30 septiembre 2011

Arenal de San Martín. Llanes










Será por San Miguel o por San Martín, quizás por ambos. El día de ensueño, la mar tranquila, la temperatura increíble para el otoño de Pacanda, 30º. El agua templada, el baño al ritmo de las olas, qué más pedir a estos regalos de días, en el otoño luminoso del caminar hacia no se sabe donde.
Las mil y una playas de San Martín. En marea baja hasta los bajíos más profundos quedan al sol: El Sablín, La Almenada, La Portilla, San Martín, La Penal, La Nixon, y los castros Gaiteru, San Martín, Isla de Poo, castru Pelau. No vamos a perdernos con los nombre, vamos a perdernos por el arenal.
Si no sabemos donde acudir de tanta belleza, primero iremos al este, a visitar el castru Pelau y si la marea lo permite descansaremos, después de un baño, en la recoleta playa (El Sablín) a levante de la Isla de Poo, también con acceso a traves de un arco en la propia isla.
Después, a la vuelta, con la vista a poniente, todo la playa para nosotros. Se merece dos paseos, uno por la lámina de agua, espejos de los castros, y otro por la arena al pie del acantilado.
San Martín, tiene otro encanto, no tiene acceso de coche. Se ha prohibido que los vehículos lleguen hasta la misma playa, como era habitual hace unos años y el público que accede sufre la bendita selección de molestarse en caminar.
Me ha sido difícil seleccionar las fotos, pero espero ofreceros un reflejo de la belleza de San Martín, Llanes.

27 septiembre 2011

Azules y verdes de Pacanda.


En mi Pacanda, los azules nacen de los verdes, verde de esperanza y azul de ilusión, o quizás sea a la inversa y los verdes sean de vida recién nacida y el azul, de cielo en tardes limpias de otoño.

Acabo de llegar a Pacanda y su alma me invade, ya sueño en andar por veredas y caminos, sin destino, a ver que me ofrece la mañana. Si encontraré a los corzos tras el muro de hiedra, o si la lavandera saltará con su baile para indicarme el rincón donde aún canta el ruiseñor y las últimas golondrinas se reúnen para preparar su retorno a tierras del sur.

Azules y verdes de una nueva bandera, que quisiese ser de paz entre tanta desdicha como recorre la humanidad. Ya se que siempre fue así, que el fuerte esclavizó al débil, pero me rebelo en mi impotencia y no admito que unos tengamos tanto y otros casi nada. Que el hambre en tantos lugares sea dueña de vidas sin ningún control. Que la vida no tenga, a veces, ningún valor y de lo mismo cientos que miles, los que huyen de la hambruna en Somalia o en Etiopía, y yo siga mirando mis flores azules y verdes como si el mundo no fuese uno y la vida siempre un tesoro.

18 septiembre 2011

Camino a Tielve, Asturias.







Quizás fuesen las primeras nieves del otoño, o mejor las últimas de primavera. No recuerdo muy bien si subía o bajaba por el puente, pudiera ser que viniese de vuelta o más bien, fuese de ida. Sí recuerdo con claridad que los crocus levantaban sus pétalos entre la nieve, por tanto bien pudiera ser primavera y las primeras flores de temporada luchaban por emerger del suelo tapizado por los copos, o tal vez eran los primeros fríos del otoño cuando las merenderas buscan el sol, antes de quedar en la oscuridad de la tierra para el largo invierno.
En el camino a Tielve, la nevada había repartido su manto blanco por trochas y veredas, pero el paseo era una delicia al sol de la mañana. El aire en calma traía aromas de sierra virgen, como si fuese el primero en pasar por el puente a pesar de los muchos soles que habían calentado sus piedras y tantas nieves lo habían blanqueado.
El pueblo aparecía dormido, colgado en la ladera de la montaña, ninguno de sus 71 vecinos, 36 varones y 35 mujeres, habían encendido aún la chimenea y ninguna columna de humo se elevaba del caserío. No teníamos prisa, el día era por entero para nosotros y ya abriría Angel, el cartero, su chigre para calentarnos con un café de pucherete.

12 septiembre 2011

Torre almenara del río de la Miel, Nerja.




   Aún en su mitad partida, mira hoy la mar rendida a sus pies. Fueron otros días, otros avatares de mar brava los que le hicieron entregar parte de su arboladura.
Recuerda como un sueño, cuando en su almenar se levantaba una gran ahumada durante el día o un gran fuego en la noche, para dar alerta de tropas enemigas llegadas de Berbería o de la cercana Gibraltar, tanto daba unas como otras. 
Todos apreciaban el buen papel que se fabricaba en el cercano molino del río de la Miel, desde que el gobernador de las Américas Manuel Centurión Guerrero de Torres, que lo fue en la provincia de ultramar La Guayana, lo levantase en 1799. (Se conserva la gran mole del edificio del Molino de Papel y el escudo gentilicio de los Centurión en su fachada).
Durante muchos siglos anteriores protegió de las aguadas sin alcabalas, a tantos como deseaban las permanentes y ricas aguas del río de la Miel, que desembocan cristalinas en la misma mar mediterránea. (Hace años me sorprendió ver beber agua en el mar a una piara de cabras, al pie de la torre. Con la mar en calma, el agua dulce, de menor densidad, flota sobre la salada, como tuve la curiosidad de comprobar, al ver las cabras dentro del mar.


TORRE DEL RIO DE LA MIEL

“Dista esta torre media legua de la antecedente, su costa áspera de peñascal y tajos a la mar. excepto dos pequeñas playas. tiene dos cañoncitos de a cuatro de bronce, su almacenito de pólvora, torreros y tres soldados, necesita alguna reparación su parapeto.
Entre esta y la anterior torre desemboca el Arroyo de la Miel, que siempre tiene agua y se defiende de la presente torre”.

“Relación del estado de todos los puestos fortificados de los ocho Partidos de la costa del Reino de Granada”. Antonio Mª Bucareli y Ursúa 1762 . Legajo 3121 Archivo General de Indias. Sevilla.

Aunque los orígenes de las torres vigías en nuestra geografía peninsular se remontan a época romana, nuestro litoral se protegió de forma sistemática con torres de almenara en época nazarí. Fundamentalmente se construyeron en tiempos de Yusuf I, bajo la dirección del primer ministro Abu-l- Ridwan ( 1329-1359 ).

almenara1.
(Del ár. hisp. almanára, y este del ár. clás. manārah, lugar donde hay luz, faro).
1. f. almenar1.
f. Fuego que se hacía en las atalayas o torres para dar aviso de algo, como de tropas enemigas o de la llegada de embarcaciones.

07 septiembre 2011

Verano 2011


Es difícil elegir entre las criaturas de uno, pero de este verano me quedo con la toma desde los Castillejos en la sierra Almijara nerjeña.
Hace años dejé escrito en mi “Paisaje y educación II” :

“La belleza hay que conquistarla. Sierra Almijara es dura, agreste, altiva pero ofrece su belleza insólita a los que con respeto se acercan a ella. No permite un conocimiento fugaz. Se entregará a los que con tesón quieran conocerla”.

Este verano pude volver a conquistar la belleza. El horizonte en los Castillejos es tan amplio, que se pierde la vista desde Sierra Nevada hasta Sierra Blanca, desde cabo Sacratif en Motril a la punta de Calaburra en Mijas y todo el mar de Alborán hasta las estribaciones del Rif.
Los amigos que siguen el blog, conocen mis andanzas de estas vacaciones en Lille, Arrrás, Pás de Calais (Francia). Cerca de mi tierra, por el corazón de la Axarquía: Archez, Salares, Frigiliana, y algunas salidas por los acantilados de Maro y Nerja. En el norte de España, mi querida Pacanda y sus rincones, con una breve visita a Santander.
De todo mi archivo fotográfico de esta temporada, he querido destacar las vistas desde los Castillejos, espero que sepáis comprender mi debilidad por Sierra Almijara.

02 septiembre 2011

Color ?










¿Será color, el verde de los prados de Pacanda, el azul del cielo sobre los mares asturianos, o la cara de Áyobe esperando al abuelo? ¿Quizás el hayedo en otoño, o su mirada cuando dice ”ya vale”? ¿El rosa limpio de las hortensias, el gris de las montañas de Nerja, o el azul intenso de los pensamientos?
No, color es la sonrisa de Áyobe jugando con los vilanos al viento.

01 septiembre 2011

Santander











Érase una ciudad abierta a la mar, a la mar recoleta, pintada a sus pies. Un mar tranquilo donde pasear la mirada en el horizonte de verdes montañas, y navegar al socaire de los vientos, sin prisa, despacio, sin necesidad de salir a alta mar para llegar a playas de ensueño, allí donde descansan las olas en su duro caminar por un Cantábrico embravecido.
Las casas, en la ladera, se levantan unas sobre otras para otear si entra por la Bahía algún barco que traiga esencias de ultramar, como si los montañeses volviesen a su tierra con aromas de otros continentes, de otros mundos por descubrir.
Esta tarde, la pintora retrataba la Bahía y se dejaba retratar para demostrar que la belleza no sólo es patrimonio de la ciudad, sino que sus gentes también tienen un reflejo de luz del mar en tarde soleada, cuando aún "el gallego" no ha dejado el horizonte tamizado por la neblina.
Siempre que vuelvo a Santander, me gusta mirar los mares que quedan atrapados por la ciudad, en el ir y venir de los veleros, como si fuese un navegante de antaño, de los que soñaban con navegar por medio mundo, después de dejar atrás cabo Mayor.

Desde Piedra, un saludo a los amigos blogueros cántabros, solicitando su benevolencia por el atrevimiento de querer mostrar la belleza de su tierra.