30 septiembre 2007
20 septiembre 2007
Puerta de Elvira
Salíamos del “Palacio la Sífilis”. Era una madrugada de otoño. Había refrescado. La calle estaba mojada, y el olor a tierra nos llegaba de la cercana explanada del Triunfo. Si no fuera por el brillo del empedrado, bien podíamos creer que en lugar de salir del Palacio de la Sífilis, lo hacíamos del cortijo “Los Pencales”.
Ibamos los tres por el centro de la calle, Miguel el de la “Plana”, Pedro Llanes y el otro cuyo nombre no quiero decir. Pasamos debajo del Arco de Elvira y nos adentramos en la calle desierta. Nos gustaba tirar por el centro de la calle, temíamos que algún borracho asentado en algún portal nos molestase para pedir fuego o tener que ayudarle a encontrar la llave de su puerta.
Era un disfrute caminar por la calle solitaria, parecía que tomábamos posesión de la ciudad dormida. Los faroles apenas alumbraban y nos dejábamos guiar por las primeras luces de la aurora. Había escampado y la frescura de la mañana nos daba ya en la cara.
Al llegar a la altura de la “Gota de Leche”, encontramos, en medio de la calle, una maleta de esas de cartón piedra, con las esquinas remachadas de metal y dos cerraduras gemelas de las que se abrían con cualquier llave de maleta. La sorpresa fue grande por que la maleta pesaba lo suyo, inmediatamente se dedujo que no estaba abandonada para tirar, parecía nueva y estaba llena como de libros por su gran peso. Tras una breve discusión, - el innombrable decía que íbamos a violar la propiedad privada -, la arrastramos como pudimos a la luz de una farola y casi sin forzar las cerraduras la abrimos. Estaba llena de novelas, todas iguales, repetidas, pero,!Qué alegría!, cuando pudimos leer en sus portadas: El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez.
P.D.
Permitid una pequeña aclaración. El “Palacio de la Sífilis”, tan frecuentado por aquellos años, era una tasca donde en una taza de color desconocido, te ponían un caldillo de caracoles que levantaba el ánimo. Allí no entraban las mujeres, ni unas ni otras, en esa época los bares eran cosa de hombres.
Ibamos los tres por el centro de la calle, Miguel el de la “Plana”, Pedro Llanes y el otro cuyo nombre no quiero decir. Pasamos debajo del Arco de Elvira y nos adentramos en la calle desierta. Nos gustaba tirar por el centro de la calle, temíamos que algún borracho asentado en algún portal nos molestase para pedir fuego o tener que ayudarle a encontrar la llave de su puerta.
Era un disfrute caminar por la calle solitaria, parecía que tomábamos posesión de la ciudad dormida. Los faroles apenas alumbraban y nos dejábamos guiar por las primeras luces de la aurora. Había escampado y la frescura de la mañana nos daba ya en la cara.
Al llegar a la altura de la “Gota de Leche”, encontramos, en medio de la calle, una maleta de esas de cartón piedra, con las esquinas remachadas de metal y dos cerraduras gemelas de las que se abrían con cualquier llave de maleta. La sorpresa fue grande por que la maleta pesaba lo suyo, inmediatamente se dedujo que no estaba abandonada para tirar, parecía nueva y estaba llena como de libros por su gran peso. Tras una breve discusión, - el innombrable decía que íbamos a violar la propiedad privada -, la arrastramos como pudimos a la luz de una farola y casi sin forzar las cerraduras la abrimos. Estaba llena de novelas, todas iguales, repetidas, pero,!Qué alegría!, cuando pudimos leer en sus portadas: El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez.
P.D.
Permitid una pequeña aclaración. El “Palacio de la Sífilis”, tan frecuentado por aquellos años, era una tasca donde en una taza de color desconocido, te ponían un caldillo de caracoles que levantaba el ánimo. Allí no entraban las mujeres, ni unas ni otras, en esa época los bares eran cosa de hombres.
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