13 marzo 2005

Historias de compadres


Sería sobre las ocho de la tarde, tenía que ser época de verano, había aún luz y estaba claro el horizonte. Miguelete se colocaba enfrente, delante de la fonda del Rosario y miraba a poniente.
- ¡Ya viene! , ya viene, por la cuesta Macaca.
Se producía una agitación entre las personas que esperaban, cruzaban la carretera y se colocaban alrededor de Miguelete.
- No, esas luces no son.
- ¿Cómo que no? Si ya ha dejado la cuesta macaca, está entrando en río Seco.
- Espero a mi novio que está haciendo la mili en el Ferrol, le tocó la Marina, tuvo mucha suerte, ahora viene con todo el petate, incluso el abrigo de paño. En Tierra no te dejan nada; claro es un año menos, pero no compensa, ya lo tengo equipado para muchos años. Su padre todavía tiene la capa de la mili
- No, yo sólo vengo para ayudar a Mariquita España, hoy trae mucha ropa de Gibraltar y me avisó para ayudarle.
- Y tú ¿a quien esperas?
- No sé, puede que venga hoy, no estoy segura. El barco llegaba a Cádiz el 25, pero no sé si ha podido llegar. Mi hijo quería hacer las Americas y ya gracias a Dios lo tengo de vuelta. Allí tampoco atan los perros con longaniza.
-Mi niño, fue con mi Paca al médico, tiene un grano malo en el cuello y Don Ricardo le dijo que mejor sajarlo en Málaga.
- ¡Al rico pirulí!¡Ay que ricos los pajaritos con su colita y su piquito! ¡A gorda, a gorda!
- Hoy viene Don Evaristo y su señora, son los madrileños que vienen todos los años a la fonda del Pilar, se quedan todo el mes aquí. Bajan a la Torrecilla, dicen que como Pepe Gómez no hay nadie quien fabrique las gaseosas.
- ¡Macucas a tres la gorda y una la chica!
Miguelete corría a tocar la campana. La Alsina estaba a punto de llegar y toda la gente como un resorte se colocaba delante de la fonda de San Francisco, esperando la llegada del autobús. A Cachicuerno, le quedaban mostachones de la mañana.
Compadre, además de Cachicuerno, también vendían tortas y mostachones por los años cincuenta unos hermanos que vivían en la calle de la Gloria, bajando a la derecha. Creo que el menor se llamaba Eugenio. El mayor, de aspecto tímido, era más moreno, alto y bizco, pero no recuerdo su nombre. Eugenio, que estaba en mi misma escuela, le pedía permiso a Don Sebastián para salir 15 minutos antes por las tardes para preparar la canasta con las tortas y mostachones. Así, cuando los niños llegaban a su casa de la escuela, ya estaban los hermanos pregonando por las calles su mercancía para la merienda. Me parece que esa familia emigró.
Otra familia que emigró fue la de Pedro el de las cartericas. Vivían en calle Angustias, justo donde ahora está el estanco. Pedro tenía su pequeña vivienda llena hasta la puerta de trozos de plomo y otros metales, que compraba para luego venderlos no sé si en Málaga o Vélez. Al cabo de algunos años, volvió de Francia el menor de sus hijos, un adolescente al que de pequeño siempre se le veía con las velas de moco bajándole de la nariz hasta el labio. Bien, pues este muchacho encontró trabajo de botones en el Marissal. Se le pudo ver durante un tiempo con su uniforme abotonado de color verde y su gorro redondo a juego. Pero parece que el trabajo le duró poco, porque unos meses después desapareció del pueblo. Posiblemente volvió con su familia.
Otra estampa de aquella época, y que sin duda recordarás, querido compadre, era la salida de misa de los domingos por la tarde. Cuando salían de la iglesia, algunos se metían deprisa en el viejo cine Olympia, que daba una función de tarde a las siete. Las películas eran anunciadas unos días antes en los cuadrillos que colgaban de su ventana los hermanos Luquita. Si la película era buena, la había traído Fossi; pero si era mala, la culpa era de Luquita. La gente jaleaba en el cine los puñetazos que daban los convois. Los que no iban al cine, se tomaban una gaseosa o una cerveza, o se compraban tres celtas cortos por una peseta en el kiosco de Ricardo para pasear un buen rato por el Balcón de Europa. Los menos, se plantaban en el kiosco de Juanito el confitero que, como te acordarás, estaba delante del cine e iban comiendo dulces; a veces la madre preguntaba: "niño, ¿cuántos te has comido ya?" ¡Qué ricos estaban los merengues y otros dulces rellenos de crema en forma de cuerno de la abundancia! El kiosco de Juanito tenía un anuncio que decía Ilsa Frigo. A las 9 y media de la noche había que estar en la casa para cenar y guardar el traje hasta el siguiente domingo.


Piedra y Lagartijo
Nerja, marzo 2005

10 comentarios:

Anónimo dijo...

no podemos comentar. expresiones

Anónimo dijo...

Ahora si...

Anónimo dijo...

Bienvenido al mundo de los blog, te he enlazado, con tu permiso.

Anónimo dijo...

gracias por tener mi enlace,
Miguel

otra estupenda narración: te gusta narrar, contar, describir... se nota, lo haces de maravilla.

un abrazo.

Anónimo dijo...

soy yo la que puso el comentario de arriba, Piedra, que se me olvidó poner mi nick

vaya, ando despistadilla ¿será porque es viernes? :-)

Cabreher dijo...

Es un gustazo leerte, amigo Piedra, bien lo sabes, tus letras me devuelven el aire fresco de las sierras ganainas por éste levante, a veces, abrasador. Un abrazo.

Piedra dijo...

Goreño, gracias por leerme y darme ánimos para seguir en la brecha. Expresiones.

Anónimo dijo...

De Enrriqueta Jimenez :como colaboracion a tu pagina,deberias hablar de Antoñico el Aguador,pregonero,poliomielitico,;
Te acuerdas de Vicente el que te llevaba a la escuela? y de paquito vila,mancebo de farmacia?

Anónimo dijo...

No me acuerdo de Antoñico,si de Vicente y de Paco Vila que se bebia el alcohol de la farmacia.Preguntaré a mi compadre Domingo.

Anónimo dijo...

Canela fina. El relato es muy bueno. El firmante Manolo os da nombres de personas de las que podéis seguir sacando historias. Adelante, que es un gustazo leeros