Esta mañana estuvimos una
docena de amigos despidiendo a Felipe. De pie, en silencio, ante su ataúd, sin
cura, sin responso. No hacía falta.
Queríamos acompañar a Felipe en su último paseo y allí nos reunimos.
Felipe, de prieto, solo tenía
el nombre, su bondad y sabiduría irradiaba mucho más allá de su enorme persona
y llegaba muy lejos.
Y recordaba el entierro de
León, el perro grande que teníamos de niño en el cortijo de Sierra Almijara. Lo
llevamos a la pedriza para que descansase en un cucón cerca de casa, y nos acompañaron más de una docena de perros
sin sus dueños, en silencio, hasta que cubrimos de tierra el cadáver.
Fui preguntando a Frasquito:
Este canela ¿de dónde viene?
Del Rescate en la zona de
Almuñecar, se tarda casi una hora de camino.
¿Y este zaino?
Del Nacimiento del río La
Miel, en la zona opuesta, pero también a más de media hora.
¿Y este?
Del cortijo doña Estefanía.
¿Y el pequeñin?
Del barranco Iglesias.
¿Y aquél de lunares?
Del Cerval, cerca de Rescate…
Se que a Felipe le hubiese
gustado conocer mi historia de la despedida de los animales de Almijara, sencilla, sin ruido, en silencio.
Seguro que está orgulloso de su hasta luego, tan natural
como era su vivir, rodeado de sus amigos.
Como alma inquieta por el
saber, estaba abierto a todo conocimiento
- Miguel, ¿este árbol?
- Miguel, ¿esta florecilla?
- Miguel ¿y esta piedra?
- ¿y esos pajarinos?
- Son una bandada de estorninos Felipe, ya
están de vuelta de su peregrinar.
Ahora, seguro que tendrá todo
el tiempo del mundo para seguir aprendiendo y compartir su saber.