En la casa de doña Carmen de la calle San Diego, tuve mi primera
residencia de estudiante universitario, quizás sea algo subido de tono
llamarla residencia, mi habitación era tan frugal que como mesa de
estudio, usaba una tabla entre la almohada y la mesita de noche. Si
tenía algunos lujos, los sábados, doña Carmen calentaba un cubo de agua
y me daba una refriega en el barreño. Después, cuando al año siguiente
me mudé con doña Ángeles, en calle Elvira, perdí esos lujos y para
lavarme tenía que ir al Polideportivo del Camino de Ronda. Tras dar
varias vueltas corriendo al campo de deporte, para entrar en calor del
pleno invierno granadino, podía darme la refriega con el agua fría de
sus duchas.
En san Diego, convivía con dos paisanos malagueños que
estaban acabando la carrera de Químicas. En esos años, yo era muy
aficionado a la telepatía y usaba a los compañeros para mis prácticas.
Recuerdo que un día, trasmitiendo el pensamiento de uno al otro, usaba
un truco para no fallar la transmisión. En un momento, tuvo que
ausentarse el compinche y me quedé blanco cuando seguí transmitiendo sin
ningún fallo.
Por aquella época, era normal pregonar todo tipo
de mercancías a viva voz por la calle. Sobre la misma hora, casi todos
los días, oía pregonar ¡ mier…daaaa!
Un día y el siguiente con la
misma retahíla y mi mosqueo en aumento. No podía imaginar que se
vendiese “mierda” por la calle. Hasta que un día bajé y afinando el oído
y la vista, comprobé que vendía “miel de caldera” Era miel de caña de
azúcar de Frigiliana, pero con la “a” tan larga que solo se oía la
sílaba inicial y la a terminal.
Ya podéis imaginaros cómo eran
nuestros almuerzos, no variaron mucho en toda mi vida estudiantil. Si
puedo comentar que un día doña Carmen preguntó a voces, desde la cocina :
¿ A quien les gustan los muslillos ? Mi paisano Pepe, me quitó la vez ¡
A mí, a mí ¡ En ese momento salió doña Carmen y le soltó en el plato
las patas de la gallina con uñas y todo. Pepe, quiso pasarme tal
manjar, para no quedarse sin comer la sopa, pero claro, me negué. Él,
que había sido tan rápido, que apechugase con las consecuencias.
Aunque la diferencia de edad era grande, ellos estaban en 5º de
Químicas y nosotros haciendo el Selectivo de Geológicas, a veces
salíamos de tapeo por Granada. Pepe era un extraordinario cantaor de
flamenco, aún recuerdo, con los vellos de punta, sus cantes por los
bares del Realejo granadino.
Algunos años después, ya de
profesores, coincidimos con nuestro compañero Pepe. Se había casado con
una vecina de san Diego, para mi fue una sorpresa, habían llevado tan
de incognito el noviazgo que no me había enterado de nada.
Ayer
me confirmaron ( este mundo de internet ) que la calle san Diego sigue
con su empedrado. Fue una noticia muy agradable, en estos tiempos,
cuando el asfalto lo invade todo, el que se mantengan las calles con su
empedrado antiguo es de agradecer, aunque las mocitas lo sufran con sus
tacones.
Miguel Bueno.
Nuestra amiga Selene Rodriguez acaba de enviarnos una fotografía de calle san Diego
No tiene el empedrado de nuestra juventud, pero el adoquinado calizo queda bien.