perdida en el frente del Ebro, y aún me parece estar viendo a mi abuela bajar al patio de la casa para charlar con su espíritu.
Naturalmente, los traslados se hacían con los cuatro bártulos. Recuerdo las peleas con mi hermano por una silla determinada que conservaba bajo el asiento una etiqueta con los datos de un viaje. La cosa llegó a tal punto que, a pesar de que mi madre la había raspado con estropajo de esparto, seguíamos con la disputa al reconocer la diferencia de su asiento más claro con respecto a las restantes. Durante muchos años lo único que conocí de los trenes fue por las historias de mi madre. Me imaginaba un tren echando humo y poniéndolo todo negro de carbonilla. No sé cómo, pero incluso llegaba a imaginarme el ruido de las bielas sobre los raíles.
Vi por primera vez de cerca un tren el año en que mi madre me llevó a hacerme el primer traje con pantalones largos a un pueblo cercano. El sastre vivía cerca de la estación y cuando reconocí el tren, éste no se parecía en nada a esos trenes imaginados en mi niñez. Ni echaba humo, ni la locomotora hacía ese ruido; tenía un solo vagón y estaba pintado de verde. Después lo vi muchas veces andando - más que corriendo - por la orilla de la mar, tan cerca de las olas que cuando la mar se molestaba no lo dejaba pasar.
Como corría entre el mar y la carretera, cuando iba en el camión de mi padre le retaba a una carrera imaginaria. Pepe, el chófer, parecía darse cuenta, aceleraba el "Pegaso" y de esa forma adelantábamos al tren. Más tarde me enteré que la "cochinilla" no era un tren de los de verdad; era de vía estrecha y por eso no se parecía a los soñados por mí.
Mi primer viaje en tren fue el día en que no iba a declararme.
Era ya mayor de edad y estando en Córdoba, compré el billete de tercera en el "correo" a Málaga. Los recuerdos de los viajes de mi madre con los abuelos me vinieron a la memoria, y lo primero que hice fue sacar una camisa de pijama y colocármela encima de la ropa para no mancharme con la carbonilla. Cuando me senté en mi vagón nadie llevaba guardapolvo, tampoco se extrañaron de verme con el pijama. Inmediatamente se rompió el hielo, se formó un corrillo y empezaron a contar los daños de la riada en los campos de su pueblo.
El viaje era lento, de vez en cuando parábamos en un descampado solitario rodeado de tierra calma. Imaginaba que era para coger agua, como había visto en alguna película del "Oeste". Aunque intentaba mirar por la ventanilla, no observaba ninguna operación de avituallamiento. A lo lejos se veía algún cortijo blanco con su palmera en la portada, pero no podía adivinar lo que hacíamos tanto rato parados en aquellos descampados
Otras veces atravesábamos campos de olivos y extasiado por su regularidad y belleza me salía la vena de poeta. Una pena, solo recuerdo un verso: "Botones de plata que ciñen la tierra...".
Llevaba ya toda una mañana en el tren, cuando los vecinos empezaron a sacar sus tarteras y ponerse a comer. Al darse cuenta de que yo no había echado hatillo, me ofrecieron de sus viandas. Sólo probé un trozo de pan con tocino veteado.
El tren seguía su caminar -es un decir-, y esperaba que parase en alguna estación con cantina donde poder tomar algo caliente. No fue tal el caso. Paraba muchas veces, siempre en los lugares más desiertos.
Sería ya sobre las cuatro de la tarde cuando, no sé cómo, apareció un vendedor de bocadillos de tortilla de papas. Los pregonaba a voces y los ofrecía calientes de una canasta de cañavera. Como por vergüenza no había comido casi nada, le compré uno y, cuál fue mi sorpresa, cuando al tirar el primer bocado, unos como hilos seguían uniendo la tortilla al trozo que mantenía en la boca y aunque estiraba el brazo, no conseguía separar el bocado de la tortilla. No podía imaginar la clase de huevo de que estaba hecha, pero mis ganas de comer eran mayores que los escrúpulos y pegando tirones acabé con el bocadillo.
Con suerte terminé el almuerzo antes de llegar al "Chorro", lugar que no conocía. Los compañeros de viaje me avisaron para que no me lo perdiese, y mirando por la ventana entre túnel y túnel, pude disfrutar del desfiladero con el "camino del rey" colgado en la mitad de la pared de roca.
Al acabar el desfiladero el valle se abría en un vergel de naranjos y limoneros, y ya entraba por la ventana el aroma de la mar cercana.
Arriba se veía un castillo. Tenía fresco el romance de "Álora, la bien cercada" y mentalmente lo recitaba, recordando los años de colegio.
Con la tarde caída, llegamos a Málaga. Antes de bajar me despedí de Frasquito, mi compañero de viaje, con el que después de un día casi entero charlando llegué a congeniar de tal forma que aún siento, no haber ido a su pueblo a conocer a su mujer y a sus hijos como le prometí aquella tarde.
Hoy hace cuarenta y tres años, ocho meses y veinticuatro días de mi llegada a Málaga en ese tren, y siento como aquella tarde, el escalofrío que recorrió todo mi cuerpo la primera vez que tomé la mano de la madre de mis hijos y abuela de mis nietos.
- Tranquila, no vengo a declararme. Le dije cuando nos sentamos en aquel banco del andén. La estación tenía una filigrana de hierro que el sol del atardecer iluminaba. Sin palabras nos quedamos un rato mirando la puesta de sol.
El último viaje que hice con mi mujer fue hace unos días en el tren de Florencia a Siena. Enfrente teníamos a dos tortolitos haciéndose carantoñas y, de envidia, nos cogimos de la mano para ir contando los cipreses en las colinas de la Toscana.