Crecen las sombras en la sierra, ajenas
al ir y venir de la gente en el paseo del Balcón de Europa. Tienen un ritmo
distinto, tan alejado de ella, que pasan una y otra vez delante de Tragalamocha
sin mirar como cambia la luz por momentos.
El último rayo se posa en el tajo el
Sol, que para eso lleva su nombre. El Almendrón destaca su silueta y la Cuesta
del Cielo se eleva para alcanzar la nube que arrastra el poniente.
Se hace noche, y sin esperar a la oscuridad ya enciende el faro de la Punta la
Mona, guiñando a los paseantes, barcos perdidos, paseo arriba y abajo.
Algunos se vuelven antes de llegar a
ver el tajo Su Majestad, son los del pueblo, que tienen muy vista la mar, y les
molesta el aire de poniente.
Los más viejos, dan la vuelta por la
rotonda y echan una mirada a la playa, para comprobar cómo, por arte de magia,
se ha conservado la casa del calafate y la parra aún crece verde en la puerta.
Se perdieron las barcas, se perdió el
trajín de tantos pescadores, acarreando la pesca al saladero o subiendo cuesta
arriba, por el Boquete de Calahonda, para pregonar el pescado por todo el
pueblo. Cada uno en su esquina, y el que quedó sin esquina, con su capacho a
cuesta, muchas veces, incluso hasta Frigiliana.
Anochece en Nerja.
Piedra