29 marzo 2009

Llueve a lo lejos en la mar


Llueve a lo lejos en la mar.
La ola se deshace impotente en diminutas burbujas de aire. El mar enfurecido se cubre de espuma. Toda su fuerza queda reducida a un manto blanco, como de leche derramada. El sol quiere buscar un hueco entre las nubes para mirar qué es de tanta bravura, y se retira al comprobar que todo fue nada, que hoy ni la mar está bravía, ni las olas levantan sobre el malecón la espuma blanca.
A lo lejos llueve; una nube despliega su cortina gris sobre la mar. Por fin los peces probarán el agua dulce, disfrutarán el cambio de tanta monotonía salada, no envidiarán a los salmones que tienen la dicha de remontar el Sella para bañarse en sus aguas cristalinas, lejos en la montaña, entre hayas y castaños.
No se otea ningún velero en el horizonte. Hoy quedaron al pairo en la ría, soñando otras singladuras. Hace años, ponían proa a poniente y surcaban los mares para llegar a tierras de ultramar, buscando un nuevo porvenir, allá dónde descansa el sol. Otras veces, salían a alta mar en el Cantábrico para volver a puerto con las ballenas capturadas.
Otros tiempos, otros mares, otras rutas olvidadas.
La misma luz de la tarde, en Ribadesella, a finales de invierno.

Fotografía: atardecer en Ribadesella. Asturias

23 marzo 2009

Torimbia. Llanes


Ayer estuvimos paseando frente al mar.
Las olas dejaban el cielo a nuestros pies. Caminábamos despacio entre nubes, sin dejar apenas huella en el espejo de arena.
El mar avanzaba y retrocedía lentamente para conquistar poco a poco su espacio. Se perdían las pisadas de las gaviotas y las burbujas de aire atrapado entre la arena estallaban sin ruido, como nuestro lento caminar entre ola y ola.
La isla quedaba unida a la playa por una lengua de arena y las ovejas podían regresar a tierra después de su aventura marítima.
La rasa parecía querer entrar en el agua y lo hacia sin miedo, adelantando una proa al mar abierto; no sabe que la lucha es sin cuartel y vendrán inviernos en que el choque hará retumbar las cuevas y bramará desde sus entrañas el mar, expulsando sin pudor su aliento por los bufones del acantilado.
Hoy la mar y la tierra han firmado tregua, se unen en abrazo tranquilo y nos dejan caminar en paz entre el cielo, la mar y la tierra.

Fotografía: playa de Torimbia (Llanes).

18 marzo 2009

Entre el fuego y el agua

"Toda la noche he dormido contigo
junto al mar, en la isla.
Salvaje y dulce eras entre el placer y el sueño,
entre el fuego y el agua."

Pablo Neruda


Desde mi rincón en Piedra, milagros de Internet, he paseado por la casa de Pablo Neruda.
Entre las olas y los días, en esta tarde tranquila, mirando perderse el sol en los perfiles de las encinas, leo sus versos a Matilde.
Recuerdo otras noches sin horas. Enlazados los dos en abrazos sin tiempo. Cuando el amanecer me sorprendía con su cuerpo entre mis brazos.
Era una cama pequeña, entre catre y cama; nos sobraba la mitad. Teníamos un banco de escuela sujetando la pata rota. El cuarto era grande y la silla se perdía como único mueble en aquella inmensidad de dormitorio. La ventana daba al patio de la escuela y muchas mañanas de domingo nos despertaba el sol en la cara. No importaba el frío de aquellos largos inviernos. El calor lo poníamos nosotros y las mañanas sin prisas parecían hechas para los dos.
Entre el placer y los sueños, eran salvajes y dulces los días. Días enteros para nosotros. Solos en aquella casa grande, adosada a la escuela, sin vecinos; tan silenciosa en los días de domingo, que nadie molestaba nuestra tranquilidad y lentamente veíamos pasar el día y llegar la tarde tan callada.
Entre el fuego y el agua, no hacíamos planes. Dejábamos transcurrir las horas y nos traía de nuevo la noche otros sueños, otros placeres.
Llegarían otros días, nuevos soles. Otras ilusiones de ver crecer al hijo, amamantado entre lectura y lectura a los niños de la escuela. Juguete de todos, en aquella escuela unitaria y mixta donde cualquier momento se aprovechaba para enseñar a leer y escribir.
Hace años volvimos a la casa-escuela y en su solar había un parque infantil con toboganes y columpios y lo que es el misterio de la memoria: veía con claridad la silla de anea en la portada, donde mi mujer daba de mamar a Miguel mientras los niños correteaban alrededor; el albaricoque en el patio, bajo cuya sombra colgaba la jaula del jilguero y el dormitorio grande, con aquella cama cojitranca frente a la ventana.