28 abril 2009

La puerta quedó abierta




La puerta quedó abierta. El día que salió para hacer las Américas no la cerró.
Estaba cansado de ver a su Dolores bajar cada dos viernes al mercado de Posada, para intentar vender los cuatro huevos que las gallinas ponían en 15 días; pero más le dolía que sus hijos no pudiesen comer los tortos con huevos. El dinero de la venta era el que les sacaba de un apuro: renovar una guadaña, comprar unos pantalones a Miguel, que crecía como un descosido, o pagar la consulta al médico de María cada vez que le entraba esa fiebre que parecían tercianas.
Todas las noches soñaba con un mundo sin tantas privaciones para los suyos; hasta que no pudo más y se atrevió a contárselo a Dolores. Escribiría a su compadre Paulino para que le enviase un propio con el que poder pasar fácilmente los tramites de inmigración en la aduana.
No estaba cansado de la rutina de ver salir el sol por el Turbina y esconderse tras el Mazuco, camino de otras tierras; tampoco le temía al invierno, con esas noches tan largas pegado a la chimenea; ni a la escarcha de la mañana, cuando tenía que romper el hielo en el agua del barreño, para lavarse la cara.
Los días con su Dolores eran tranquilos, no podía tener queja. Ella mantenía la casa limpia como los chorros del oro y a él nunca se le olvidaba un detalle para recordar el día en que se conocieron allá en la romería de Posada la vieja, por San José. Unas veces le compraba unos pendientes de plata y otras un pañuelo bordado para la cabeza.

Parece que lo estoy viendo, era una noche de finales de invierno pero no hacía mucho frío. El camión estaba aparcado en la plaza, con un toldo a dos aguas como de tienda de campaña, ya habían cargados los cuatro bártulos y la gente se arremolinaba alrededor.
No se distinguía bien quien hacia las Américas y quien se quedaba en el pueblo; los abrazos y lamentos se repartían por igual por toda la plaza. Eran varias las familias que emigraban a la vez para aprovechar el viaje al Musel en el mismo camión, después, cada una tomaría su rumbo según la parentela que las hubiesen reclamado. Unos embarcarían en el carguero de la Habana y otros hacia Buenos Aires. La familia de Miguel se quedaba en Cuba. Miguel quería conocer las ceibas. Su compadre le había contado que las ceibas eran unos árboles cubanos, con una sombra como la de diez de sus fresnos en verano.

No había cerrado la puerta pensando que la casa sirviese de refugio en esos días en que el “gallego” no dejaba de regar la hierba.
Ya no habría quien usase su guadaña, la hierba crecería a su ser, pero quizás le viniese bien a los corzos que se habían acostumbrado a bajar al prado al atardecer, cuando las ovejas les dejaban el campo libre.
Lo que no podía imaginar es que la techumbre no resistiese el embate del tiempo. Cuando la levantó su padre, las vigas de roble las había cortado en la menguante de enero y él mismo le ayudó siendo chaval.
Hoy sólo quedan en pie los dos fresnos que plantó con su abuelo, y brotan con la misma fuerza en primavera, como cuando con Dolores soñaba otro mundo mejor para los suyos.

Miguel Bueno
Fotografía: majada en el Alto del Mazuco (Llanes). Miguel Bueno.

17 abril 2009

Desahogos

Los aires de otros mares han roto las sombras que deja el viento.
El viento de otros tiempos no se parece al de estos días, no es el mismo aire. Aquel aire de levante que levantaba olas donde yo corría, no se parece a este poniente tranquilo.
¿Será distinto el aire por venir de levante o poniente? ¿Será distinta el agua en cada mar de mi vida? ¿Seré yo el mismo que era? Me siento el mismo, pero a veces la gente me ve diferente. ¿Cambia la gente o cambia el aire con que miran? ¿Seré en verdad yo otro y no me reconozco o han cambiado ellos y me ven con otros ojos?
Encuentro el mismo aire, veo igual la lucha de las olas por llegar a tierra, impotentes, rotas en espuma blanca. Espuma que al recoger en las manos deja de ser blanca. ¿Me habrá ocurrido a mi lo mismo y lo que era, ya no es?.
Sigo caminando por otros mares; el aire y el agua parecen distintos. ¿Será al contrario, el aire y el agua los mismos, y yo, el que ya no soy?
Este cambiar y ser el mismo ¿no es algo contra natura? El viento que pasa, no es el mismo que el que llega, aunque parezca igual. La misma frescura, el mismo aliento, pero si pasó, no vuelve a pasar. ¿Qué fueron de mis años, pasaron o han quedado en mi?
Recuerdo tardes sin viento, en otros años pasados.

14 abril 2009

Aires de otros mares



Los aires de otros mares han roto las sombras que deja el viento, y en los rincones abiertos se escuchan rumores añejos.
Hoy puedo oír la brisa de aires lejanos, de otros tiempos, como si el viento fuese de hogaño.
El aire que trae olor a marismo mezclado con hierba recién cortada, en estos mares del norte, me deja aromas de caña dulce de mis otros mares del sur, cuando niño.
Las mismas olas luchan igual por alcanzar la orilla y se deshacen en espuma blanca, unos días jugando al escondite con la arena y otros a la brava.
El agua es el mismo agua y el azul es el mismo azul. El sol sí parece que ha hecho las paces, y ahora me deja tranquilo que pasee mis años por la orilla de la mar.
Allí era el viento de poniente el que dejaba correr las olas y abrir el horizonte; aquí el noreste quita la barra y hace la mar más grande, como queriendo mostrar otras tierras tras el agua.
Los mismos barcos de vela pasan sin tener en cuenta a la gente de secano, surcan el mar sin contar con la tierra; su mundo es otro mundo y navegan sin mirar la sierra. En realidad la sierra es la misma, al sur la Almijara y aquí el Cuera, pero el mismo color de la caliza; un verde de hierba o de pinos, las diferencia levemente.
Allá era yo niño y ahora son niños mis nietos. Antes jugaba con las olas y ahora lo hacen ellos, pero el olor a marismo me llega igual de dentro y sigo buscando el mismo agua en los pozos que hacemos en la arena de la playa.

Fotografias de Toranda (Llanes) y Chorrillo (Nerja).