17 marzo 2005

Granada y LLanes

Querido nieto:
Te mando estos desahogos. No son historias de viejo, son algo más que recuerdos.

Granada

¡Ay, mi Graná! De un salto rompíamos las filas para dar paso a las recuas de borricos cargados de arena.
Bendita rutina del jueves tarde. Cuesta Gomérez arriba y toda La Alhambra para nosotros. Agua fresca del aljibe y a la vuelta un refresco en el Jandilla.
Puerta del Sol, movimientos de caderas, mirando…. a Sierra Nevada.
San Diego empedrá, tarde tras tarde escuchando pregonar: ¡Mieldaaaa! Imposible que se venda. Al fin bajo, y pregonan: “¡miel de calderaaa!” Es miel de cañadú de mi pueblo.
Paseo de los Tristes. Noche de luna flamenca. Al cante el maestro Antonio Mairena.
¡Qué grandes y cortos los espumosos de La Carrera! ¡Qué colorido! Aún veo el juego de colores en el mostrador.
¡Ay, Plaza Larga!, qué plantón. Subía con mis ripios: ”Al pie de la almena, caí etc.…” ¡Qué morena, qué trenzas! Aún estoy esperando en el fondo de mi corazón.
Doña Carmen desde la cocina: "¿A quién le gustan los muslillos?” El compañero te quita la vez, “¡A mí, a mí!”. Y se encuentra en el plato las patas del pollo con todas las uñas, rodeadas de un poco de caldo.
Calle Elvira, quitando el hambre con un caldo de caracoles en el Palacio de la Sífilis.
Plaza del Triunfo, qué frío buscando la fuente en noche que estaba apagada.
¡Ay, tranvías que me llevaban al Charcón! y subía por el camino de la Estrella o camino de las estrellas.
¡Qué paseos a la fuente del Avellano con la madre de mis hijos!
Quiero dejarte claro, que no siempre cualquier tiempo pasado fue mejor.
Un abrazo de tu abuelo Miguel


Llanes

Puente de Llanes. La mar viene de ¿Poniente o de Levante? Bendito despiste.
Escuela de Piedra. Sueño yo, que soy maestro en ella.
¡Ay, casa Alejo! chigre, rebotica, trastienda y pomarada. Memoria viva del concejo.
Peña Turbina, qué escares, ¡qué amigos!, qué dicha.
Camino de la Güelga a Gulpiyuri. Ería. Paseos con mi mujer y mis hijos.
Dorilu, qué churrero, qué mítines, qué Hombre.
Procesión de Santa Olalla. ¿Era la tierra? ¿Era el cielo? ¿Era la color de la mar?
¡Ay, tertulias de la Chopera! madrugadas de orbayu. España?
¡Ay, romería de Santa Rita! Acordeón y gaitero. Setas. El baile con el Pera.
Y Luisa…

16 marzo 2005

Elogio del distinto


Nací en el límite. La frontera era Granada. De niño me gustaba jugar a caballo sobre los mojones y decir que estaba a la vez en Málaga y Granada.
En Granada me notaban raro el habla: "Tú no eres de aquí".
En Málaga me decían que no era malagueño. No he parado de dar explicaciones.
En Sevilla conocí maravillas.
Descubrí otras tierras y me hice asturiano en Asturias. ¡Cuantas noches compartí el mismo vaso de sidrina con ellos!.
Me hice turco en Estambul, con el recién conocido que me abrazaba llamándome fratelo cuando le dije que era español.
Egipcio en el Cairo, cuando hablamos que venia del Al-Andalus.
Canario cuando me preguntaban en Tenerife: ¿ De qué isla eres?
Marroquí en Marraquech, cuando se interesaban porqué era la tercera vez que les visitaba.
Holandés, sentado en un banco de una plaza de Alkmaar hablando con un holandés cada uno en su idioma y nos entendíamos.
Cubano en la linda Habana, disfrutando de ese castellano tan bonito a mi oído.
Italiano, saboreando la belleza de su idioma, charlando con ellos
De Tereñes, muchas veces en las romerías asturianas.
- ¿De Tereñes?
- Si, es que emigre muchos años a Venezuela.
- Ah.
Hoy que tengo amigos madrileños, suizos, holandeses, sirios, marroquíes, granainos, sevillanos, nerjeños, asturianos, catalanes, ingleses, vascos, yanquis...
No tengo patria.
Como me decía mi admirado Jorge Guillén:
- ¿Patria? ¿Cuantos muertos?
Cuando veo pasar por la calle donde vivo gente de todos los colores y de todos los sitios, me digo: este es mi mundo.

15 marzo 2005

Almijara : Sus hombres y su tierra




Mis recuerdos de las mujeres y hombres de Almijara, a veces no traen nombre propio, pero siempre aparecen con toda claridad.
Quedaron grabados, aún careciendo de nombre, los perfiles de aquellos hombres que al atardecer llegaban a la plaza Cantarero, para descargar no se cuantas arrobas de esparto en la cerca de Paco Ortega. Aún hoy, cuando recorro la Pandera de Garzón o tengo que volver desde los Caños del Rey, me parece imposible la imagen de dureza del trabajo que quedó tan marcada. en los ojos del niño.
No tienen nombres, los más de 100 hombres reunidos para trasladar una muela de molino, arrastrándola con la fuerza de sus brazos, a través de las Lomas de las Cuadrillas, a cambio de unas migas con cebolla. La imagen de trabajo colectivo, de ayuda desinteresada e incluso de fiesta por la común alegría del trabajo realizado, quedaron fijos en el muchacho que intentaba ayudar.
No recuerdo los nombres de los carboneros que encontraba vigilando el boliche, cuando liar un cigarro, no era fumar. Echar un cigarro era compartir, dialogar, crear un ambiente, tener un motivo y un momento para recordar, contar historias, en fin realizar el rito de la comunicación.
Recuerdo muy bien al recovero que recorría los cortijos cambiando platos y tazones por huevos, siempre me asombró como podía transportar por los caminos de la sierra aquellas enormes canastas, cada una en un brazo. Su capacidad de agradecer un detalle, alguna atención, aún me parecía más grande, que su capacidad de soportar el peso de tazones y platos.
Aparecen con nombres, cuando me mostraron lo que era hospitalidad en el cortijo de la Civila, o cuando compartía con Alonso, el lecho al sereno sobre lastones y alhucemas en el puerto de las Ventosillas; o con Carrasco, cansado de andar, pero con hambre, compartir su pan con tocino.
Recuerdo a José “Pulguilla” padre, el día que bajando del puerto de la Orza le encontré en los altos del Barranco de los Cazadores. No había subido más arriba, mientras sus hijos cogían mejorana en las Ventosillas, porque estaba recién operado de una hernia. Nunca tuve mejor profesor, de cada planta decía su nombre y explicaba sus aplicaciones. Cuantas veces le he recordado, buscando refugio de la lluvia en los abrigos que él me indicó. A su hijo José, tomándose todo el tiempo para castrar una colmena, o charlando juntos por los caminos de la sierra.
A Frasquito, relatando historias con una expresividad y riqueza de palabra, que siempre extasiaba.
Tienen nombre: María, Carmen Valderrama y Dolores.
Dolores, nombre propio que bien podía ser colectivo; en su olla siempre había comida, el preguntar. ¿Quiere Vd. comer? Nunca fue un cumplido, ni una forma de hablar. Sus días parecían tener cuarenta horas, y cada trabajo su tiempo, suya era la cabra, suyo el buscar los cigarrones para los perdigones, suya la casa, suyo el huerto, suya la costura, suyo el horno de pan hacer, suyo el encontrar cualquier cosa en cualquier momento, etc.
Y tantos nombres propios tan cercanos que muchos de ellos pueden leer estas letras.
Quiero dejar claro que: nunca tiempo pasado fue mejor. Pero ciertas cosas de aquellos tiempos bien merecen la pena recordar hoy.
El trabajo solidario, la hospitalidad, la ayuda, el compartir, el charlar, el enseñar, el cigarro del revezo, la dureza del trabajo no salen en este texto. En él a retazos, entrevemos las tierras de Almijara, y aunque será difícil hacerse una idea de su belleza, para algunos quizás sea sorprendente.
Si conseguimos que Nerja no viva de espalda a su Sierra y de vez en cuando vuelva la mirada hacia ella, nos daremos por satisfecho.


* Almijar: lugar donde se ponen las uvas para que se oreen.

Boda en San Antolín


El bisabuelo Armando Noriega Tereñes “el Chato del Cueto“, arribó a Serena, en San Joaquín. Durante unos años ejerció de chamán. Le fue relativamente fácil, sabía escuchar y siempre estuvo pegado a la pacha mama.
Desde que heredó un prado de su primera mujer, Olalla Ardisana Abanielles “la Texuca “, allá en los cuetos de Buda, conoció las ventajas de las altas cercas de piedra que protegen al maíz del viento gallego y le hacían granar en toda la mazorca. Aplicó la misma técnica en los huertos cercados por las dunas en San Joaquín y sus años de chamán en Serena fueron apacibles.
No recordaba con que “alias” se apuntó a las Américas. En el Mazuco le conocían por el “rubio de Buda” desde la época en que le hablaba a la hija de Ardisana “la Texuca”.
Había olvidado que cuando enviudó de su Olalla, tuvo un arrebato y soñó en hacer plata en otras tierras.
En el Mazuco no dejaba nada, los prados de la familia estaban tan divididos que ninguna partición llegó a él, y la majada de Buda que había recogido de su primera mujer tuvo que devolverla unos días después del entierro.
Sí recuerda el habano que fumó en Gibraltar, cuando estaba seguro de librarse de la guerra de Marruecos. Eso de matar moros lo había dejado para don Pelayo, que ya acabara con los de su tierra. Le parecía muy cercano aquel día, sentado en el puerto con las piernas sobre el agua, cuando su vecino le ofreció el habano, su primer habano, y se vió en otras tierras, con otras gentes, todas conocidas y compartiendo los tortos recién calientes.
No le gustaba recordar aquel viaje que desde el Musel, le llevó a las Américas pasando de Gibraltar a las costas de Guinea. Fueron meses en la bodega de aquel barco donde sólo había papas para comer, papas cocidas o papas medio asadas. Sólo papas. A su vuelta al Mazuco, vino a caer en la cuenta de que comía el cabritu con patatinas. Durante tantos años en las Américas no pudo probarlas.
No hizo las Américas, sacó un vivir. Antes de llegar a Serena recorrió muchos pueblos con aquella máquina fotográfica del pájarito. La había montado él mismo, siguiendo las instrucciones de la revista “El Mundo Moderno” que editara en Buenos Aires la “ Losada”. Los materiales los fue reuniendo en el chigre que regentaba su compadre en el barrio de Santa Eufemia.
Durante años visitó los colegios de barrios hacendados y por el regalo de dos ampliaciones a las monjas, le dejaban retratar a los chavales. Más tarde tenía que ir ofreciendo casa por casa, a las madres, aquellas fotos que había retocado a mano para mejorar el original.
Cuando el mapa plegable que acostumbraba a colocar tras los modelos, le quedó viejo por aquella reforma de Porfirio Diaz que mudara el nombre de varias provincias, (a San Joaquín ahora le llamaban Chiatas). Cerró el negocio, cambió el rumbo y arribó a Serena.
La abuela Herminia Noriega Abades, “la Alisa”, fue fruto tardío del último matrimonio de Armando Noriega. Este tras su vuelta al Mazuco, tuvo el acierto de recogerse en casa de Domitila “la Madrina”, donde conoció a Eulalia Abades. Por aquellos días, Eulalia ya casi cuarentona, había perdido muchas esperanzas. El encuentro con Armando fue reposado y como las tardes del invierno son muy largas, acordaron pasar por el monasterio de San Antolín, donde ejercía de abad un pariente lejano de Domitila, el prior Celestino Cuerres Cardoso, (ante Dios, fray Gumersíndo de la Santísima Trinidad y todos los Santos), que de seguro no tendría por válidos las diversas uniones de Armando en su otra vida americana.
A las seis de la mañana de un día sin orballo, quedó bendecida la unión de Eulalia Abades “la Acebal” y Armando Noriega “el Indiano”.
Armando, aún tuvo energías para drenar los prados de Eulalia en Lledías. Hasta entonces solo admitían un corte de hierba en veranos secos; pero no era hombre de tierras bajas, el trabajar con el horizonte cercano parecía agobiarle. Necesitaba levantar la vista, dejarla volar a la lejanía y de esa forma disipar su añoranza de aquellas tierras abiertas de San Joaquín.
Al poco tiempo, cambió los prados de Lledías por unas majadas en Pandiella, con derecho a pastos en la Tornería, frente a Peñas Blancas. Podía dejar correr la vista, ver su Mazuco a lo lejos, el sol poniente camino de San Joaquín sobre el valle de Ardisana y los senderos que formaba la mar frente al Bedón. Aquellos senderos que le hicieron andar por medio mundo sin perder el olor de esta hierba recién cortada.
Amadeo Bueno Cueto “el Nino”, encontró la cabaña de la abuela medio derruida, siempre la conoció igual. Aún cuando de niño subía el hato a su padre, recuerda que ya estaba en ruinas.
Junto a la cabaña que mirando al mar levantara su bisabuelo, sólo permanecían en pie los fresnos que alimentan el rebaño cuando la escarcha adelantada en su llegada, dejaba la hierba en su ser.
El día en que Amadeo se vio en los páramos de Soria, ni la luz, ni la lluvia, ni el aire tenía la color de los prados del bisabuelo. Recordaba el verde de los cuetos de Rales, el sol poniente sobre Riensena, la niebla en Posada la vieja y la mar con su horizonte abierto frente al Beón.
Hoy, Amadeo ha levantado la cabaña del bisabuelo Armando y cuando respira, toma el aire que le hará vivir en esa tierra de Soria que le da de comer.

Fotografía: monasterio de San Antolín de Bedón. Llanes. Asturias

13 marzo 2005

Historias de compadres


Sería sobre las ocho de la tarde, tenía que ser época de verano, había aún luz y estaba claro el horizonte. Miguelete se colocaba enfrente, delante de la fonda del Rosario y miraba a poniente.
- ¡Ya viene! , ya viene, por la cuesta Macaca.
Se producía una agitación entre las personas que esperaban, cruzaban la carretera y se colocaban alrededor de Miguelete.
- No, esas luces no son.
- ¿Cómo que no? Si ya ha dejado la cuesta macaca, está entrando en río Seco.
- Espero a mi novio que está haciendo la mili en el Ferrol, le tocó la Marina, tuvo mucha suerte, ahora viene con todo el petate, incluso el abrigo de paño. En Tierra no te dejan nada; claro es un año menos, pero no compensa, ya lo tengo equipado para muchos años. Su padre todavía tiene la capa de la mili
- No, yo sólo vengo para ayudar a Mariquita España, hoy trae mucha ropa de Gibraltar y me avisó para ayudarle.
- Y tú ¿a quien esperas?
- No sé, puede que venga hoy, no estoy segura. El barco llegaba a Cádiz el 25, pero no sé si ha podido llegar. Mi hijo quería hacer las Americas y ya gracias a Dios lo tengo de vuelta. Allí tampoco atan los perros con longaniza.
-Mi niño, fue con mi Paca al médico, tiene un grano malo en el cuello y Don Ricardo le dijo que mejor sajarlo en Málaga.
- ¡Al rico pirulí!¡Ay que ricos los pajaritos con su colita y su piquito! ¡A gorda, a gorda!
- Hoy viene Don Evaristo y su señora, son los madrileños que vienen todos los años a la fonda del Pilar, se quedan todo el mes aquí. Bajan a la Torrecilla, dicen que como Pepe Gómez no hay nadie quien fabrique las gaseosas.
- ¡Macucas a tres la gorda y una la chica!
Miguelete corría a tocar la campana. La Alsina estaba a punto de llegar y toda la gente como un resorte se colocaba delante de la fonda de San Francisco, esperando la llegada del autobús. A Cachicuerno, le quedaban mostachones de la mañana.
Compadre, además de Cachicuerno, también vendían tortas y mostachones por los años cincuenta unos hermanos que vivían en la calle de la Gloria, bajando a la derecha. Creo que el menor se llamaba Eugenio. El mayor, de aspecto tímido, era más moreno, alto y bizco, pero no recuerdo su nombre. Eugenio, que estaba en mi misma escuela, le pedía permiso a Don Sebastián para salir 15 minutos antes por las tardes para preparar la canasta con las tortas y mostachones. Así, cuando los niños llegaban a su casa de la escuela, ya estaban los hermanos pregonando por las calles su mercancía para la merienda. Me parece que esa familia emigró.
Otra familia que emigró fue la de Pedro el de las cartericas. Vivían en calle Angustias, justo donde ahora está el estanco. Pedro tenía su pequeña vivienda llena hasta la puerta de trozos de plomo y otros metales, que compraba para luego venderlos no sé si en Málaga o Vélez. Al cabo de algunos años, volvió de Francia el menor de sus hijos, un adolescente al que de pequeño siempre se le veía con las velas de moco bajándole de la nariz hasta el labio. Bien, pues este muchacho encontró trabajo de botones en el Marissal. Se le pudo ver durante un tiempo con su uniforme abotonado de color verde y su gorro redondo a juego. Pero parece que el trabajo le duró poco, porque unos meses después desapareció del pueblo. Posiblemente volvió con su familia.
Otra estampa de aquella época, y que sin duda recordarás, querido compadre, era la salida de misa de los domingos por la tarde. Cuando salían de la iglesia, algunos se metían deprisa en el viejo cine Olympia, que daba una función de tarde a las siete. Las películas eran anunciadas unos días antes en los cuadrillos que colgaban de su ventana los hermanos Luquita. Si la película era buena, la había traído Fossi; pero si era mala, la culpa era de Luquita. La gente jaleaba en el cine los puñetazos que daban los convois. Los que no iban al cine, se tomaban una gaseosa o una cerveza, o se compraban tres celtas cortos por una peseta en el kiosco de Ricardo para pasear un buen rato por el Balcón de Europa. Los menos, se plantaban en el kiosco de Juanito el confitero que, como te acordarás, estaba delante del cine e iban comiendo dulces; a veces la madre preguntaba: "niño, ¿cuántos te has comido ya?" ¡Qué ricos estaban los merengues y otros dulces rellenos de crema en forma de cuerno de la abundancia! El kiosco de Juanito tenía un anuncio que decía Ilsa Frigo. A las 9 y media de la noche había que estar en la casa para cenar y guardar el traje hasta el siguiente domingo.


Piedra y Lagartijo
Nerja, marzo 2005