14 abril 2009

Aires de otros mares



Los aires de otros mares han roto las sombras que deja el viento, y en los rincones abiertos se escuchan rumores añejos.
Hoy puedo oír la brisa de aires lejanos, de otros tiempos, como si el viento fuese de hogaño.
El aire que trae olor a marismo mezclado con hierba recién cortada, en estos mares del norte, me deja aromas de caña dulce de mis otros mares del sur, cuando niño.
Las mismas olas luchan igual por alcanzar la orilla y se deshacen en espuma blanca, unos días jugando al escondite con la arena y otros a la brava.
El agua es el mismo agua y el azul es el mismo azul. El sol sí parece que ha hecho las paces, y ahora me deja tranquilo que pasee mis años por la orilla de la mar.
Allí era el viento de poniente el que dejaba correr las olas y abrir el horizonte; aquí el noreste quita la barra y hace la mar más grande, como queriendo mostrar otras tierras tras el agua.
Los mismos barcos de vela pasan sin tener en cuenta a la gente de secano, surcan el mar sin contar con la tierra; su mundo es otro mundo y navegan sin mirar la sierra. En realidad la sierra es la misma, al sur la Almijara y aquí el Cuera, pero el mismo color de la caliza; un verde de hierba o de pinos, las diferencia levemente.
Allá era yo niño y ahora son niños mis nietos. Antes jugaba con las olas y ahora lo hacen ellos, pero el olor a marismo me llega igual de dentro y sigo buscando el mismo agua en los pozos que hacemos en la arena de la playa.

Fotografias de Toranda (Llanes) y Chorrillo (Nerja).

29 marzo 2009

Llueve a lo lejos en la mar


Llueve a lo lejos en la mar.
La ola se deshace impotente en diminutas burbujas de aire. El mar enfurecido se cubre de espuma. Toda su fuerza queda reducida a un manto blanco, como de leche derramada. El sol quiere buscar un hueco entre las nubes para mirar qué es de tanta bravura, y se retira al comprobar que todo fue nada, que hoy ni la mar está bravía, ni las olas levantan sobre el malecón la espuma blanca.
A lo lejos llueve; una nube despliega su cortina gris sobre la mar. Por fin los peces probarán el agua dulce, disfrutarán el cambio de tanta monotonía salada, no envidiarán a los salmones que tienen la dicha de remontar el Sella para bañarse en sus aguas cristalinas, lejos en la montaña, entre hayas y castaños.
No se otea ningún velero en el horizonte. Hoy quedaron al pairo en la ría, soñando otras singladuras. Hace años, ponían proa a poniente y surcaban los mares para llegar a tierras de ultramar, buscando un nuevo porvenir, allá dónde descansa el sol. Otras veces, salían a alta mar en el Cantábrico para volver a puerto con las ballenas capturadas.
Otros tiempos, otros mares, otras rutas olvidadas.
La misma luz de la tarde, en Ribadesella, a finales de invierno.

Fotografía: atardecer en Ribadesella. Asturias

23 marzo 2009

Torimbia. Llanes


Ayer estuvimos paseando frente al mar.
Las olas dejaban el cielo a nuestros pies. Caminábamos despacio entre nubes, sin dejar apenas huella en el espejo de arena.
El mar avanzaba y retrocedía lentamente para conquistar poco a poco su espacio. Se perdían las pisadas de las gaviotas y las burbujas de aire atrapado entre la arena estallaban sin ruido, como nuestro lento caminar entre ola y ola.
La isla quedaba unida a la playa por una lengua de arena y las ovejas podían regresar a tierra después de su aventura marítima.
La rasa parecía querer entrar en el agua y lo hacia sin miedo, adelantando una proa al mar abierto; no sabe que la lucha es sin cuartel y vendrán inviernos en que el choque hará retumbar las cuevas y bramará desde sus entrañas el mar, expulsando sin pudor su aliento por los bufones del acantilado.
Hoy la mar y la tierra han firmado tregua, se unen en abrazo tranquilo y nos dejan caminar en paz entre el cielo, la mar y la tierra.

Fotografía: playa de Torimbia (Llanes).

18 marzo 2009

Entre el fuego y el agua

"Toda la noche he dormido contigo
junto al mar, en la isla.
Salvaje y dulce eras entre el placer y el sueño,
entre el fuego y el agua."

Pablo Neruda


Desde mi rincón en Piedra, milagros de Internet, he paseado por la casa de Pablo Neruda.
Entre las olas y los días, en esta tarde tranquila, mirando perderse el sol en los perfiles de las encinas, leo sus versos a Matilde.
Recuerdo otras noches sin horas. Enlazados los dos en abrazos sin tiempo. Cuando el amanecer me sorprendía con su cuerpo entre mis brazos.
Era una cama pequeña, entre catre y cama; nos sobraba la mitad. Teníamos un banco de escuela sujetando la pata rota. El cuarto era grande y la silla se perdía como único mueble en aquella inmensidad de dormitorio. La ventana daba al patio de la escuela y muchas mañanas de domingo nos despertaba el sol en la cara. No importaba el frío de aquellos largos inviernos. El calor lo poníamos nosotros y las mañanas sin prisas parecían hechas para los dos.
Entre el placer y los sueños, eran salvajes y dulces los días. Días enteros para nosotros. Solos en aquella casa grande, adosada a la escuela, sin vecinos; tan silenciosa en los días de domingo, que nadie molestaba nuestra tranquilidad y lentamente veíamos pasar el día y llegar la tarde tan callada.
Entre el fuego y el agua, no hacíamos planes. Dejábamos transcurrir las horas y nos traía de nuevo la noche otros sueños, otros placeres.
Llegarían otros días, nuevos soles. Otras ilusiones de ver crecer al hijo, amamantado entre lectura y lectura a los niños de la escuela. Juguete de todos, en aquella escuela unitaria y mixta donde cualquier momento se aprovechaba para enseñar a leer y escribir.
Hace años volvimos a la casa-escuela y en su solar había un parque infantil con toboganes y columpios y lo que es el misterio de la memoria: veía con claridad la silla de anea en la portada, donde mi mujer daba de mamar a Miguel mientras los niños correteaban alrededor; el albaricoque en el patio, bajo cuya sombra colgaba la jaula del jilguero y el dormitorio grande, con aquella cama cojitranca frente a la ventana.

25 febrero 2009

Amor sin olvido

En la puerta había una gorra negra; era la que usaba mi abuelo cuando vestía el uniforme de gaitero en la banda del pueblo. Los domingos se trasmutaba en otra persona, olvidaba el reuma y con su gorra negra parecía un veintañero. Salía con la gaita bajo el brazo camino de la plaza y siempre paraba en la puerta de su antigua novia; aquella que lo dejara por el rico del pueblo. No desfallecía, soplaba y soplaba hasta que Carmen no tenía más remedio que salir al balcón. En ese momento se descubría y saludaba orgulloso con la gorra.

12 febrero 2009

Poema sin mar

Quiero escribir
un poema sin mar,
sin sol, ni tardes de otoño.
Sin flores en primavera,
ni lunas llenas
a la orilla del río.
Un poema, apenas
sin palabras, sin letras.
Sólo deseo escribir de ti,
cuando me dices
quedo al oído:
amor, amor mío.

A la caída del sol

Algunas tardes de febrero
a la caída del sol,
pienso en ti.
Sueño tus besos;
besos, ya casi olvidados.
Duele recordar
aquel vibrar a tu vera,
caminando despacio,
sin rumbo, sin tiempo,
al lado de la mar,
en tardes lentas, sin prisas;
el amor recién nacido,
jóvenes los dos,
iniciando el camino
llenos de ilusión.
Añoro el amor primero,
en estas tardes de sol
cuando la primavera
quiere de nuevo renacer.

15 enero 2009

Rumores de mares

"Arrullándome la vida
con caricias inventadas."
Perseida


Rumores de mares

Quiero recordar
aquel amor primero.
Caricias inventadas,
besos indecisos.
Rumores de mares
apenas recorridos.
Caminos abiertos
recién dibujados.
Arrullos de amor.
Sueños de vida.
Amaneceres plenos
de placer compartido.

14 enero 2009

Mi tío Federico

Mi tío Federico tomaba baños de asiento.
Cuando discutía con mi madre acababa siempre diciendo: “para ti la perra gorda, me voy a tomar los baños de asiento". Esto podía ocurrir a mediodía o por la tarde, no había hora fija para las discusiones. Nunca supe en que consistían los baños de asiento. En casa había un cuarto de aseo grande, como para correr caballos, pero únicamente tenía lavabo y retrete; claro que sí teníamos un barreño grande de cinc donde mi madre nos bañaba. Quizás mi tío lo usase para sus baños de asiento.
Mi tío Federico era un adelantado a su época; medio naturista, consultaba sus manías a un galeno que diagnosticaba los males mirando con una lucecita la niña de los ojos. A nosotros nos venía bien. El tal galeno le mandaba tomar unas galletas "Vigor" que no tenían comparación con las "María" que compraba mi madre, y aunque escondía la caja metálica en los rincones más insospechados, siempre dábamos con ella. Íbamos rellenando el fondo con papel de periódico conforme nos las comíamos para que no se notase la merma al abrir la caja. Ahora comprendo que sería un juego consentido.
Mi tío intentó conservar el pelo con remedios caseros. Se untaba en la cabeza un potingue que le hacía mi madre con yemas de huevo y abrótano macho, pero no tuvo mucho éxito, cada día estaba más calvo.
En una época le dio por bañarse en la playa al amanecer. Salíamos de casa con las primeras luces del alba y por el camino de la Torna, entre huertos de tomates y boniatos, llegábamos a la Torrecilla. Si en ese tiempo no se bañaban nada más que los cuatro madrileños que paraban en la fonda frente a nuestra casa, a esa hora no lo hacía ni Dios. Yo le saqué gusto a esos baños. Me enseñó a nadar sujetándome por la barbilla y era un disfrute correr por la playa solitaria.
Aunque controlaba la disciplina en casa, siempre estaba con la retahíla: “si fueseis míos estaríais más derechos que una vela” y allí sólo se "retorcía" mi hermano que como era el pequeño podía hacer lo que le viniese en gana.
Me trasmitió su amor por la sierra. Con el subí por primera vez al cortijo del Imán y al nacimiento del río Chillar. El cortijo del Imán, aislado en lo alto de la sierra, había pertenecido a un imán de Cómpeta durante el periodo árabe y aún mantenía el nombre.
No era hombre de copas ni de café. A pesar de tratar con todo el mundo consiguió pasar toda su vida sin entrar en un bar. Sí era superior a sus fuerzas estrechar la mano a los que habían pasado por el hospital de Fontilles; sabía que la lepra tenía cura, pero más de una vez presencié a alguno quedarse con la mano extendida en el aire.
Mi tío hizo su carrera política. Alcanzó a ser presidente local del sindicato vertical, siendo pequeño propietario; para algo sería vertical el sindicato. El sindicato sólo se nombraba por sus iniciales C N S, nada de sindicato ni algo que se le pereciese por muy vertical que fuera. Yo, que no conocía el significado de las iniciales, las traducía "Comemos Nosotros Solos". Durante ese tiempo me cansaba de actuar de portero en casa: todo el día estaban llegando papeles para que los firmase.
Mi tío Federico, que llegó a mocito viejo, se pasó media vida buscando novia. De vez en cuando se perdía, y era que había salido a recorrer unos cuantos pueblos de Granada donde teníamos parientes - y sobre todo varias parientas -, a ver si alguna le venía bien. Volvía muy contento de su turné, contando historias de Agrón y Chimeneas, pueblos que a mí me parecían de otra época en un mundo lejano. Con todo ninguna candidata llegó a cuajar.
No tuvo suerte, acabaron casándolo con una pelagarta y terminó sus días de campanero en la ermita. Esa es otra historia.

11 enero 2009

Mi primo Carlos

Mi primo Carlos era rubio, regordete, más bien bajo y con el pelo ensortijado. Todo lo contrario a mí, tiznado, larguirucho, orejón y con el pelo siempre tieso. Mi tío me llamaba “pino quemao”. Claro, los morenos éramos minoría en la familia y no estábamos muy bien vistos, parecía que fuésemos postizos, como venidos a menos. Siempre me contaban que la tizne la había metido mi abuela materna y contaminado a parte de la familia.
Volviendo al primo Carlos, tengo que decir que cuando iba a doblar una esquina inclinaba la cabeza para el lado contrario. A mí me llamaba tanto la atención que al caminar juntos por las calles del pueblo y acercarnos a una esquina, me retrasaba para verlo doblar la cabeza. Nunca me atreví a preguntarle porqué lo hacía, si temía pegarse con la esquinao se ayudaba en el cambio de dirección - como hacen las avestruces con el ala para girar mientras corren-.
Claro que mi manía era más preocupante aunque no se notase; en esa época al recorrer las calles, pensaba que tenía un doble que podía encontrarse en otro lugar y estaba haciendo lo mismo que yo. Si doblaba una esquina, aunque mantuviese recta la cabeza, el “doble” estaría doblando otra esquina en otra parte del mundo. No tenía preferencias por ningún país, pero generalmente me inclinaba por las Filipinas, donde había nacido mi abuelo, aún vivo, y que de vez en cuando me quería engatusar para que lo acompañase en su vuelta a Mindanao.
En Mindanao había dejado un cortijo que a caballo no se recorría en un día, y quería volver a recuperarlo. Aunque intentaba explicarle que los “gringos” cuando tomaron las Filipinas se quedarían con el cortijo, no me hacía caso y sacaba las escrituras de la finca. Estas las guardaba en una cajita de madera junto a su partida de nacimiento de Calamianes en la isla de Cayo. En su recorrer por toda la Península y la Gomera, desde la pérdida de Filipinas en el 1898, no se había separado jamás de ellas.
A lo que íbamos, mi primo Carlos (que dejó de tartamudear a la vuelta de su viaje de novios, muchos años más tarde), de niño echaba unas parrafadas largas, aunque no tuviesen ni pies ni cabeza; lo mismo hablaba de los conejos que criaba en el corral, que de una vecina con trenzas rubias que vivía en su calle; parrafadas que con la tartamudez se hacían interminables. Un día me contó que los tebeos del Capitán Trueno eran pura invención, que Goliat nunca fue gordo y que Sigfrid no era rubia. Yo estaba enamorado de Sigfrid y aquello me molestó hasta tal punto que cuando íbamos a cambiar los tebeos, lo hacíamos en quioscos distintos y por caminos diversos. El seguía doblando la cabeza en las esquinas, pero yo ya no lo acompañaba. Lo de Sigfrid me había dolido.
Sobre los diez años nos llevaron al internado en la capital.
El viaje era toda una epopeya. Hacíamos la ruta de Alhama en el taxi de Miguel “ El nota” con los colchones y las maletas en la baca. El “11 ligero” añadía una banqueta entre las dos filas de asientos traseros y todo el taxi se llenaba de niños y de piernas de los mayores que nos acompañaban. En aquella época no se “soplaba” y Miguel paraba en todas las ventas a matar el gusanillo. Tomaba una copa de anís Machaquito y en caso de que tuviese que enfriar el motor, a mitad de la cuesta del boquete de Zafarraya, caían varias. Mi primo no era muy observador, pero con su lenguaje, en un momento nos sorprendió : mirad , mirad.... que conejos tan... grandes.... Era una piara de cabras pastando tranquilamente cerca de la cuneta.
El colegio le sentó regular, pronto tomó la manía de meterse el dedo entre los botones de la bragueta y llevarlo rápidamente a la nariz. Estaba hablando contigo y en unos minutos podía hacer el trayecto varias veces, por lo que acababas acostumbrado y lo veías lo más normal del mundo.
Por Navidad volvíamos a casa. Venía a recogernos el taxi de Celestino. Celestino tenía otra historia. Durante una época había sido jefe de una tribu en Guinea y cuando iba conduciendo se le notaban muy bien en la cabeza las cicatrices de los mamporros que le dieron para alcanzar la jefatura. Como el viaje de vuelta lo hacíamos sin mayores, Celestino aprovechaba y nos contaba las aventuras con su harem en medio de la selva. Se notaba que ya era mayor y le gustaba recordar sus años mozos.
Mi primo con las historias verdes se ponía muy colorado y no paraba de meterse el dedo entre los botones de la bragueta para llevarlo después a la nariz.

10 enero 2009

Palestina

Borran tu nombre.
Cercan tu tierra
con muros infinitos
de hormigón y alambradas.
Construyen un gueto,
encierran a tu gente,
mueren de sed y hambre.
Masacran a tu pueblo,
arrasan tus ciudades,
no dejan piedra sobre piedra.
Y yo sigo el correr de los días
sin rebelarme
contra este genocidio silencioso
de hambre, sed y fuego,
de destrucción de todo un pueblo.
Y sigo al sol que me calienta,
el mismo sol que te quieren robar,
como si no fuese este sol
la misma luz para todos los hombres
de la Tierra.

07 enero 2009

Arranco palabras al silencio

"Arranco palabras
al silencio.
Ahora ya puedo escribir de nuevo,
nada lo impide; me quedé vacía".
Perseida


¿Será cierta la soledad?
¿Será este camino a la nada
lo que llaman vejez?
Ver alejarse amigos que lo fueron
¿no es perder el vivir?
Sentir lejos a los seres queridos
¿no es sin morir, penar?
Ir perdiendo el poder
sin olvidar el querer,
¿no es una senda al vacío?
Arranco palabras al silencio
al ritmo de la tarde
en su lento transcurrir.
Sueño con renacer a nuevos días
plenos de placer. Caminar
junto a los amigos por sendas ya recorridas,
compartir horas y vida
con los seres que llevan mi ser.
Volver a lugares conocidos
y mirar otra vez los rincones
que fueron tan queridos ayer.

04 enero 2009

Carboneros de sierra Almijara. Nerja




A Miguel " El minero"

Añoro al sol de la mañana,
el primer calor del día,
rodeado de la gente del pueblo
contando historias vividas
en aquel tiempo primero
cuando las palabras nacían
a mi conocer sorprendido.
Hogaño, recuerdo tiempos de antaño
en la recacha de la ermita,
historias duras y sencillas
de lucha por la vida.
Historias de carboneros
en lo alto de la sierra,
-la leña cercana
estaba ya rebuscada-,
boliches vigilados día y noche,
sacos de carbón a la espalda
desde la sierra más alta
ofrecidos casa por casa.
Hoy, ¿quién lo iba a decir?,
añoro aquel sol que nos calentaba
en los fríos de la mañana
y me sigue doliendo
en el fondo del alma,
la dureza de aquella vida,
para mí, sólo contada.

Miguel, en los años 50, se buscaba la vida carboneando en los encinares de los Caños del Rey (Almijara). De niño había sido aguador en las explotaciones mineras del Barranco de los Cazadores y llevaba con orgullo su apodo.

04 diciembre 2008

Vega de Liordes. Picos de Europa




Vega de Liordes
mares de piedra
lago de hierba verde.
Regato de aguas claras
sed de la canal Remoña.
Muros altos del Friero
nido de águilas
refugio de rebecos.
Sueño con ver
tu cielo lleno de estrellas
oír tus silencios de cencerros
el rumiar del ganado
sin prisa, sin tiempo.
Subir el cordal del Llambrión
con sus lagos escondidos
Cimero y Bajero
agua lenta, tranquila.
Andar reposado por las Colladinas
arriba camino de collado Jermoso.
¡Quién pudiera volver
a tu campa
con los amigos
del alma!


Fotografía: vega de Liordes. Picos de Europa.

21 noviembre 2008

Un libro olvidado entre las manos

Esta tarde, al despertar, se dio cuenta de que tenía un libro entre las manos. No recordaba de qué trataba. Lo tenía que haber leído hace poco, pero le parecía algo extraño entre sus manos. Su autor no le decía nada, era un nombre extranjero y no tenía ni idea de cómo había llegado a su casa. Desde hace un tiempo se quedaba dormido en la butaca y al despertar se encontraba con un libro en el regazo, como llegado del cielo.
Nunca había sido un lector de novelas. El portero le pasaba aquellas novelas del Oeste que devoraba mañana y tarde, y él, nunca se atrevía a decirle que no las soportaba. Las dejaba encima del aparador, y al cabo de unos días cuando calculaba un tiempo prudente se las devolvía.
En propiedad había que decir, que había sido lector de una novela, una única novela, que releía a menudo y llegaba a recitar de memoria capítulos enteros. Aún recuerda la historia del chino premiado con la flor de Lis en aquellos juegos florales, cuando: "se levantó desde el fondo de la platea a recoger su galardón, con la cara de chino que ponen los chinos cuando llegan temprano a su casa, dejando atónito a todo el público asistente". No se cansaba de García Márquez en su “Amor en los tiempos del cólera”. A cada frase le encontraba varios sentidos y aunque se la sabía casi de memoria, tenía que releer lentamente para disfrutarla.
Más bien era lector de periódico, esperaba con ansiedad la columna de González-Ruano, y después se pasaba a los anuncios necrológicos. Le entretenía el buscar los apodos de los difuntos. Tenía una colección de motes recopilados de sus muchos años de lector. En una época llegó incluso a viajar a provincias para buscar en los periódicos locales los alias que echaba de menos en los de la capital. Prefería los asturianos y sobre todo los del Oriente, en ellos encontraba necrológicas de un gran número de indianos, que a pesar de haber pasado media vida en las Américas, a la hora de viajar al otro mundo, mantenían el sobrenombre con el que fueron conocidos en el terruño donde habían visto la luz.
En tantos años de necrológicas, no perdía la esperanza de encontrar el lema apropiado para su epitafio. Aunque ya guardaba uno en reserva, sus amigos le comentaban que tenía que pensarlo detenidamente; al fin y al cabo era para toda una eternidad, y con la quiebra reciente de las fábricas de pantalones vaqueros, aquello de: “nunca usó vaqueros” perdía un poco su sentido.

19 noviembre 2008

Desde mi butaca




A Nofret

Hoy he visto perderse el perfil de los árboles en el horizonte, al principio se recortaba sobre un cielo rojizo que poco a poco pasó a gris y al momento dejó de verse, se fue como por ensalmo. Son encinas, robles y fresnos. Los fresnos y robles parecen fantasmas desnudos al perder las hojas. Sólo destaca el porte de las encinas, sus copas grandes, redondeadas, me señalaban el horizonte sobre el cielo que ya presagiaba el agua.
La lluvia empieza a caer lentamente y la música de las canales suena intermitente. Ahora tras la ventana sólo veo oscuridad, como si la oscuridad se viese; pero el cantar de la lluvia, me dice que existe, que fuera está la lluvia y algo más. Deben seguir los árboles aunque no los vea, hay cosas que están sin ser vistas. Debe seguir el aguilucho que caza en el prado vecino, ¿tendrá un lugar donde refugiarse de la lluvia? o como hace a veces, ¿se subirá al palo más alto de la cerca o se esconderá entre el follaje de las encinas? Deben seguir los petirrojos, que durante el día revolotean por el prado buscando su comida. ¿Dónde se refugiarán los topos en la tierra encharcada? ¿Encontrarán cobijo bajo las piedras del muro, o se esconderán bajo el porche de la entrada?
La lluvia cae lentamente, es un agua tranquila que empapa la tierra, el sonar es suave, a veces parece perderse en el silencio de la casa. !Qué dicha no tener televisión!, poder oír el ritmo de la lluvia que suena en las canales y en otros momentos se hace casi inaudible.
Este otoño vino lluvioso, ha sido un buen año de setas. Las lepiotas se han criado hermosas, era una delicia entreverlas bajo las encinas, junto a las lepistas y champiñones.
El acebo ha echado hojas nuevas, hojas tiernas, de un verde claro entre las bolas rojas y las hojas viejas, oscuras.
La camelia está repleta de capullos, promesas de flores grandes para que cuando lleguen los fríos del invierno adornen la portada con su color grana.
Los rosales ya los he podado, están preparados para la invernada, y los cerezos tienen su copa formada, esperando con sus yemas llenarse de cerezas esta primavera.

15 noviembre 2008

Mientras acariciaba


Mientras acariciaba el mudo instrumento musical, recordaba las mañanas de los domingos cuando entraba en la Plaza Mayor a escuchar los pasodobles que desde la glorieta tocaba la banda del pueblo. Se colocaba bajo la gran palmera que vio crecer desde pequeña; en aquel entonces, para protegerla le ponían un barril de madera alrededor y hoy ya superaba la altura del ayuntamiento.
Este mediodía, seguía el compás de la música por los movimientos de la batuta del director. El pasodoble lo recordaba de memoria, pero un movimiento brusco le delató que algo había cambiado.
Entonces vino a darse cuenta de que los músicos eran otros, en lugar de sus uniformes azul oscuro con las charreteras doradas como generales sin mando, la banda vestía de colorines variados. Una gama de verdes, rojos y amarillos daba tal colorido a la glorieta que pareciera que el arco iris de Noé se hubiese posado sobre ellos. No podía explicarse cómo no lo había visto anteriormente. Era dura de oído desde que pasó las paperas, pero la vista la tenía como los linces.
Hizo un recorrido mental de sus pasos esa mañana; se había levantado con el pie adecuado, el derecho; pero ese no fue el caso cuando pisó la calle tras el escalón de su casa. Recuerda muy bien que tuvo que volver a echar el pie al darse cuenta de que pisó con el izquierdo. No le dio importancia en principio, pero un resquemor le quedó en su mente.
Cuando caminaba por la calle Ancha camino de la Plaza Mayor, se cruzó con Juan que siempre la saludaba, y hoy volvió la cabeza como si no la viese. Juan era un antiguo pretendiente que sin saber la causa no llegó a cuajar, pero nunca le había negado el saludo. Quiere incluso recordar una época, en que Juan le acompañaba en el paseo hasta el templete de los músicos y allí se despedía. A él no le iba la música cargada de bombo.
Al entrar en la plaza, no lo hizo como siempre por el lado de la palmera. Sin saberlo, se encontraba junto a los pacíficos, esos que iban cambiando de color con el tiempo: empezando con flores blancas y acabando rosadas antes de marchitarse.
De pronto miró alrededor y vio a otras gentes, como de otros sitios, con otros ropajes; unos llevaban chaqueta pero con pantalón corto a la rodilla, otros un traje talar, el de más allá se cubría con un sombrero a lo tejano, el otro vestía como un arlequín; el cura parecía un canónigo con los botones de la sotana rojos, y el guardia civil con su tricornio llevaba unos bigotes tan enormes que le salían al mirarlo de espalda.
En ese momento al ver los bigotes tan hermosos, cayó en cuenta de que había llegado don Carnal, y ella no sabía cómo había sido.

09 noviembre 2008

Los olores que le eran tan queridos




Le gustaba recordar el olor de su Juan cuando volvía de trabajar en la sierra. Era una mezcla a tomillo, macho y romero que le trasmutaba su ser. Hoy, hace años de aquello, aún lo huele cuando se va a la cama algunos días de invierno, entonces la soledad del fuego en la chimenea le trae recuerdos de aquellos tiempos felices en la crudeza de la vida.
Fueron unos años maravillosos, su Juan trabajaba en la sierra destilando aromas de tomillo y romero, ella mantenía la casa como una patena. Cuidaba su maceta de albahaca y al hacer la cama, colocaba unas hojas bajo la almohada para que el olor a macho de su Juan no le hiciese perder el control rápidamente. Le gustaba disfrutar con lentitud de las sensaciones y olores que le traía su Juan.
Aunque Juan era callado, le adoraba por muchas razones; esa calma que se respiraba a su lado le traía recuerdos de los primeros días de relaciones. Juan llegaba, se sentaba cerca de ella en aquel poyete del cortijo y sin saber cómo, le entraba un temblor en el labio que no podía parar. No mediaban palabra alguna, pero el sentir era mutuo. Juan con su mirar se lo decía todo, y ella con su temblar le contestaba.
El cortijo era una casa pequeña, los dos cuartos con las ventanas a la fachada y un poyete siempre blanqueado donde sentarse a la recacha en los días fríos del invierno; la mar a lo lejos y el Cerro las Puertas enfrente. Su madre, siempre atareada, cuando no preparaba el horno para el pan hacer, buscaba cigarrones para el pájaro perdiz o llevaba la cabra a los pastos tras el cortijo, les dejaba a ellos pelar la pava con toda la tranquilidad de la sierra.
Desde aquellos días primerizos tenía los olores de su Juan en el recuerdo, una mezcla a sierra y hombre que desde entonces le acompaña en tantos avatares como le ha llevado la vida.
Los años con su Juan corrieron como la espuma, se pasaron en un sin sentir. Qué pena no recodar sus andares, los rasgos de su cara que se desdibujan con los años. Ojalá los recuerdos fueran como los olores, que quedan grabados en algún rincón y no se borran; parece que están escondidos y cuando vuelve uno, vuelve todo lo que le rodeaba.
Hoy, al oler a tomillo, le vino el recuerdo completo de su Juan, con todos sus olores y sentimientos; pareciera que lo tenía a su lado en aquella cama grande con olor de albahaca.

01 noviembre 2008

El chocolate del loro



El Ayuntamiento de Nerja vende el agua del pueblo por 25 años.

Con la que está cayendo

No estamos de acuerdo con aquello de “ en tiempos de tribulaciones no hacer mudanza”.
Tenemos que cambiar los modales, no es posible seguir con el modelo “gilista” de gestionar nuestros ayuntamientos.
No entramos en los numerosos casos de corrupción de la administración municipal en tantos pueblos de España de toda clase de ideología política, labor que esperamos vaya poco a poco cayendo en manos de la justicia.
No podemos permanecer callados, cuando una vez acabado el becerro de oro del boom inmobiliario, vemos cómo nuestros pueblos venden sus riquezas para seguir montados en el mismo tren de derroche y endeudamiento.
El loro está tan repleto de chocolate que ya no puede volar.
No es de recibo que sin ningún control externo, los miembros de un Consistorio se reúnan para ponerse el sueldo a cobrar. ( alcaldes que se ponen sueldos mayores que los ministros )
Hemos conocido pueblos endeudados por gastos sin ninguna necesidad, la lista puede ser interminable:
Cerrar el paseo público para reunirse a comer ellos, a cargo del consistorio.
Cambiar toda la rotulación de las calles, copiando lo mismo que hacen otros, sin tener en cuenta que la rotulación existente hacía su función extraordinariamente.
Renovar las marquesinas de las paradas de autobuses estando nuevas las recién puestas.
Sacar, meter y volver a sacar en las aceras según capricho los contenedores de basura.
Sacar, meter y volver a sacar las paradas de autobuses de las aceras.
Renovar los mármoles del ayuntamiento sin motivo aparente.
Cambiar el enlosado de paseos, aunque el anterior fuese artístico y en buen estado.
Vender todos los solares de aprovechamiento urbanístico, y dilapidar el patrimonio común.
Vender riquezas naturales como el agua, creando empresas mixtas en la que colocar como consejeros a medio ayuntamiento. En el último caso que conocemos la empresa tendrá 12 consejeros ( Ni un consejo ministerial de un Estado ).
El listado puede ser infinito.
Pediría por lo menos, que se reformase la normativa para que los Ayuntamientos no pudiesen retorcer la ley y vender el patrimonio mediante la creación de empresas mixtas; y exigir un control externo para sueldos y prebendas, y así no tener que pleitear por ver qué alcaldes tienen más consejeros o sueldo más elevado.

13 septiembre 2008

Andalucía




Tonos y colores distintos
historia ya vieja
de gentes diversas.
Llanos de Andalucía la Baja
montañas de la Alta.
Perfiles de mares abiertos,
hombres y mujeres
de un mundo mestizo y nuevo,
ya viejo en esta tierra
que vio nacer a otras gentes
de etnias y colores diferentes.
Sueño de un mundo
que comparta la alegría
por ver crecer al hijo
de esta tierra andaluza.

11 septiembre 2008

A mi nieto Áyobe




Señalas al abuelo Miguel.
Sin hablar te vales de tus manos
para llamarlo.
No sabes que tiene otra piel,
que el color de su cara es distinto,
que sus pelos blancos
algún día serán los tuyos.
Pronto podrás decir
que la sangre también nos une
que no sólo es amor de abuelo,
que el cariño viene de lejos
del principio de los tiempos
cuando todos éramos iguales
y el corazón no entendía
de colores diferentes.

23 julio 2008

Mi madre y mi nieta




Dos miradas interrogantes
al presente y al futuro.
La bisabuela viene tranquila
tras su largo viaje,
en brazos trae
la biznieta que inicia el camino.
Quiere guiar sus primeros pasos
enseñarle lo que sabe,
recordar la herencia
de otros hombres y mujeres
que fueron antes que ella
por caminos semejantes.
Dos vidas unidas
por el vínculo de la sangre,
dos miradas parecidas
de ojos expectantes
abiertos a la vida
al futuro, al presente

Recuerdo sin olvido


"Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido."
Pablo Neruda


Esta noche quiero recordar
una playa bañada por las olas
un camino de luces en la mar
un reflejo de plata en la orilla
una barca varada sin nombre
un olor intenso a marismo.
Unas huellas de pasos conocidos
unos labios de amor soñados
un deseo de abrazos,
un cruce de miradas que fueron
un sueño de amor.
Un corazón aún herido
un volver aquellos días
de luna llena en la mar.
Dos manos unidas
dos cuerpos encontrados
un amor ya olvidado
una herida eterna
un recuerdo sin olvido.

18 julio 2008

Educación y sociedad


Educar nunca ha sido fácil, y menos reconocer los fallos cometidos. No podemos sacralizar el concepto de integración. Convertir los institutos de secundaria en meros espacios de acogida de analfabetos. El profesorado de ellos no está preparado para enseñar a leer y escribir. El alumno que entra en secundaria sólo por tener la edad correspondiente, sin conocer el idioma y mucho menos leer y escribir, sale en muchos casos tan analfabeto como entró. Admiro la valentía del Gobierno de Cataluña que ha visto la necesidad de conocer por lo menos la herramienta de trabajo, como es el lenguaje y la escritura, antes de mezclar en una clase niveles tan extremos que son incompatibles.
He conocido alumnos inmigrantes, aislados completamente en una clase de 30 compañeros, ni sus mismos compatriotas, ya integrados, eran capaces de ayudarles, y el profesor de secundaria, que toda su vida estuvo preparando a sus alumnos para entrar en la Universidad, intentando hoy decirle que la ¨m¨ con la ¨a¨ suena ¨ma¨, además de atender al alumno trisómico y al otro 20% de nacionalidades y niveles todos diferentes. No sé si las clases de acogida e inmersión en el idioma común deben estar fuera o dentro del centro de secundaria, pero lo que he conocido de sólo 2 horas a la semana para el aprendizaje de la lectura y escritura y el resto en las clases comunes, es un fracaso total.
En lo que no tenemos más remedio que seguir luchando, aunque sea a cara de perro, es en la implantación de la asignatura de la Educación para la Ciudadanía. El reconocer que puede existir una moral laica y democrática que integre a hombres y mujeres homosexuales y heterosexuales con los mismos derechos cívicos, no es una tarea fácil.
Saben que es un torpedo en la linea de flotación de la moral religiosa que desean sea exclusiva. Dejemos que el Sumo Pontífice recorra el mundo pidiendo perdón por sus curas pederastas y que sus obispos salgan a la calle, con gorrillas, acusando con la mayor hipocresía de antidemócratas a los partidos que no comulgan con sus ideas; pero luchemos por dar a conocer todos los derechos y deberes que nos corresponden como ciudadanos

14 mayo 2008

Anica "La duquesa"



No era como otras veces. Esta vez se había ido sin avisar. No dijo ni: “me voy”. Aunque es cierto que tenía motivos; su hija, Carmela, se había “subido a la ventana” antes de tiempo y el cura no quería casarla si no era de madrugada.
Seguro que había cogido el tren a Madrid y quién sabe cuando volvería.
En casos como este, Anica echaba mano de sus dotes de espiritista y tras la puerta, con su pañuelo negro a la cabeza, convocaba a sus difuntos para que le informasen de las andanzas de su marido.

02 mayo 2008

Primavera en Pacanda. Llanes


 

Hoy, tras mi ventana veo el prado florecido. Son unas pequeñas flores blancas que iluminan el verde de la hierba, quizás manzanillas o margaritas pequeñas. La primavera ha venido y los primeros rayos de sol tras la lluvia hacen brillar el prado con una fuerza que parece venir de la tierra.
Los cerezos ya relucen sus blancas flores al sol de la mañana, son las primeras de mis cerezos y aunque pequeñas es una esperanza para el futuro. Verlos crecer es mi ilusión del mañana.
La peña refleja el brillo del sol en la hierba recién brotada, e incita a ser conquistada. Quizás un día me anime y suba a la cima. Tiene que verse el horizonte de la mar cercana.
Los fresnos están llenos de hojas verdes, tiernas, pequeñas, para cobijar a las lavanderas en su ir y venir al prado donde su caminar es más un baile, con la cola que sube y baja, que una batida de caza.
El nogal tiene un tinte marrón, no es verde aún, las hojas luchan por salir de su invernada y cubrir al gran árbol en todas las ramas.
El mirlo da tres pasos y se para, se prepara a cazar al acecho los insectos entre la hierba rala.
En el cielo el aguilucho pelea con los cuervos por el espacio de vuelo del territorio de caza.
Las gaviotas rebuscan en el prado su alimento de la jornada, seguro que la mar hoy no las alimenta, quizás mañana.
El petirrojo salta del muro al prado y del prado al muro, como jugando con su libertad alcanzada.
El gato, felino, inmóvil levanta una pata, da un paso, fija la vista y no pierde detalle del rastro del topo que se esconde rápido bajo la tierra.
La pomarada del fondo parece como nevada, es una garantía de que hogaño tendremos sidra para animar las veladas.
Las ovejas pacen tranquilas, no saben qué hacer con tanta hierba y los corderos saltan de dicha, jugando con las madres al escondite entre los manzanales de la ería.
El cuco no para de cantar, estará buscando donde colocar sus huevos. Aún no sabe qué padres adoptivos encontrar, si el nido del mirlo o el del estornino será mejor hogar.
Los jilgueros van y vienen, ya no tienen el cardo que tanto les hizo disfrutar. Era un cardo grande, lleno de flores en sus ramas, donde una bandada venía a buscar las semillas. A mi me dejaban mirar sin molestar.
La camelia aún abre sus flores rosas, las últimas de la temporada, a ella le viene mejor los fríos del invierno que los calores del estío.
Los acebos están llenos de hojas nuevas, y pequeñas flores blancas que serán frutos rojos para en el próximo invierno alimentar al mirlo, cuando las nevadas.
Los rosales, junto al muro de piedra, son una promesa de flores rojas abiertas, han crecido y brotan con fuerza.
La palmera ha sufrido los rigores del invierno, aparece con hojas secas. No temo que se pierda, el tallo verde me da esperanza de que crezca. Mi ilusión es tener una palmera a la portada, como en las casas de mi otra tierra malagueña.
El aguacate se ha salvado de las heladas, lo cubrí con un abrigo de tela y parece revivir cada primavera. Los kiwis crecen rápidos, les viene bien la humedad de Pacanda y esperamos por fin recoger cosecha este otoño, será la primera. Para eso planté macho y hembra.
La yedra cubre ya el muro y gana la batalla a la zarzamora. Este verano buscaremos las moras, para la mermelada, en los zarzales cercanos por los setos camino del río.
A la puerta, estos días, he plantado begonias y petunias que animen con sus flores las tardes de lluvia entera, cuando el cielo se cubre de nubes negras y esponja la tierra con el agua que deja.
Hoy brilla más el acebo ¿será por la primavera? o ¿por la luz de la alborada?

Fotografía: Pacanda, Llanes.

23 abril 2008

Don José


Si, yo conocí a Don José, maestro nacional en Nerja. Había llegado de detrás de nuestra sierra Almijara, de un pueblecito llamado Játar. Mucho tenía de señor de su tierra, ya de mayor lucía una barba quijotesca, y algo de Quijote si tenía: su amor por los libros.
Era tal su cariño que no conocía libro malo y su casa era un dije. En cada rincón, encima del quicio de las puertas, en baldas entre dos sillas, en paredes repletas, en la cocina, en un armario del cuarto de baño, en cualquier sitio, había libros.
Y sus libros no eran puro adorno. Se quitaba sus gafas de miope y parecía probarlos. Los leía tan de cerca, que seguro le sacaba el gusto. Se deleitaba con la lectura y rara vez levantaba la cabeza para descansar. Claro, su sabiduría era enciclopédica. Además de saber latín y griego su conocimiento de la Historia era tal, que no había tema del que no estuviese documentado.
Tan Quijote que, por amor al arte, montó la biblioteca municipal de Nerja recopilando los libros que ya no le cabían en casa; pero no en un edificio cerrado. La abría al público y recomendaba lecturas a todo el que caía por allí
A mi me dio a leer a Pereda, Valera, Azorín etc., y no se cómo, después de la Odisea, llegué a leerme Os Lusiadas de Camoens, sin saltarme las memorias de De Gaulle o las de Rommel. Si, me hizo un empedernido lector y a él le debo mi amor por los libros.

Don José Cobos Ruiz; murió el día del libro, hace hoy 25 años. Cuando cojo entre mis manos algún libro, siempre lo tengo presente.

14 abril 2008

El día que no me declaré


Nací en el límite. La frontera era Granada. De niño me gustaba jugar sobre los mojones con un pie en Málaga y otro en Granada, pero por esa tierra de montañas agrestes que hunden sus raíces en la mar no pasaba el tren. La única referencia que tuve de él, eran las historias que mi madre me relataba de los viajes con el abuelo.
El abuelo tenía "culo de mal asiento" y casi todos los años pedía en el concurso de traslados.
- Marianica, déjale que se vaya, así mientras busca casa y nos reclama, descansamos un tiempo. Decía mi tía abuela a su hermana.
De esa forma habían recorrido media España, dejando en cada pueblo un Manolo. Me contaba del Manolo de Cádiz, del Puerto de Santa María, de Rute, e incluso del de Seo de Urgell.
La historia era siempre la misma; casi todos los años nacía un crío que al llegar el verano subía al cielo, pero claro, subían de media España y cada uno hacía su ruta. El que más tiempo duró fue el de Aranjuez. Las aguas del Tajo en esa época bajaban claras y el niño aguantó los calores de su primer verano.
Me gustaba escuchar las historias de esos viajes en tercera. Lo primero que hacía la abuela era ponerle un guardapolvo a cada uno de los niños. Aparte de los Manolos que se iban trasladando al limbo (en esa época aún estaba abierto), la familia tenía una hembra y dos varones, los tres mayores, que sin saber la causa se criaban con salud y llegarían a viejos. Bueno, el menor de los tres, Antonio, murió de una bala perdida en el frente del Ebro, y aún me parece estar viendo a mi abuela bajar al patio de la casa para charlar con su espíritu.
Naturalmente, los traslados se hacían con los cuatro bártulos. Recuerdo las peleas con mi hermano por una silla determinada que conservaba bajo el asiento una etiqueta con los datos de un viaje. La cosa llegó a tal punto que, a pesar de que mi madre la había raspado con estropajo de esparto, seguíamos con la disputa al reconocer la diferencia de su asiento más claro con respecto a las restantes. Durante muchos años lo único que conocí de los trenes fue por las historias de mi madre. Me imaginaba un tren echando humo y poniéndolo todo negro de carbonilla. No sé cómo, pero incluso llegaba a imaginarme el ruido de las bielas sobre los raíles.
Vi por primera vez de cerca un tren el año en que mi madre me llevó a hacerme el primer traje con pantalones largos a un pueblo cercano. El sastre vivía cerca de la estación y cuando reconocí el tren, éste no se parecía en nada a esos trenes imaginados en mi niñez. Ni echaba humo, ni la locomotora hacía ese ruido; tenía un solo vagón y estaba pintado de verde. Después lo vi muchas veces andando - más que corriendo - por la orilla de la mar, tan cerca de las olas que cuando la mar se molestaba no lo dejaba pasar.
Como corría entre el mar y la carretera, cuando iba en el camión de mi padre le retaba a una carrera imaginaria. Pepe, el chófer, parecía darse cuenta, aceleraba el "Pegaso" y de esa forma adelantábamos al tren. Más tarde me enteré que la "cochinilla" no era un tren de los de verdad; era de vía estrecha y por eso no se parecía a los soñados por mí.
Mi primer viaje en tren fue el día en que no iba a declararme.
Era ya mayor de edad y estando en Córdoba, compré el billete de tercera en el "correo" a Málaga. Los recuerdos de los viajes de mi madre con los abuelos me vinieron a la memoria, y lo primero que hice fue sacar una camisa de pijama y colocármela encima de la ropa para no mancharme con la carbonilla. Cuando me senté en mi vagón nadie llevaba guardapolvo, tampoco se extrañaron de verme con el pijama. Inmediatamente se rompió el hielo, se formó un corrillo y empezaron a contar los daños de la riada en los campos de su pueblo.
El viaje era lento, de vez en cuando parábamos en un descampado solitario rodeado de tierra calma. Imaginaba que era para coger agua, como había visto en alguna película del "Oeste". Aunque intentaba mirar por la ventanilla, no observaba ninguna operación de avituallamiento. A lo lejos se veía algún cortijo blanco con su palmera en la portada, pero no podía adivinar lo que hacíamos tanto rato parados en aquellos descampados
Otras veces atravesábamos campos de olivos y extasiado por su regularidad y belleza me salía la vena de poeta. Una pena, solo recuerdo un verso: "Botones de plata que ciñen la tierra...".
Llevaba ya toda una mañana en el tren, cuando los vecinos empezaron a sacar sus tarteras y ponerse a comer. Al darse cuenta de que yo no había echado hatillo, me ofrecieron de sus viandas. Sólo probé un trozo de pan con tocino veteado.
El tren seguía su caminar -es un decir-, y esperaba que parase en alguna estación con cantina donde poder tomar algo caliente. No fue tal el caso. Paraba muchas veces, siempre en los lugares más desiertos.
Sería ya sobre las cuatro de la tarde cuando, no sé cómo, apareció un vendedor de bocadillos de tortilla de papas. Los pregonaba a voces y los ofrecía calientes de una canasta de cañavera. Como por vergüenza no había comido casi nada, le compré uno y, cuál fue mi sorpresa, cuando al tirar el primer bocado, unos como hilos seguían uniendo la tortilla al trozo que mantenía en la boca y aunque estiraba el brazo, no conseguía separar el bocado de la tortilla. No podía imaginar la clase de huevo de que estaba hecha, pero mis ganas de comer eran mayores que los escrúpulos y pegando tirones acabé con el bocadillo.
Con suerte terminé el almuerzo antes de llegar al "Chorro", lugar que no conocía. Los compañeros de viaje me avisaron para que no me lo perdiese, y mirando por la ventana entre túnel y túnel, pude disfrutar del desfiladero con el "camino del rey" colgado en la mitad de la pared de roca.
Al acabar el desfiladero el valle se abría en un vergel de naranjos y limoneros, y ya entraba por la ventana el aroma de la mar cercana.
Arriba se veía un castillo. Tenía fresco el romance de "Álora, la bien cercada" y mentalmente lo recitaba, recordando los años de colegio.
Con la tarde caída, llegamos a Málaga. Antes de bajar me despedí de Frasquito, mi compañero de viaje, con el que después de un día casi entero charlando llegué a congeniar de tal forma que aún siento, no haber ido a su pueblo a conocer a su mujer y a sus hijos como le prometí aquella tarde.
Hoy hace cuarenta y tres años, ocho meses y veinticuatro días de mi llegada a Málaga en ese tren, y siento como aquella tarde, el escalofrío que recorrió todo mi cuerpo la primera vez que tomé la mano de la madre de mis hijos y abuela de mis nietos.
- Tranquila, no vengo a declararme. Le dije cuando nos sentamos en aquel banco del andén. La estación tenía una filigrana de hierro que el sol del atardecer iluminaba. Sin palabras nos quedamos un rato mirando la puesta de sol.
El último viaje que hice con mi mujer fue hace unos días en el tren de Florencia a Siena. Enfrente teníamos a dos tortolitos haciéndose carantoñas y, de envidia, nos cogimos de la mano para ir contando los cipreses en las colinas de la Toscana.

16 noviembre 2007

Un domingo de noviembre



Esperó a comprobar el segundo toque, y la liberación se extendió por todo su cuerpo. Parece que era ayer cuando al escuchar las campanas, tenía que buscar el velo de su hermana para salir corriendo a misa. Aunque ella sólo tenía seis años, no podía entrar en la iglesia sin él. Hoy le parece mentira, ese tiempo pasado de sustos y temores. Si no llegaba antes del evangelio, podía entrar directamente en el infierno. !Era pecado mortal!
Escuchó tranquilamente el tercero y llegó al quiosco a comprar el periódico. Vio que ya estaba el último planeta de Juan José Millás y tuvo que echar mano de la cartera. No acostumbraba a comprar los planetas, pero su admirado Millás era diferente.
El día tenía un sol de otoño, claro y limpio que permitía ver a distancia. No hacía viento, la temperatura y el ambiente eran de primavera.
Acordaron subir al alto del Mazuco, para ver la costa desde la montaña. Los dos amigos caminaban igual que hace treinta años, cuando en su primer destino salían a pasear por la Peña de los Enamorados en Antequera. Si no fuera por los bastones y otras minucias nadie diría que ya están jubilados. Hacía tiempo que no se veían, y el caminar ahora juntos, les ensanchaba el horizonte ya de por si amplio. Como no había barra, la mar era inmensa. La costa se recortaba al pie de la ería y se llegaba a ver la casa allí abajo.
A la hora del vermut, después de la caminata, la sidra entraba sola. Cayeron dos botellas, una por cabeza y no era solo compartir el vaso, era algo más, tras tantos años de amistad y de coincidencia en el pensar.
El arroz con los boletos edulis parecía de guormet, (aunque no se lo que significa eso.) No quedó nada para la noche.
El libro de Millás era más flojo de lo esperado. No se pueden comprar los premios planetas.
Como en casa, por suerte, no tenemos tele, combinaba el periódico con ”Rayuela” y saboreaba la relectura. Además no importaba, siempre había leído a saltos y disfrutado de encontrar un trozo sin leer, en una buena obra.
Al anochecer cogió el portátil para ver qué comentaba la Momia con Espuma y Gladys. Todo estaba en orden. Seguíamos unidos a través del espacio. El último texto de “Un día de otoño” no lo entendía nadie.

Fotografía: Alto de la Tornería. Llanes

05 noviembre 2007

Un día de otoño



¿Era a las nueve o era a las diez?
Sobre las diez. Coprinos sin vino. Camino de Santiago o camino a Nueva de Llanes. Eucaliptos con cantarelos, algo bueno. Explosión de un cometa visible como una nube, es un decir o eso dice el periódico
Ajo, aceite y pimienta !Qué ricos los coprinos! Los cantarelos al sol, otro día será. Un pisto con chorizo y agua para beber.
Me llamo Kendra. La espera se alarga, pronto será.
Hoy no hay polvo, mañana caerá.
Llanes al cubo, carpa del muelle. Concejo desde el cielo, Piedra al fondo a la derecha. Tonada bien cantada, Chocolate con churros cargados de azúcar. Marea baja, barcos de costado. Paseo del puerto a la sombra de las farolas.
Amigos que se van, amigos que pronto vendrán
Nerja a lo lejos. Mi madre al teléfono, tan cerca. Sevilla.
Foto de Áyobe de reojo, amor de abuelo. Correos que vuelan, reparten la dicha y !oh! técnica, leo las respuestas desde el sillón de la casa.
Roma, Francesca y Fulvio con Giulio o Guisto o Ius o Giú o Justo. Navarro no, granadino. Leo FINALMUSIK, dicen que novela. ¿Será ensayo?
Ayer Gibson me contaba su vida y rezaba como novela, hoy Justo Navarro me cuenta unos días en Roma y no parece una novela. Leo y recuerdo al chino que se levantó desde el fondo de la platea. Márquez y su novela.
Babelia viene completa:
Inédito de Cortázar. Mi admirado Muñoz Molina. Qué maravilla cuando recuerda a los aceituneros de su pueblo, que al igual que me ocurre con García Márquez, me vienen siempre a la memoria al leer algo nuevo de él. Manuel Vincent escribe sobre Lampedusa o Giuseppe Tomasi escribe sobre él.

Fotografía: otoño en el Ponga. Asturias.

29 octubre 2007

Al calor de la chimenea




La belleza hay que conquistarla, pero en algunas tierras la batalla es mínima. Las Alpujarras es una de ellas. Allí alcanzar la belleza es muy fácil. El paisaje de chimeneas al cielo sobre los tejados de launas, que parecen querer elevarse para dejar escapar lentamente las historias contadas al pie del fuego, tiene una belleza natural como si el hombre casi no hubiese intervenido .
Al ver las chimeneas tan de cerca, he recordado las noches en el cortijo, cuando Dolores, al caer la tarde, avivaba el fuego y preparaba la cena que consumíamos con las últimas luces. Después, a la luz del candil de aceite refrito, que para eso siempre había aceite, a Frasquito le gustaba contar historias de la guerra y otras veces historias de los cortijos vecinos.
¿Cuantas historias se escaparon por el tiro de la chimenea? y aún estarán las ondas vagando por esos espacios entre el cielo y la tierra. !Qué pena no tener la memoria suficiente para recordar aquellos relatos contados con tanta riqueza de palabra! Por ejemplo, le encantaba recordar, que de mozuelo, bajó por primera vez a la feria del pueblo y entró en la caseta a bailar un pasodoble. No sabía por donde coger a la moza, y cuando la tuvo entre sus brazos, no podía creer en tanta dicha. De la emoción no escuchaba la música, pero pronto aprendió a dejarse llevar por el ritmo de su pareja y le parecía estar flotando sobre la pista.
Otras veces, contaba que los picapedreros portugueses construyeron los puentes de piedra de la carretera de la costa y un poco más tarde los autobuses de ruedas macizas se hacían la competencia para llevar los viajeros a la capital e incluso durante una época, regalaban un habano con el billete.
Una historia que a veces repetía era la del frente de guerra, el día que le cogió entre dos fuegos y con la cabeza en tierra, levantaba el trasero con la esperanza de recibir un tiro en” dicha sea la parte” y poder tirarse una temporada en el hospital, lejos del frente.
O la de su compadre Faustino, que una vez de permiso en el pueblo, para no volver al frente, se restregó los brazos con unas matas de la acequia hasta que los tuvo en carne viva, y ya en el hospital se los volvía a restregar todas las mañanas con estropajo para mantenerlos sangrantes y no volver a pegar un tiro.
Las historias del frente todas eran muy duras, pero como las contaba a toro pasado, incluso les daba su gracia.
Entre historia e historia echaba mano de la botella de vino que él mismo había cosechado, y te daba un trago a gañote; para eso la botella estaba preparada con dos cañitas en su tapón y el liquido se trasegaba muy fácilmente, tan fácil que cuando tocaba irse a la cama de colchón de palmilla, lo hacíamos muy contentos.

Fotografía: Bubión. Alpujarras, Granada.

30 septiembre 2007

20 septiembre 2007

Arco o puerta de Elvira. Granada

Puerta de Elvira

Salíamos del “Palacio la Sífilis”. Era una madrugada de otoño. Había refrescado. La calle estaba mojada, y el olor a tierra nos llegaba de la cercana explanada del Triunfo. Si no fuera por el brillo del empedrado, bien podíamos creer que en lugar de salir del Palacio de la Sífilis, lo hacíamos del cortijo “Los Pencales”.
Ibamos los tres por el centro de la calle, Miguel el de la “Plana”, Pedro Llanes y el otro cuyo nombre no quiero decir. Pasamos debajo del Arco de Elvira y nos adentramos en la calle desierta. Nos gustaba tirar por el centro de la calle, temíamos que algún borracho asentado en algún portal nos molestase para pedir fuego o tener que ayudarle a encontrar la llave de su puerta.
Era un disfrute caminar por la calle solitaria, parecía que tomábamos posesión de la ciudad dormida. Los faroles apenas alumbraban y nos dejábamos guiar por las primeras luces de la aurora. Había escampado y la frescura de la mañana nos daba ya en la cara.
Al llegar a la altura de la “Gota de Leche”, encontramos, en medio de la calle, una maleta de esas de cartón piedra, con las esquinas remachadas de metal y dos cerraduras gemelas de las que se abrían con cualquier llave de maleta. La sorpresa fue grande por que la maleta pesaba lo suyo, inmediatamente se dedujo que no estaba abandonada para tirar, parecía nueva y estaba llena como de libros por su gran peso. Tras una breve discusión, - el innombrable decía que íbamos a violar la propiedad privada -, la arrastramos como pudimos a la luz de una farola y casi sin forzar las cerraduras la abrimos. Estaba llena de novelas, todas iguales, repetidas, pero,!Qué alegría!, cuando pudimos leer en sus portadas: El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez.

P.D.
Permitid una pequeña aclaración. El “Palacio de la Sífilis”, tan frecuentado por aquellos años, era una tasca donde en una taza de color desconocido, te ponían un caldillo de caracoles que levantaba el ánimo. Allí no entraban las mujeres, ni unas ni otras, en esa época los bares eran cosa de hombres.

27 julio 2007

Romance de frontera

Eran tiempos de bonanza en el reino de Granada. La frontera estaba entre Antequera cristiana y Archidona mora. Los tejedores de los batanes de Antequera iban a vender sus mantas al mercado de Archidona. En lo que hoy en día es la plaza Ochavada, se montaban los tenderetes los jueves de cada semana. Allí acudía Rodrigo con sus bellas mantas de lana. Las ovejas que pastaban en el Torcal, daban unas lanas sedosas, de pelo largo, muy aptas para tejer y los batanes del río de la Villa, daban tal apresto a los tejidos que la venta estaba asegurada en todo el reino fronterizo.
Un día claro de otoño, apareció Fátima por el mercado, y nada más verla, Rodrigo quedó prendado de sus andares. El garbo y lozanía que desprendía, cambió el aire de la plaza, y lo que se temía Rodrigo, fue a pararse justo delante de sus mantas.
Desde el momento en que cruzaron sus miradas quedaron atónitos, y sin habla se lo dijeron todo.
Ya Fátima no dormía, esperando el jueves en que vería a su amado Rodrigo. Ese día usaba su mejor alheña y con sus ojos tan grandes como bellos se encaminaba al mercado.
Los amores de Fátima y Rodrigo se hicieron tan evidentes que llegaron a ser públicos en toda la frontera de la vega de Antequera.
A pesar de que la familia de Rodrigo intentó todos los remedios de alcahuetas y celestinas, Rodrigo cada día estaba más enamorado de su Fátima y solo pensaba en tejer las más bellas mantas para su enamorada.
A Fátima le ocurría otro tanto, y aunque no podía vivir sin ver a su Rodrigo, su familia no le permitía salir los jueves al mercado.
Cuando las citas se hicieron difíciles acudieron a la intermediación del buhonero Abderramán para otros Ramón Román. Este les preparó una cita en el ejido, al lado de la puerta de Málaga en la misma muralla antequerana. Era el lugar donde los arrieros de la costa vendían el pescado que traían por la ruta de Alozaina y el puerto de la Boca del Asno. Entre el barullo de comerciantes y clientes pasarían desapercibidos. Otras veces les conseguía un encuentro en el almijar de Archidona, donde en ese tiempo se ponían las uvas pasas a secar y todas las tardes acudían las mozas a dar la vuelta a los racimos.
Llegó un momento en que ni Ramón les podía ayudar y acordaron huir por la Peña de Antequera. Desde entonces no se sabe nada de ellos.
Algunos dicen haberlos visto rondar por los alrededores del cerro de la ermita de Archidona, donde la mezquita, hoy iglesia, conserva los arcos de herradura y columnas primitivas.
Lo que si es cierto, es que en el centro de la vega de Antequera, aún perdura la Peña de los Enamorados, donde según la leyenda, se despeñaron Fátima y Rodrigo por culpa de sus amores desafortunados

16 julio 2007

Papel estraza

Hoy, estoy intentando escribir con el nuevo portátil y he recordado un día particular.
Sería un día de otoño, llegaba a casa loco de contento, acababa de aprender a escribir la “o” en el colegio de las monjas.
En la mesa de la cocina había un pliego de papel de estraza y quise hacerle una demostración a mi madre. Cogí el lápiz y me salí del papel.
Recuerdo muy bien la gran cocina con el fuego de carbón vegetal. Para encenderla se hacía un torsión con un papel impregnado de aceite y con el soplillo hecho con las palmas del palmito, no se paraba de soplar hasta que el carbón quedaba encendido; muchas veces te encontrabas con un tizón y el humo invadía toda la cocina, había que sacarlo, apagar en el fregadero, y tirarlo a la basura. La mesa era grande, de madera, con las vetas a flor de piel de tanto limpiarla restregando con el estropajo de esparto, y en la esquina de la cocina había un gran lebrillo que se había usado para amasar durante los años del hambre. Ya la cosa no estaba tan mal, y por un duro te vendían un pan de kilo en la tahona de Vicente, en calle Granada. Claro lo malo era, que quién tenía el duro; y que el pan de kilo, pesaba 900 gramos, ( para no subirlo de precio, le bajaban el peso ). Pero esa es otra historia.
El colegio de las monjas, estaba en el “Chalet”, una gran casa rodeada de jardines que había pasado a la Iglesia por una herencia. Su directora era una monja vieja y mellada que daba pavor el solo verla. Yo, había aprendido a hacer la “o” en una pizarra pequeña que con los dos pizarrines, uno blando y otro duro, era todo el material escolar necesario para las primeras letras y las cuatro operaciones que más tarde tendríamos que aprender.
La pizarra me duró mucho tiempo, a veces, se descuadraba el marco de madera que llevaba, pero en la carpintería de Bruno de calle Animas me la componían y quedaba como nueva.
Con el nuevo portátil, me ha pasado lo mismo que con el lápiz y el papel de estraza. Como había aprendido en la pizarra, al cambiar al papel, no me salía bien la “o”.
Hoy, al empezar a escribir con este nuevo cacharro, cuando le daba a una tecla, me salía otro signo distinto al buscado y mi turbación ha sido la misma de aquella vez en que me salí del papel para escribir la primera “o”. Espero que el cambio de tecnología de la pizarra a la pantalla no me turbe mucho y me permita estar en paz con esta nueva técnica tan alejada de mi medio.
Esta tarde, he tenido la suerte de poder comentar con mi madre la historia, y me dice que cuando ocurrió, tenía tres años; por tanto, hace ya unos cuantos de la pizarra y el pizarrín.

12 junio 2007

Gaviotas en tierra

Hoy, tras mi ventana, han venido a labrar la tierra. Una tierra ya vieja por particiones y herencias divididas.
A vista de pájaro, la parcela de tierra arada tiene forma de yunque, rodeada por el verde de las vecinas, los manzanos y las encinas.
¿Qué partición de herencia, llevó a trazar esas lindes?
¿Qué "hombre bueno", intervino para que los deudos llegaran a un buen acuerdo?
¿Quién levantó el muro de piedra, ya gris por las años transcurridos?
¿Quién plantó la pomarada?
¿Quién dejó la tierra calma, para el maíz y la patata?
Y, antes de que llegaran de América el maíz y la patata, ¿Qué cultivaban?
¿Serían cebollas y centeno, lo que quitase el hambre en esta tierra de emigrantes?
Las gaviotas, una a una, se descuelgan del cielo y siguen el surco abierto por el arado. Ajenas al tiempo, a la ería y al dueño de la ería.
La tierra se blanquea, de vez en cuando alguna levanta el vuelo para mejorar su posición y ocasiona un revuelo en la bandada. Al atardecer, poco a poco, por la querencia de la mar vuelan a los castros frente a los acantilados de Llanes.
Hoy, no tendrán que comer pescado, las alimentó la tierra.

09 junio 2007

08 junio 2007

La joven de blanco

Era una joven vestida de blanco
en el umbral de una puerta
hace treinta años.
Un cruce de miradas.
Un recuerdo permanente.
Una joven cuando yo lo era.
Un pueblito de la Francia.
Un viaje sin rumbo,
un "cuatro latas" recargado,
comida para cuatro.
Europa ante nosotros.
Un recuerdo imposible
de una breve mirada.
Un cruce de dos vidas
sin contacto.
En el tiempo detenida
la belleza del instante permanece.
Hoy hace treinta años.

04 junio 2007

Dislándia

Después de recortarse hasta la uña del dedo meñique, esa que usara tantas veces para sacar de la pipa los restos del “caldo gallina”, diose cuenta, que le faltaba un sello para tener todos los papeles en regla. El sello del consulado, que le validaba para confirmar que no atentaría contra el presidente, y de esa forma poder pasar la frontera.
Su compadre, había conseguido entrar hace unos años y habían quedado en encontrarse de nuevo, para seguir en comandita con el negocio de fotografía que ya explotaran en su pueblo de Pacanda. El compadre Domingo realizaba el encuadre, y él trabajaba los retratos en el cuarto oscuro hasta que dejaba las fotos claras y con esa pátina como de vieja, que pareciera de otra época.
Al cabo de unos días, se dio cuenta de que echaba de menos su tabaco sin filtro, y le envió un propio a su compadre para comunicarle que no lo esperase. Se iba a dejar crecer su uña, seguir con su tabaco y ya veríamos si arribaba a Dislándia en otro momento en que los trámites de aduana fueran más sencillos.

18 mayo 2007

Alhambra




Te colocabas la chaqueta cruzada de color azul marino, los pantalones a la rodilla y la corbata de falso nudo sujeta con el elástico, y después de darle un repaso a los zapatos ya estabas listo para la aventura.
Como todos los jueves por la tarde formabas la fila de a tres y atravesando el puente romano entrabas en la ciudad. La fila era sagrada, ni la reatas de burros la podían interrumpir y como un largo ciempiés se encaminaba cuesta Gomérez arriba hacia la Alhambra.
Al llegar a la fuente de Carlos V, rompíamos filas y reponíamos fuerzas en los mismos caños. En esa época no existían los carteles indicando si el agua era potable o no.
Entrábamos por la puerta de la mano y la llave. Siempre nos recordaban que cuando la mano se juntase con la llave, vendrían los moros a llevarse la Alhambra. No hacíamos caso, y libres nos disponíamos a tomar, nosotros, posesión de ella. Por una tarde sería sólo nuestra. A los turistas aún se les llamaba franceses y eran tan escasos que no se les veía, y a los granadinos les cogía tan a desmano que nadie subía.
La primera parada era en la casa de fotos donde disfrazaban de moro. Nos gustaba ver los retratos de tantos jeques, entre cojines, rodeados de sus moras en el harén, y nos imaginábamos otros mundos posibles lejos de la sordidez del internado.
Después, algunos, entrábamos al patio de los Arrayanes y, sería por la quietud del agua en la alberca o el reflejo de celosías y mocárabes, dejábamos de correr y soñábamos con mirar a través de esas celosías esos mundos pasados que habíamos visto antes en las fotos.
En el trayecto hacia el patio de los Leones, queríamos entrar por todos los rincones de puertas y pasillos cerrados y veíamos desde uno de ellos los tragaluces de la zona de baños como estrellas en el cielo. Nos habían contado que arriba, en la sala de los baños, se colocaban los músicos ciegos para animar a las bañistas sin verlas. ¡Qué pena!
Los leones nos parecían feos, como sin acabar, pero el bosquete de columnas tan blancas y tan finas nos permitía jugar a entrar y salir rodeándolas una y otra vez para acceder a las salas. A mí me gustaba la sala del Trono, desde sus ventanales miraba a los cipreses del Albaicín y las antiguas murallas de la ciudad. En la sala de la fuente con la sangre de los moros, me quitaba las gafas para ver en los cristales el reflejo del cielo a través del techo, era un rito que hacía siempre. Alguien me enseñaría y todos lo hacíamos. La sangre, decían que era de los moros degollados allí mismo por haberse rebelado contra el sultán.
Mucho más tarde me dijeron, que las hornacinas a las entradas de las salas no eran para dejar las babuchas sino para colocar los perfumes.
Antes de subir a la torre de la Vela, nos llegábamos al quiosco del patio de armas y pedíamos un vaso de agua fresca del aljibe. No me explico como no se cansaba de tantos chiquillos, y siempre nos servía el agua sin protestar. Alguno quizás se tomase alguna vez una Coca–Cola. En la subida a la torre no dejábamos de leer la lápida con eso de “Dadle limosna mujer, que no hay mayor desgracia que ser ciego en Graná,” que firmaba un poeta. Me imagino que la lápida ya no estará y la vista de la vega con la torre de los Escolapios en los límites de la ciudad no será la misma.
Tampoco está ya la tienda donde alquilaban los trajes de moros, ni la soledad de patios y jardines, pero es tan bella que, aunque compartida, la Alhambra sigue siendo emocionante. Algunas veces he subido con mis hijos, y sentado en los jardines del Partal me he dejado fotografiar por los turistas.

Fotografía de Miguel Bueno.

02 febrero 2007

Lector semierótico


La cruda descripción de la realidad de la vida le enervaba. No soportaba leer un cuento de lectura tan directa, en el que se adivinase el final. Necesitaba de las insinuaciones, de un recorrido intermitente, que lentamente le llevase a dejar las gafas en la mesita para acercarse a la historia. Su miopía le daba ventaja y cuando encontraba un texto bello le gustaba adentrarse físicamente y casi tocarlo con su cuerpo. No le importaba las vueltas que tuviese que dar.
A veces cuando encontraba un relato de su gusto lo releía para recitar de memoria. Aún recuerda “Desde el fondo de la platea, se levantó el chino con esa cara que ponen los chinos cuando llegan pronto a su casa”…. (García Márquez)

29 enero 2007

Historia de Julián y Eulalia




Julián fue a enamorarse de una moza del pueblo vecino, a cuatro leguas de Pacanda. Los sábados cogía la caja de los zapatos nuevos, y con ella bajo el brazo se ponía en camino pertrechado con sus albarcas. Al llegar al ventorrillo se cambiaba para entrar en el pueblo como un señor.
Eulalia, su amor, le esperaba en la ventana desde primera hora de la tarde. Quería ser la primera en verlo llegar y desde la mañana estaba impaciente por otearlo subiendo la cuesta del Santo Cristo.
Al llegar a la ventana, a Julián no le salía la voz del cuerpo. De la emoción le temblaba el labio y no podía articular palabra. A Eulalia no le importaba. Al ver el buen porte de su mozo, plena de gozo, tenía que sujetarse a la reja para que el temblar de sus piernas no le denunciase…
Así, mudos, quedaban los dos enamorados y mirándose a los ojos pasaban las horas sin sentir. Con las últimas luces del atardecer Julián acercaba su cara al alféizar de la ventana y Eulalia le dejaba un beso en los labios. Desde ese momento, Julián no movía un músculo de la cara para que el sentir no fuese a perderse. Caminaba despacio con el beso en los labios y sin volver la cara atrás, cogía cuesta abajo hasta adentrarse en la oscuridad del camino. No necesitaba luz, tenía los pasos contados, y aunque con cada paso que daba le parecía romper un sortilegio, llegó a su casa con la calentura en la boca. Había tenido suerte y al no cruzarse con nadie, a nadie tuvo que saludar y pudo guardar hasta la cama el beso que Eulalia le ofreció.
Entonces, despierto, dejaba correr su imaginación. Le gustaba soñar con la casa que había hecho para su Eulalia; tenía unas ventanas grandes, sin rejas, un gran banco corrido por toda la fachada muy bien blanqueado, una parra para dar sombra en verano, el horizonte de la mar a lo lejos y los picos de la sierra Arajimal tan cerca que parecían tocarse…
Si, es cierto. El hijo de Julián no lloraba. Se criaba como un bendito. Tragaba como un descosido. Se veía hacer. ¿Quién lo diría? Con esas teticas que tenía Eulalia que le cabían a Julián en una mano, y esos pezones duros como lanzas cuando los acariciaba su Julián.
El susto se lo llevaron cuando después de nacer, esperaban a la comadrona para que les hiciese los boquetes en los pezones. Nunca habían visto a una parturienta y no imaginaban que la leche salía por su ser.
-Anda, anda. Ponte al niño en el pecho y verás como sale el calostro.

Julián no creía en eso de los curas. Los curas eran cosa de ricos y para los ricos. Aún le dolía cuando en el entierro de su difunta madre, le faltaron dos duros, dos cochinos duros, y don Segismundo despidió al duelo en la primera cruz que encontró en la esquina de la primera calle. Por dos duros más, la habría acompañado hasta la puerta del camposanto para el último responso.
Aunque no creía en los curas, no quería dejar a su hijo sin padrino y él, quedar sin compadre, por eso pensó en bautizarle. Además su amigo Natalio le había dicho que sería generoso cuando los chiquillos cantasen eso de:
Padrino lagarto,
padrino lagarto.
Saque usted los cuartos
No lo gaste en vino.
Y échelos por alto….